Por Borja Vilaseca

Para posibilitar la supervivencia de nuestra especie en el planeta Tierra, es fundamental que dejemos de buscar la felicidad en el consumo material. Y empezar a consumir de forma consciente.

A no ser que su sueldo dependa de lo contrario, muy pocos científicos cuestionan y ponen en duda que el gran desafío al que nos enfrentamos como humanidad se llama «calentamiento global». Y este se define como el creciente aumento de la temperatura terrestre y de los océanos a causa de la excesiva liberación de dióxido de carbono y otros gases derivados de la quema de combustibles fósiles, como el petróleo, el carbón y el gas natural.

Dado que este tipo de energías no renovables y altamente contaminantes representan la base sobre la que estamos creciendo económicamente sobre la faz de la Tierra, la ecuación es bien simple: cuanto mayor es el desarrollo y la actividad de la civilización humana, mayor es también el calentamiento global. Y puesto que se trata de un fenómeno que pone en riesgo nuestra salud y nuestra supervivencia como especie, a la ecología no le va a quedar más remedio que ponerse de moda.

Etimológicamente, procede de los vocablos griegos oikos -que significa «casa»- y logos, que quiere decir «conocimiento». Así, la ecología es la ciencia que estudia nuestro verdadero hogar: la naturaleza, de manera que podamos vivir y disfrutar de ella de forma eficiente y sostenible. La única razón por la que nos hemos olvidado de ella es porque llevamos siglos sepultándola bajo el alquitrán sobre el que hemos construido el tablero de juego de la economía.

Al construir nuestro estilo de vida sobre las ciudades, muchos de nosotros estamos aislados y desconectados de la naturaleza. De ahí que en general nos sea tan difícil empatizar con el planeta. Sin duda alguna, es nuestra gran asignatura pendiente. Prueba de ello es que la mayoría ignoramos el impacto que tiene nuestra existencia hiperconsumista sobre la Tierra.

Eso sí, inspirados por el nuevo paradigma, en cada vez más seres humanos se está despertando la consciencia ecológica. Y ésta nos lleva a reflexionar acerca de cómo estamos gastando nuestro dinero, una práctica más conocida como «consumo responsable» o «consumo ecológico». En esencia, consiste en comprar lo que verdaderamente necesitamos en detrimento de lo que deseamos, tratando de apoyar con nuestras compras a empresas y organizaciones que favorezcan la igualdad social y la conservación del medio ambiente.

Por eso se dice que nuestro poder como ciudadanos ya no reside tanto en nuestro voto como en nuestro consumo. O que la revolución del sistema y de las empresas se encuentra en manos de los consumidores. Cada vez que pagamos por algo estamos validando y aprobando la manera en la que se ha producido. Al poner nuestro dinero sobre el mostrador, en el fondo es una afirmación de que «estamos conformes con la forma en la dicho producto se ha hecho, con los materiales empleados para su fabricación y con lo que va a ser de él cuando no lo queramos y lo tiremos». ¹

CONSUMIR RESPONSABLEMENTE
“Hagas lo que hagas en la vida será insignificante, pero es importante que lo hagas porque nadie más lo hará.”
(Mahatma Gandhi)

Esta nueva forma de votar parte de la premisa de que «el dinero es energía». Con cada euro que gastamos damos fuerza al comercio, la empresa, el producto y el servicio que compramos. En el caso de que sintamos la necesidad de consumir de una forma más consciente y coherente, necesitamos cultivar el hábito de preguntarnos: ¿Qué compramos?, ¿por qué lo compramos? y ¿dónde lo compramos? Y que en base a las respuestas obtenidas, actuemos en consecuencia. De lo que se trata es de minimizar la huella ecológica que nuestro estilo de vida está generando sobre la naturaleza.

Y para ello, basta con recordar la economía de los materiales. Antes de que podamos adquirir un determinado producto, éste pasa por las fases de extracción, producción y distribución, las cuales pueden ser cómplices (o no) de la explotación laboral y la contaminación del planeta. Y una vez lo hemos consumido y utilizado, también pasa por la fase de desecho. De ahí que sea interesante pensar en los residuos y la basura que genera, viendo si se puede introducir en un proceso de reciclaje. Entre otras medidas cotidianas, cada vez se utilizan menos bolsas de plástico en los supermercados, fomentando que los consumidores salgamos a la calle con el carrito de la compra.

Siguiendo este tipo de prácticas, los consumidores responsables también se esfuerzan por buscar fuentes de información fiables, dejando de creer ciegamente en los mensajes que la propaganda corporativa emite por medio de la publicidad. Así es como podemos determinar qué empresas, productos y servicios respetan los derechos humanos y el medioambiente, pudiendo hacer una compra ética, verdaderamente alineada con nuestros valores.

Por ello, el consumo ecológico es el principal promotor del «comercio justo» y la «producción ecológica y orgánica». Por un lado, el comercio justo integra una visión postmaterialista que actualmente no contempla el capitalismo salvaje. Apuesta por establecer una relación comercial voluntaria e igualitaria entre productores y consumidores, de manera que todos salgamos ganando. Y dado que el mundo se ha convertido en un gran mercado, su filosofía es que la mejor ayuda que las naciones desarrolladas pueden proporcionar a los países en vías de desarrollo es el establecimiento de relaciones comerciales éticas, justas y respetuosas. Por su parte, la producción ecológica y orgánica es una firme apuesta por la calidad y no tanto por la cantidad. De ahí que no utilice transgénicos ni pesticidas, con lo que los productos son totalmente naturales y, por tanto, menos dañinos para todos.

En paralelo y de la mano de la revolución verde, la gestión de residuos y el reciclaje se están profesionalizando. Sin embargo, por más nobles y beneficiosos que sean estos procesos para el planeta, no están orientados a solucionar el problema medioambiental. Más que nada porque se centran en paliar los efectos de nuestra manera ineficiente e insostenible de consumir, y no en solventar su auténtica causa: el hiperconsumismo. Esta es la razón por la que parte de nuestra responsabilidad como consumidores consiste en disminuir y optimizar nuestro consumo, logrando así generar menos residuos y desechos. Primordialmente porque la economía consciente tiene muy en cuenta los límites naturales de la biosfera en la que se sustenta. Tanto es así, que el principal slogan ecológico dice lo siguiente: «Reduce, reutiliza y recicla». ²

¹ Reflexiones extraída del documental La hora 11, de Nadia y Leila Conners.

² Extraído del libro La historia de las cosas, de Annie Leonnard.

Este artículo es un capítulo del libro El sinsentido común, de Borja Vilaseca, publicado en 2011.