Por Borja Vilaseca

A pesar del culto contemporáneo al pensamiento lógico y racional, para afrontar el nuevo mundo que se avecina necesitamos explorar nuestra parte más emocional y creativa.

Puede que nos hayamos olvidado, pero todos hemos sido niños. Por aquel entonces, veíamos la vida con asombro y la disfrutábamos jugando con la imaginación. Pero tarde o temprano nuestras ilusiones chocaron contra el muro que los adultos llaman “realidad”, que comenzamos a construir al iniciar nuestra andadura académica y profesional. ¿Cuántas veces nos han dicho que no podemos ganarnos la vida haciendo lo que nos gusta? De tanto oírlo, la mayoría nos lo terminamos creyendo, dejando nuestros sueños de lado.

Al entrar en la edad adulta, muchos ni siquiera sabemos lo que nos apasiona. Pero, si cada uno de nosotros nace con un potencial, con un talento y con una misión determinados, ¿por qué en general nos dedicamos a profesiones que poco o nada tienen que ver con nuestros verdaderos valores? La respuesta se encuentra en nuestro cerebro. Este órgano está dividido en dos: el hemisferio izquierdo y el hemisferio derecho. Ambos están separados entre sí, tan sólo unidos por un cuerpo calloso (un conglomerado de fibras nerviosas) a través del que se transfiere información de un lado al otro. Curiosamente, cada hemisferio procesa la información que recibe del exterior de forma distinta. Cada uno está relacionado con áreas y funciones diferentes. Podría decirse que ambos cuentan con su propia personalidad.

El hemisferio izquierdo, por ejemplo, es el responsable del lenguaje verbal, de la habilidad lingüística, de la capacidad de análisis, de la resolución de problemas matemáticos, así como de la memoria y el pensamiento lógico y racional. Es el más intelectual, formal y convencional de los dos; se le da muy bien absorber y almacenar información teórica y numérica, como nombres, definiciones o fechas. Por el contrario, tiende a controlar e inhibir sus sentimientos. Le gusta medir el tiempo de forma secuencial y lineal, relacionando el pasado con el futuro. Es el encargado de la organización, el orden, la estructura y la planificación. Es muy obediente y disciplinado, y se rige por medio de normas, reglas, protocolos, leyes y procedimientos estandarizados. Y utiliza el miedo para protegernos y mantenernos a salvo de potenciales amenazas y peligros.

Este hemisferio busca certezas y solamente se fija en la dimensión física, cuantitativa, tangible y material de las cosas. Le encanta etiquetar con palabras todo lo que percibe. Y le cuesta mucho percibir los infinitos matices grises que se encuentran entre los extremos blanco y negro. El hemisferio izquierdo también es especialista en descomponer y fragmentar la realidad en piezas, analizando éstas una por una para extraer conclusiones objetivas y deducciones empíricas. Solo considera válida aquella información que pueda demostrarse a través de hechos irrefutables, resultados medibles y datos estadísticos.

 EL VALOR DE LO EMOCIONAL
“Lo esencial es invisible a los ojos; tan sólo puede verse con el corazón.”
(Antoine de Saint Exupery)

El hemisferio derecho, por otra parte, está más vinculado con la experiencia cinestésica y sensorial de todo aquello que sabemos que no puede expresarse con palabras, y que no por ello es menos real. Nos brinda la habilidad de interpretar señales, signos y metáforas, así como la capacidad de soñar y de comprender el significado oculto de las cosas. Este hemisferio nos conecta con la dimensión emocional y espiritual de nuestra condición humana; nos permite sentir la parte cualitativa, intangible e inmaterial de las cosas. Es el más artístico, original y rebelde de los dos; le gusta salirse de la norma e ir más allá de lo socialmente establecido. No tiene sentido del tiempo y está totalmente centrado y arraigado en el momento presente.

