Por Borja Vilaseca

Estamos inmersos en un profundo cambio de época, dejando atrás las obsoletas limitaciones de la Era Industrial y abriéndonos al sin fin de posibilidades que ofrece ahora mismo la nueva realidad emergente, denominada “Era del Conocimiento”.

Algunos dicen que comenzó en 1975, con la invención del primer ordenador personal (el Altair 8800), diseñado por la empresa MITS. Otros señalan que fue en 1989, con la caída del Muro de Berlín, lo que representó el fin del comunismo y el principio del capitalismo de libre mercado. También hay quienes consideran que sucedió en 1991, cuando el inglés Tim Berners-Lee creó la World Wide Web (la Red Informática Mundial), más conocida como «Internet». Y quienes afirman que sucedió en 2001, cuando China entró a formar parte de la Organización Mundial del Comercio, convirtiéndose en la fábrica del mundo…

Todos estos hechos ponen de manifiesto que nos encontramos inmersos en un periodo de profundos cambios y transformaciones. Tras pasar por la Era de los Cazadores y Recolectores, la Era Agrícola y la Era Industrial, estamos presenciando el amanecer de la cuarta gran etapa en la historia de la humanidad: la «Era del Conocimiento». Ya no es necesario tener tierras, fábricas o capital para ganar dinero, sino disponer de información útil que contribuya a aportar algún tipo de valor para la sociedad. Ahora mismo, la principal fuente de riqueza es el conocimiento, el talento y la creatividad. Fundamentalmente porque los factores económicos tradicionales como las materias primas, la financiación y el trabajo físico realizado por mano de obra poco cualificada son mucho más fáciles de conseguir.

Gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), el conocimiento está democratizándose, siendo accesible para cada vez más ciudadanos en todo el planeta. En las economías desarrolladas materialmente, la gran mayoría disponemos de ordenador portátil, móvil, Internet y correo electrónico. Además, la infinidad de aplicaciones y programas informáticos existentes hoy en día posibilitan que mejoremos nuestra eficiencia y productividad, así como nuestra capacidad de crear, innovar y aportar valor añadido.

El uso cotidiano de estas herramientas no sólo está transformando el mundo laboral, sino también la manera en la que nos relacionamos. Gran parte de nuestros vínculos personales y profesionales se desarrollan de forma virtual y digital. Prueba de ello es el triunfo de redes sociales como Facebook (800 millones de miembros en todo el mundo), Twitter (500 millones) o Linked-In (135 millones), por citar las tres más destacadas en 2012. A través de la pantalla de nuestro ordenador y de nuestro teléfono móvil, tenemos la posibilidad de compartir lo que sea durante las 24 horas al día los 365 días del año. Incluso podemos hablar cara a cara con personas que viven en cualquier rincón del planeta a través de Skype.

La principal consecuencia de esta revolución tecnológica es que la información es libre, abundante y gratuita. De ahí que a golpe clic tengamos a nuestro alcance cualquier conocimiento que nuestra mente sea capaz de concebir y asimilar. En vez de ir a la biblioteca, acudimos a Google o visitamos la Wikipedia. En paralelo, Amazon está convirtiéndose en la tienda preferida de cada vez más consumidores. Eso sí, dado que el volumen de información en la red se duplica cada cuatro años,[i] nuestro activo más importante es contar con información de calidad. Es decir, aquella que sea veraz, valiosa y oportuna. De ahí que sea imprescindible actualizar constantemente el archivo donde almacenamos todo lo que sabemos.

EL FENÓMENO DE LA GLOBALIZACIÓN
“Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino quienes no sepan aprender, desaprender y reaprender”
ALVIN TOFFLER

Otro de los pilares que han propiciado la Era del Conocimiento es el imparable proceso de globalización. Si bien la crisis sistémica es coyuntural -depende de las circunstancias actuales y tarde o temprano pasará-, la globalización es un fenómeno estructural. Es decir, que ha venido para quedarse, convirtiéndose en un elemento clave del nuevo escenario socioeconómico emergente. Tanto es así, que algunos afirman que «la Tierra se ha aplanado»[ii]. Principalmente porque están desapareciendo los muros y las fronteras que separan a los países, permitiendo que las compañías multinacionales expandan el comercio internacional, creando una economía global que permite la libre circulación de personas, empresas, ideas, productos y servicios.

Uno de los efectos de la globalización es la «deslocalización». Es decir, el acto de trasladar fábricas enteras de países desarrollados a otros en vías de desarrollo como China, Brasil o India para reducir y abaratar sus costes de producción. No en vano, en estas naciones la mano de obra no cualificada -propia de los sectores y profesiones industriales- es mucho más barata. Además, las compañías que externalizan sus procesos productivos a este tipo de economías también gozan de numerosas ventajas fiscales, empezando por la reducción de impuestos y la subvención de energía por parte de los gobiernos locales. Aunque estas decisiones empresariales suelen ser vistas como una estrategia orientada a aumentar los beneficios, en realidad se trata de una maniobra necesaria para sobrevivir en un mundo cada vez más competitivo.

A pesar de recibir salarios extremadamente bajos por sus intensas jornadas laborales, estos nuevos empleos están permitiendo que muchas personas salgan de su situación de extrema pobreza. Eso sí, como consecuencia de esta inversión extranjera, China, Brasil e India también están desarrollándose, proporcionando a sus ciudadanos -aunque de modo desigual- una gradual mejora de su nivel de vida económico y material.

Aunque es cierto que la deslocalización comenzó en 1970 con los empleados de cuello azul (en su mayoría operarios de fábrica de sectores industriales), a día de hoy también está afectando a los profesionales de cuello blanco, cuyo trabajo se realiza en despachos y oficinas del sector servicios. A este fenómeno se le conoce como «subcontratación». Y consiste en llegar a un acuerdo con una empresa externa -ubicada en alguna nación en vías de desarrollo- para que realice parte de las funciones operativas de grandes compañías centralizadas en países desarrollados. La subcontratación más común es la del departamento de atención al cliente. Esta es la razón por la que cada vez que llamamos a nuestra empresa telefónica en España nos atiende un empleado de una compañía subcontratada en un país latinoamericano, como Perú o Colombia.

A lo largo de la Era del Conocimiento, las actividades económicas que no aporten valor añadido va a seguir descomponiéndose en partes y procesos. La mayoría se irán digitalizando por medio de artefactos cada vez más sofisticados fabricados con tecnología cada vez más avanzada. Y los que no puedan automatizarse, se seguirán externalizando y subcontratando mediante acuerdos de colaboración con compañías y gobiernos de países en vías de desarrollo.

Este artículo es un extracto del libro “Qué harías si no tuvieras miedo”, publicado por Borja Vilaseca en abril de 2012.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
[i] Según la Ley de Moore.
[ii] Información extraída del libro La Tierra es plana, de Thomas Friedman.