Por Borja Vilaseca
Ya sea por España o por el extranjero, desplazarse en grupo es una oportunidad para entrenarse en el arte de la convivencia. Mientras, cada vez más personas deciden viajar solas para vivir nuevas experiencias.
Viajar es la gran pasión de muchas personas. Se trata de un sueño que la mayoría podemos hacer realidad durante las vacaciones de verano. Al menos durante quince días al año tenemos la posibilidad de escapar de nuestra rutina laboral para descubrir y explorar lugares remotos. Eso sí, teniendo en cuenta que la lejanía de nuestro destino será directamente proporcional a lo abultado que sea nuestro bolsillo.
Los viajes nos permiten conocer un poquito más el mundo en el que vivimos, pudiendo aprender de pueblos y culturas con valores diferentes. E incluso de expandir la comprensión que tenemos acerca de nosotros mismos y del entorno del que formamos parte. Vayamos donde vayamos, viajar nos da la oportunidad de ver nuestra vida con otra perspectiva y, en ocasiones, incluso nos ayuda a relativizar nuestros problemas del día a día.
Dado que por primera vez en la historia de la humanidad la mayoría vivimos en núcleos urbanos, viajar nos permite visitar parajes exóticos y salvajes, donde recuperar el contacto con nuestros verdaderos orígenes. Una vez regresamos a casa, en nuestro recuerdo siempre perduran aquellos rincones donde pudimos maravillarnos con la belleza que desprende la naturaleza en estado puro. Es decir, la que todavía no ha sido manipulada por la mano del hombre para convertirla en una atracción turística. Afortunadamente, a veces no hay que ir demasiado lejos para encontrar lo que andamos buscando.
VIAJAR EN GRUPO
“El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad.”
(Arthur Schopenhauer)
Ahora bien, para disfrutar al máximo de la libertad temporal que nos es concedida durante nuestras vacaciones, hemos de tener muy en cuenta que viajando es precisamente como mejor se conoce a la gente. No en vano, en los viajes se produce una convivencia extrema. Sin ocupaciones laborales. Sin recados cotidianos. Sin distracciones. Sin intimidad. Sin excusas. Cada mañana, cada tarde y cada noche. Codo con codo. Desde el inicio. Hasta el final.
Ya sea con la pareja, con los padres, con los hijos, con los amigos o incluso con personas totalmente desconocidas, viajar supone desvelar aspectos de nosotros mismos que no solemos mostrar a los demás. Más que nada porque la propia dinámica del viaje nos impide poder ocultarlos. Así, viajando se revela de forma clara y nítida quiénes somos y quiénes son nuestros compañeros de viaje. Sobre todo porque en este tipo de convivencia afloran nuestras grandezas y nuestras miserias como en ningún otro contexto.
De ahí que la calidad de nuestro viaje no tenga tanto que ver con el lugar al que vamos, sino con la relación que mantenemos con las personas que nos acompañan. Si queremos amortizar económica y emocionalmente la inversión realizada, más nos vale saber elegir con quién viajamos. Y aun así, difícilmente podremos evitar los roces, los problemas e incluso los conflictos. Por esta razón, viajar en grupo siempre acaba siendo una inmejorable oportunidad para practicar el arte de convivir con los demás.
EL DESAFÍO DE LA CONVIVENCIA
“¿Por qué, en general, se rehuye la soledad? Porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos.”
(Carol Dossi)
Para poder viajar en grupo de forma pacífica, es necesario que cada miembro se comprometa a llevar en su maleta cinco cualidades emocionales, imprescindibles para disfrutar plenamente de la experiencia. La primera es la “paciencia”, es decir, comprender que cada persona tiene su propio ritmo y que las cosas no siempre salen como nosotros esperamos. Basta con pisar un aeropuerto para corroborarlo: parecen espacios expresamente diseñados para quitarnos las ganas de viajar.
La segunda es la “flexibilidad”. Dado que cada persona tiene su propio punto de vista, con valores y prioridades diferentes a los nuestros, es fundamental saber adaptarnos a las necesidades y las preferencias de los demás. Para lograrlo, hemos de limar nuestro egoísmo, que a veces se manifiesta en forma de tozudez y rigidez. Al adoptar una visión más objetiva y una actitud más altruista, nos mostramos más cuidadosos con la relación que mantenemos con las personas que nos acompañan, lo que facilita y armoniza enormemente la convivencia.
La tercera es el “respeto”. Para querer incorporar esta competencia emocional en nuestro equipaje, basta con que nos preguntemos qué preferimos: ¿Tener la razón o ser felices? ¿Imponer lo que queremos o estar en paz con nosotros mismos y con los demás? ¿Entrar en conflicto con nuestros compañeros de viaje o aprovechar la experiencia para fortalecer nuestro vínculo afectivo? Y es que más allá de lo que podamos ver y hacer, lo que verdaderamente nutre y llena nuestro corazón es lo que compartimos.
La cuarta es el “sentido del humor”. Saber reírnos de nosotros mismos, con nuestros compañeros, así como de los contratiempos que van surgiendo a lo largo de todo nuestro viaje es un antídoto contra cualquier discusión y enfado. Si bien nos ayuda a cultivar una sana complicidad con el grupo, también nos previene de la negatividad y el victimismo, liberándonos de un vicio muy arraigado en nuestra mente: el de amargarnos la vida.
