Por Borja Vilaseca
Hay que ser muy humilde para tener referentes de los cuales aprender. Sin embargo, no hay que caer en el error de idealizarlos. Para convertirnos en quienes verdaderamente somos, tarde o temprano llega un día en que hemos de armarnos de valentía para ‘matarlos’.
La sociedad contemporánea está perdida. La mayoría carecemos de brújula interior y vivimos completamente dormidos, enajenados de nuestro poder interior. Nos levantamos cada mañana con cara de cansancio, mirada de impotencia y mueca de resignación. No en vano, llevamos una existencia de segunda mano, artificial y prefabricada. Tras lavarnos los dientes, nos ponemos la misma careta de siempre y –disfrazados de alguien que no somos– nos subimos a ese carrusel monótono y repetitivo al que llamamos “vida”.
Damos una vuelta. Luego otra. Al cabo de un rato, otra más. Y de pronto sentimos cómo todo se acelera y giramos cada vez más rápido. Aunqueda la sensación de que avanzamos, en realidad no vamos hacia ninguna parte. Simplemente estamos dando vueltas como autómatas. Si algo tenemos todos en común es que no tenemos ni idea de quiénes somos ni para qué hemos venido a este mundo. Lo único que nos mueve es la inercia. No nos gusta reconocerlo, pero somos esclavos del miedo al cambio y siervos del más poderoso de los amos: el autoengaño. Le tenemos tanto pánico a la libertad, que le entregamos nuestra responsabilidad a cualquiera que nos venda vanas ilusiones de seguridad.
Y como no podía ser de otra manera, llega un día que de tantas vueltas sin sentido que hemos dado, nos mareamos y sentimos una nauseabunda sensación de vacío. Un abismo dentro de nosotros que no se llena con nada. ¡Qué gran revelación es constatar que -por más que nos esforcemos- se trata de un agujero negro imposible de tapar ni parchear! Al menos, no por mucho tiempo. Este dolor que sentimos –y que nos desgarra por dentro– es la manera que tiene nuestro cuerpo de decirnos que nosotros somos lo único que falta en nuestra vida.
EL CAMBIO DE PARADIGMA ES IMPARABLE
Estamos siendo testigos de una época verdaderamente extraordinaria. Nuestra civilización se encuentra inmersa en un proceso de metamorfosis cultural. Y nuestras actuales circunstancias socio-económicas, marcadas por el conflicto y la incertidumbre, son la necesaria crisálida a través de la que millones de orugas podemos convertirnos en mariposas. Lo cierto es que cada vez más seres humanos estamos despertando del profundo letargo que durante siglos ha mantenido dormida a la humanidad, recuperando así nuestro poder personal.
La causa de este despertar de la consciencia y consiguiente cambio de actitud frente a la vida es muy sencilla: deviene cuando nuestro nivel de insatisfacción es superior a nuestro miedo al cambio. Es entonces cuando algo en nuestro interior hace clic,atreviéndonos a salir de la zona de comodidad en la que estábamos meciéndonos, anestesiados. De pronto sentimos que tenemos poco que perder y mucho que ganar. Y finalmente hacemos algo doloroso pero muy libertador: reconocer que estamos perdidos. Este es sin duda el primer paso para encontrarnos. No en vano, las personas que están más perdidas son precisamente las que no saben que lo están.
Esta profunda crisis existencial nos conecta con la necesidad de cambio y la motivación de conocernos mejor. Nuestra nueva prioridad es saberquiénes verdaderamente somos, iniciando una búsqueda espiritual para descubrir el auténtico propósito y sentido de nuestra vida. Y dado que al principio no sabemos cómo ser nuestros propios guías, estamos ávidos de referentes que nos inspiren, apoyen y orienten para que este viajenos lleve a buen puerto.
LA FUNCIÓN DE LOS REFERENTES
Un referente es una persona a la que admiramos por encarnar algún valor, fortaleza, cualidad, talento o virtud que nos gustaría manifestar. Puede ser un personaje público o alguien de nuestro entorno social. Y puede estar vivo o muerto… Lo curioso es que nosotros no elegimos a nuestros referentes, sino que ellos nos escogen a nosotros. Cada vez que los vemos o interactuamos con ellos se enciende una llama en nuestro interior, la cual nos recuerda el potencial latente que todavía no hemos desarrollado. Así, la función de los referentes es inspirarnos a través de su ejemplo para que aprendamos, crezcamos y evolucionemos de forma consciente, convirtiéndonos en la mejor versión de nosotros mismos.
