Por Borja Vilaseca

El modelo económico del actual sistema capitalista está al borde del colapso. Pronto se iniciará una oleada de cambios y transformaciones imparables. Todo está por hacer desde el ser.

Por más que muchos consideremos que la economía es algo ajeno a nosotros, los seres humanos formamos parte de ella del mismo modo que los peces forman parte del océano. De hecho, pensar que la economía no nos concierne es como afirmar que no nos interesa el aire. Basta con echar un vistazo a su etimología. Su origen procede de dos raíces griegas: oikos -que significa «casa»- y nemein, que quiere decir «administración». Es decir, que en esencia la economía implica la administración de la casa.

También podría describirse como el tablero de juego sobre el que hemos edificado nuestra existencia, y en el que a través del dinero se relacionan e interactúan una serie de jugadores principales: el sistema monetario, las instituciones bancarias, las corporaciones, las pequeñas y medianas empresas y los seres humanos. Cabe decir que esta partida está regulada por leyes diseñadas por los Estados, los cuales están supuestamente gestionados por la clase política. Sin embargo, por encima de su influencia el poder real reside en los ciudadanos: con nuestra manera de ganar dinero (trabajo) y de gastarlo (consumo) moldeamos día a día la forma que toma la economía.

Por más que los expertos nos la presenten con extrañas y complicadas definiciones, la economía es, en última instancia, la proyección física y material de cómo pensamos y nos comportamos económicamente la mayoría de nosotros. Sobre este denominador común, lo que marca verdaderamente la diferencia son los medios que utilizamos para conseguir dinero y la finalidad para el que lo empleamos.

Para ver la forma física de la economía, lo mejor es observar cualquier ciudad desde un mirador. Al tomar perspectiva, es fácil concluir que se trata de la costra que le ha salido a la naturaleza. Y lo cierto es que su tamaño es cada vez mayor. Desde el año 2008 más de la mitad de la población mundial vive en núcleos urbanos.[i] A su vez, el número de seres humanos sobre el planeta crece a un ritmo vertiginoso. A principios de 2020 superamos la cifra de 7.700 millones y se estima que en el año 2025 rondaremos los 9.000 millones.[ii]

Esta imparable expansión demográfica es la principal amenaza de nuestra sostenibilidad como especie sobre el planeta. Primordialmente por el impacto medioambiental que tienen nuestros actuales hábitos de consumo, los cuales están estrechamente relacionados con el crecimiento económico predominante en el viejo modelo que actualmente se encuentra al borde del colapso.

Mientras seguimos asfaltando y urbanizando la naturaleza, conviene recordar que la economía creada por la especie humana es un subsistema que está dentro de un sistema mayor: el planeta Tierra, cuya superficie física y recursos naturales son limitados y finitos. De ahí que el movimiento ecologista lleve años insistiendo en que «el problema radica en que el subsistema menor -la economía- está orientado al crecimiento y la expansión, mientras que el sistema mayor -el planeta- no aumenta ni cambia de tamaño».[iii]

En este sentido, los lagos, los bosques y los ríos son concebidos como recursos y bienes al servicio de los seres humanos. Tanto es así que la naturaleza no tiene derechos. La hemos convertido en una mera propiedad privada. Por eso podemos venderla, comprarla, intercambiarla y repartirla a pedazos con fines lucrativos y mercantilistas. Esta es la razón por la que la economía está devorando año tras año la superficie del planeta. Sin embargo, creer que el crecimiento económico va a resolver nuestros problemas existenciales, es como pensar que podemos atravesar un muro de hormigón al volante de un coche pisando a fondo el acelerador.

EL AUGE DE LA DEPRESIÓN Y LOS SUICIDIOS
“Estamos produciendo seres humanos enfermos para obtener una economía sana.”
(Erich Fromm)

El desarrollo material infinito que promueve el capitalismo no solo es ineficiente e insostenible, sino que es del todo imposible. Esencialmente porque los seres humanos consumimos colectivamente más recursos de los que produce el planeta Tierra. No solo estamos en deuda con el medio ambiente que posibilita nuestra existencia, sino que activamente mermamos su salud, impidiendo su necesaria regeneración. De ahí que la pregunta ya no sea si vamos a cambiar o no los fundamentos psicológicos, filosóficos, económicos y ecológicos del sistema, sino cuándo y cómo vamos a hacerlo. De hecho, la pandemia del coronavirus está acelerando este necesario proceso de transformación.

Aunque no se suela hablar de ello en las noticias, se estima que más de 300 millones de seres humanos padecen de depresión.[iv] En paralelo, el consumo de antidepresivos se ha disparado exponencialmente en todo el mundo. Irónicamente, la venta de estos fármacos ensancha notablemente el PIB de las naciones. Otra estadística tabú en nuestra sociedad es la referente al número de suicidios. Se estima que 800.000 personas se quitan la vida cada año.[v] Estos datos son solo la punta de un gigantesco y oscuro iceberg. A pesar de haberse convertido en un fenómeno normalizado, nuestra sociedad padece una grave enfermedad llamada «infelicidad».

Si bien se está produciendo a cámara lenta, el viejo paradigma está derrumbándose. Y no es para menos. Con nuestra manera de ganar y de gastar dinero, cada uno de nosotros está aportando su granito de arena en la construcción de la denominada «economía inconsciente». Es decir, que por medio de la psicología del egocentrismo y la filosofía del materialismo, entre todos hemos creado un tablero de juego que va en contra de sí mismo, de su propia supervivencia física, emocional y económica.

No en vano, está compuesto por un sistema monetario que arrastra una deuda perpetua e insostenible, unas empresas codiciosas e ineficientes y unos seres humanos desconectados e infelices, cuya existencia carece de propósito y significado. A su vez, este sinsentido común globalizado es el principal responsable de la destrucción del hogar que todos compartimos: el planeta Tierra. El colapso económico se acerca. No hay más parches que puedan evitar la necesaria transformación y regeneración del sistema. Frente a este panorama, la pregunta aparece por sí sola: ¿hasta cuándo vamos a posponer lo inevitable?

Este artículo es un capítulo del libro El sinsentido común, de Borja Vilaseca, publicado en 2011.

[i] Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

[ii] Según La Wikipedia.

[iii] Reflexión extraída del documental La hora 11, de Nadia y Leila Conners.

[iv] Según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

[v] Idem.