VIAJAR ES UN REGALO
“Cuando te enfadas con alguien tienes doble trabajo: desenfadarte y pedir perdón.”
(Pilarín Romero de Tejada)
Por encima de la paciencia, la flexibilidad, el respeto y el sentido del humor se encuentra la cualidad más necesaria de todas: la gratitud. Más que nada porque sin ella solemos perder de vista lo que de verdad importa. Cuando no somos del todo conscientes del enorme privilegio que supone viajar, podemos llegar a quejarnos, lamentarnos e incluso enfadarnos por pequeñas tonterías.
Que si el avión llega tarde. Que si el taxista nos ha intentado tomar el pelo. Que si el hotel es feo. Que si el desayuno no nos gusta. Que si hace demasiado calor. Que si hace demasiado frío. Que si la gente no habla inglés. Que si… Cuando adoptamos este rol tan susceptible y crítico, la lista puede ser interminable. Para evitar estropearnos el viaje a nosotros mismos y a los que nos acompañan, hemos de comprender que todos estos contratiempos forman parte de la experiencia de salir de nuestra rutina habitual.
Viajar no sólo es vivir aquello que deseamos, sino también dejarnos sorprender por aquello que no esperamos. Suceda lo que nos suceda, no hemos de olvidar nunca que cualquier viaje es en sí mismo un regalo: lo más importante es tener la oportunidad de experimentarlo. Y si no preguntémosle a la gran mayoría de españoles: en el año 2007 sólo uno de cada 10 viajó al extranjero, según el Instituto de Turismo de España.
VIAJAR SOLO COMO APRENDIZAJE
“Aprendes a estar solo cuando comprendes que nunca lo estás realmente.”
(Marc Oromí)
Aunque no es una práctica habitual en España, cada vez más personas nos estamos animando a viajar solas por el mundo. Y no en plan turista –con todo el paquete organizado por una agencia–, sino como mochileros, sin más compañía que nuestro equipaje, nuestro pasaporte y nuestra sombra. Más allá de descansar y disfrutar, el objetivo de estos viajes en solitario es precisamente aprender a convivir con nosotros mismos. De ahí que en general sean concebidos como una gran experiencia de aprendizaje y crecimiento personal.
Para que tengan un impacto real, estas aventuras han de durar, como mínimo, entre quince días y un mes. Eso sí, se sabe de mochileros que viajan a solas durante meses e incluso años, mayoritariamente menores de treinta y cinco años, sin responsabilidades familiares y echando mano de los ahorros de toda una vida. Sin embargo, la simple idea de viajar en soledad incomoda e incluso despierta cierto miedo en muchas personas. Algunos incluso reconocen no comprender cómo alguien puede preferir viajar solo a hacerlo acompañado.
¿Qué voy a hacer solo tantos días? ¿Con quién compartiré esa espectacular puesta de sol en medio de la naturaleza? ¿A quién acudiré si me siento triste y echo de menos a mis seres queridos? ¿Qué haré si tengo algún problema de salud o me meto en algún lío? Para responder a estas y otras preguntas es imprescindible vivir la experiencia por nosotros mismos. Sólo así podemos escapar de la prisión en la que suele encerrarnos nuestra mente a través de temores y limitaciones ilusorios.
CONVERTIRTE EN TU MEJOR AMIGO
“Qué importante es en la vida no necesariamente ser fuerte, pero sí sentirte fuerte, midiéndote a ti mismo al menos una vez para saber de lo que eres capaz.”
(Christopher McCandless)
Desde un punto de vista emocional, los primeros días y semanas pueden llegar a ser bastante duros. Al no estar acostumbrados a estar solos, solemos hablar con nosotros mismos en voz alta para sentirnos acompañados. De forma natural, nos abrimos mucho más para conocer y relacionarnos con viajeros y nativos de la zona. Y al tener tanto tiempo libre y nada obligatorio qué hacer, poco a poco empezamos a conectar con lo que somos, con lo que arrastramos, con lo que hemos ido acumulando en nuestro interior. De ahí que durante estos viajes en soledad solamos vomitar emociones, sentimientos y estados de ánimo sepultados por nuestros quehaceres y distracciones cotidianas. Y al vaciarnos por dentro, volvemos a casa como nuevos.
No en vano, la mayoría de personas que apostamos por viajar en soledad buscamos precisamente eso: crecer y madurar emocionalmente. Más que nada porque al estar solos no nos queda más remedio que aprender a contar con nosotros mismos. Y saber que pase lo que pase nos tenemos a nosotros mismos es una de las revelaciones más profundas y liberadoras que podemos experimentar. Por eso viajar solo suele potenciar nuestra autoestima y fortalecer nuestra confianza.
En definitiva, al viajar solos podemos aprender como en ningún otro contexto a ser felices por nosotros mismos, dando todo aquello que necesitamos. Es decir, aprender a autoabastecernos emocionalmente, consiguiendo estar a gusto y en paz sin necesidad de evadirnos o juntarnos con otras personas. Sólo así es posible disfrutar plenamente de cada momento. Y este valioso aprendizaje nos resulta muy útil para emprender nuestro verdadero viaje, que siempre comienza cuando volvemos.
Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 19 de julio de 2009.