A lo largo de mi vida he tenido muchos referentes. A continuación comparto contigo algunos de los personajes públicos que más me han inspirado:
Howard Gardner y Ken Robinson. De estos pedagogos y divulgadores aprendí que los niños son semillas únicas e irrepetibles y que la educación es la tierra fértil que posibilita que florezcan de forma natural ofreciendo sus frutos a la vida. Los vinculo con el valor de la singularidad.
Peter Joseph. De este activista político y director de cine aprendí que tomarnos la pastilla roja para salir del Matrix implica saber que el sistema crea esclavos económicos para perpetuar los intereses de una élite política, empresarial y financiera. Lo vinculo con el valor del escepticismo.
Henry David Thoreau, Friedrich Nietzsche y Fiódor Dostoyevsky. De estos filósofos y escritores, respectivamente, aprendí que no hemos de obedecer las normas y convenciones sociales, sino que hemos de ser fieles a nuestro criterio e intuición. Los vinculo con el valor de la rebeldía.
Lucio Anneo Séneca. De este filósofo estoico aprendí que las adversidades y los infortunios que nos trae la vida son las pruebas de superación que necesitamos para hacernos despertar, mirar hacia adentro y poder así evolucionar como seres humanos. Lo vinculo con el valor de la resiliencia.
Carl G. Jung, Erich Fromm y Viktor Frankl. De estos psicoterapeutas aprendí que encontrar el sentido y propósito de nuestra vida nos dota de un motor imparable para hacer lo que nos propongamos, siempre y cuando hayamos nacido para ello. Los vinculo con el valor de la motivación.
Hermann Hesse, Aldous Huxley y George Orwell. De estos escritores, pioneros por tender puentes hacia la filosofía oriental, aprendí que la mejor manera de llegar al corazón de una persona es contándole una historia con intención filosófica. Los vinculo con el valor del propósito.
Siddharta Gautama, Lao Tsé, Sócrates y Jesús de Nazaret. De estos sabios y filósofos revolucionarios aprendí la importancia de conocernos a nosotros mismos para domesticar la mente y vivir conscientemente. Los vinculo con el valor del autoconocimiento.
Gerardo Schmedling. De este filósofo y divulgador espiritual aprendí que la vida es un proceso pedagógico diseñado para que vayamos más allá del ego y reconectemos con el ser, aprendiendo a ser felices y dar siempre lo mejor de nosotros mismos. Lo vinculo con el valor del amor.
Jiddu Krishnamurti. De este místico y divulgador espiritual aprendí que la libertad de expresión es absurda si no existe primero la libertad de pensamiento, la cual conquistamos cuando cuestionamos las creencias con el que fuimos condicionados. Lo vinculo con el valor de la libertad.
Osho. De este místico y líder espiritual aprendí que no hay nada más difícil -y también más satisfactorio- que compartir reflexiones que invitan a otras personas a cuestionar el núcleo de su identidad y, por ende, su forma de entender la vida. Lo vinculo con el valor de la elocuencia.
Anthony de Mello. De este monje jesuita y divulgador espiritual aprendí que reírse de uno mismo es la mejor medicina para curar las enfermedades del alma y que el sentido del humor es imprescindible para hablar de cosas serias. Lo vinculo con el valor de la honestidad.
Sri Ramana Maharshi, Sri Nisargadatta Maharaj y Ramesh S. Balsekar. De estos místicos y divulgadores de Advaita (no-dualidad) aprendí que el mundo es una ilusión creada por la mente, el ego y los pensamientos. Y que más allá del yo ilusorio con el que solemos estar identificados, en realidad somos pura consciencia. Los vinculo con el valor de la verdad.
Mahatma Gandhi y Martin Luther King. De estos líderes espirituales y activistas de la desobediencia civil no violenta aprendí que lo más importante en la vida es predicar con el ejemplo, convirtiéndonos en el cambio que queremos ver en el mundo. Lo vinculo con el valor de la responsabilidad.
Muhammad Ali. De este boxeador y activista en favor de los derechos civiles aprendí que hemos de tomar decisiones que honren nuestros verdaderos valores, siendo fieles a los principios éticos que queremos que nos muevan en la vida. Lo vinculo con el valor de la integridad.
Oscar Wilde y Freddy Mercury. De este escritor y cantante, respectivamente, aprendí que no hemos de permitir que los juicios de gente limitada y acomplejada nos impidan ser verdaderamente genuinos y originales. Los vinculo con el valor de la autenticidad.
Leonardo Da Vinci. De este artista y genio aprendí que nuestra inteligencia y nuestro talento tienen muchas formas diferentes de manifestarse y que lo importante no somos nosotros, sino lo que sucede a través nuestro para servir a otros. Lo vinculo con el valor de la creatividad.