Es experto en relacionarse con los demás. Destaca por su empatía, su compasión y su destreza para detectar los aspectos no verbales de la comunicación. Se le dan muy bien la percepción espacial, el movimiento y la orientación. Tiene una visión holística de la realidad, concibiéndola como una unidad donde todo está integrado e interconectado. Entre otros dones, el hemisferio derecho nos permite desarrollar la intuición, la imaginación, la innovación y el pensamiento creativo; tiene facilidad para visualizar ideas e inventar cosas que no existían y que aparentemente no eran posibles. Y gracias a esta facultad, nos permite evolucionar y progresar como individuos y como sociedad. De forma subjetiva, nos proporciona revelaciones, aumentando nuestra comprensión y sabiduría acerca de quienes somos y cuál es nuestro propósito en la vida. Y en definitiva, nos nutre de confianza para atrevernos a seguir nuestra propia voz interior y, en consecuencia, recorrer nuestro propio camino.

Los neurólogos han descubierto que ambos hemisferios actúan a la vez. Los dos presentan cierta actividad neuronal ¾en mayor o menor medida¾, independientemente del tipo de tareas que llevemos a cabo. A su vez, cada uno de estos dos lados del cerebro controla partes diferentes de nuestro cuerpo. Ninguno de los dos es más importante que el otro; más bien son complementarios. Por ejemplo, el hemisferio izquierdo coordina el movimiento de la parte derecha y el derecho, de la parte izquierda. El reto es encontrar el equilibrio entre uno y otro, sacando así el máximo provecho de nuestro cerebro y, en consecuencia, de nuestro potencial como seres humanos.

A día de hoy la mayoría de nosotros estamos tiranizados por el hemisferio izquierdo, el cual lleva siglos dominando nuestra manera de relacionarnos con la realidad socioeconómica. No es casualidad que nueve de cada 10 ciudadanos seamos diestros, o de que el pensamiento lógico y racional gobierne nuestra toma de decisiones profesionales. Y es esta descompensación con nuestro hemisferio derecho lo que impide que muchos desconozcamos la forma de cultivar la intuición y la creatividad necesarias para reinventarnos profesionalmente.

LA IMPORTANCIA DEL HEMISFERIO DERECHO
“La inteligencia y la creatividad de cada persona son tan singulares como su huella dactilar.”
(Ken Robinson)

El hemisferio izquierdo del cerebro sigue siendo el único protagonista en las aulas. La inteligencia y el valor de las nuevas generaciones se sigue midiendo con la puntuación que los estudiantes sacan en los exámenes. Esta forma de encorsetar la inteligencia está avalada por todos los centros académicos oficiales contemporáneos, ya sean colegios, institutos o universidades. Y es que seguimos creyendo que el pensamiento lógico y el conocimiento racional son superiores a la intuición, la imaginación y la creatividad.

Tal como explica el experto en educación, talento y creatividad, Ken Robinson, los actuales tests miden cierto tipo de inteligencia, pero dejan de lado muchos aspectos y cualidades de la misma. De hecho, el acto de medir la inteligencia y reducirla a una simple cifra no es muy inteligente, principalmente porque no es algo estático, sino que se trata de una capacidad que puede cultivarse y entrenarse. Hay tantas maneras de expresar la inteligencia como seres humanos hay en este mundo. Eso sí, todas ellas van de la mano de la creatividad. Y al igual que la capacidad de razonar nos viene de serie, el pensamiento creativo es inherente a nuestra condición humana.

Si bien las habilidades del hemisferio izquierdo nos han dado buenos resultados a lo largo de la Era Industrial, para la Era del Conocimiento que está emergiendo ya no van a ser suficientes. Ha llegado la hora de potenciar nuestro hemisferio derecho y promover un sano equilibrio entre ambos. Para lograrlo, el reto es descubrir un medio profesional para canalizar todo el potencial innato que reside en nuestro interior. De pronto encontramos la manera de conjugar una serie de elementos que antaño parecían contradictorios e incompatibles, como por ejemplo la pasión con la profesión o la vocación con el dinero. Y son este tipo de revelaciones las que nos aporta nuestro hemisferio derecho. Ha llegado el momento de escuchar lo que a cada uno de nosotros tiene que decirnos. Eso sí, en vez de hablarle a nuestra mente con palabras, se comunica a través de lo que sentimos en nuestro corazón. El quid de la cuestión es si somos lo suficientemente valientes como para escucharlo.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 17 de febrero de 2013.