Ryszard Kapuscinsky. De este escritor y corresponsal de guerra aprendí que no tenemos porqué tener un empleo, sino que podemos co-crear nuestro propio trabajo, dándole un sentido mucho más trascendente a nuestra dimensión profesional. Lo vinculo con el valor de la trascendencia.
Oliver Stone. De este guionista y director de cine aprendí que el arte puede ser un arma muy poderosa para cuestionar la versión oficial del orden social establecido, utilizando el entretenimiento como un medio para hacer reflexionar. Lo vinculo con el valor de la inspiración.
Steve Jobs. De este empresario, co-fundador de Apple, aprendí que es esencial pensar en grande y estar verdaderamente comprometidos con la calidad y la excelencia para ofrecer productos y servicios disruptivos. Lo vinculo con el valor de la innovación.
Robert T. Kiyosaki. De este empresario e inversor aprendí la importancia de estar en paz con el dinero y que el objetivo de nuestra profesión no ha de ser el afán de lucro personal, sino el de crear riqueza y prosperidad para otros seres humanos. Lo vinculo con el valor de la abundancia.
Julio Verne. De este escritor aprendí que es fundamental confiar en nuestra visión aunque nadie más lo haga, siendo pioneros a la hora de materializar ideas revolucionarias que se salgan del camino trillado por el que circula la mayoría. Lo vinculo con el valor de la visión.
Vicente Ferrer. De este cooperante, empresario y filántropo aprendí que el altruismo consiste en orientar nuestra vida al bien común, comprendiendo que al hacer algo bueno para otros seres humanos es como encontramos nuestro propio bienestar. Lo vinculo con el valor de la generosidad.
LOS REFERENTES TIENEN UN LADO OSCURO
Si bien solemos sentirnos agradecidos a nuestros referentes por iluminarnos e inspirarnos, no hemos de caer en el error de idealizarlos. Al encaramarlos a un pedestal, creamos una distancia emocional entre ellos y nosotros que nos lleva inconscientemente a infravalorarnos. Se trata de un sutil mecanismo de defensa por el cual nos autoconvencemos de que ellos pudieron manifestar cierta grandeza por estar en un nivel superior al nuestro. Pero esa creencia no es más que puro autoengaño, que trata de tomar el control para limitarnos.
Además, cuando idealizamos a alguien es una simple cuestión de tiempo que termine por defraudarnos. Y no porque sea un farsante –que puede que lo sea–, sino porque de pronto descubrimos algún detalle de su vida que no encaja con la imagen distorsionada que nos habíamos creado de él en nuestra cabeza. Sin embargo, la decepción que sentimos es problema nuestro, no suyo: es la consecuencia de haberlo endiosado.
Al igual que tú y que yo, nuestros referentes son seres humanos. Y por tanto, también albergan un lado oscuro. Todos tenemos defectos, debilidades, contradicciones, incoherencias y mediocridades. Ellos también. De hecho, es importante saber de qué pie cojean y cuál es la piedrecita con la que suelen tropezar. Solo al humanizar a nuestros referentes empezamos a verlos tal y como son. Es entonces cuando nos damos cuenta de que en realidad son personas normales y corrientes como nosotros. Y que si ellos pudieron, nosotros también podemos.
MATA A TUS REFERENTES
Otro error que solemos cometer es imitar a nuestros referentes y pretender ser como ellos. De hecho, algunos emplean la técnica del modelaje, identificando y replicando los patrones de éxito de las personas a las que admiran con el objetivo de cosechar sus mismos resultados. En vez de convertirse en sí mismos se han vuelto como sus referentes, lo cual es un claro síntoma de que mantienen con ellos una relación bastante limitante y potencialmente tóxica.
Se requiere de mucha humildad para seguir y aprender de alguien. Pero también de mucha valentía para atreverse a soltarlo y dejarlo ir. En nuestro camino hacia el verdadero autoconocimiento y madurez espiritual es fundamental que tarde o temprano matemos a nuestros referentes. Solo así nos convertirnos, finalmente, en nuestro propio referente. En última instancia, nosotros somos el gurú, el maestro, el guía, el faro y la brújula que necesitamos para tomar nuestras propias decisiones en la vida.
Todo lo que vimos en su día en nuestros referentes lo vimos, en primer lugar, porque estaba dentro de nosotros mismos. Ellos tan solo nos hicieron de espejo. Nos ayudaron a ver algo que se encontraba oculto en nuestro interior más profundo. Y por ello siempre ocuparán un lugar destacado en nuestro corazón. Lo más bonito de este proceso de aprendizaje y transformación, es que en el preciso momento en que nos convertimos en nuestro propio referente, empezamos –casi sin darnos cuenta– a ser un referente para otros.