Por Borja Vilaseca
La experiencia de la maternidad es la más bonita de la vida. Pero también la más agotadora y desafiante, especialmente durante los primeros años. Antes de traer a un bebé al mundo, más vale estar bien preparado.
Este artículo está escrito para quienes les gustaría ser padres (o madres) alguna vez en la vida. Para aquellas parejas que han tomado la decisión de tener un hijo y ahora mismo están activamente trabajando en ello. Para aquellas que están en pleno embarazo y en apenas unos meses verán nacer a su primer retoño. Y por qué no, también para los padres y las madres que quieran recordar con nostalgia cómo les cambió la vida traer un bebé a este mundo. Para todos ellos, a continuación se describe la letra pequeña de la maternidad y la paternidad. Es decir, los puntos más delicados que cualquier pareja deberá de afrontar al recibir a su primer vástago.
Nada más comunicar a nuestro entorno social y familiar que vamos a tener un hijo, enseguida descubrimos que estábamos rodeados –sin saberlo– de expertos y gurús en el arte de educar a los hijos. De pronto empezamos a acumular recomendaciones –muchas de ellas totalmente contradictorias– acerca de cómo deberíamos vivir este momento tan decisivo. Pero dado que cada bebé es único y cada pareja es diferente, digan lo que nos digan no nos va a quedar más remedio que cometer nuestros propios errores, aprendiendo a través de nuestra propia experiencia. Una cosa es lo que creemos que es la paternidad y otra, infinitamente distinta, lo que realmente implica ser padres. Es imposible saber de antemano lo mucho que la llegada de nuestro primer hijo va a cambiarnos la vida.
Del mismo modo que Jesús de Nazaret pasó 40 días en el desierto, como pareja deberemos pasar 40 días de ‘cuarentena sexual’. Una vez la mujer se recupera del parto, hemos de dedicar tiempo y energía para mantener encendida la llama de la pasión. Por más que al principio nos cueste despegarnos de nuestro bebé, es fundamental que creemos espacios de intimidad para estar a solas. Al menos una vez por semana podemos organizar una comida o una cena romántica, en la que –como hombre y mujer– cultivemos nuestra relación como amigos, amantes y compañeros de viaje. Lo cierto es que la llegada del bebé nos adentra en una rutina y una inercia que suele alejarnos el uno del otro, creando una distancia emocional tan imperceptible como difícil de detener. Además, si cesa el amor entre los padres, los hijos lo acaban pagando. No es casualidad que durante los primeros tres años desde el nacimiento de nuestro primer hijo se produzcan cada vez más separaciones.
DESGASTE EMOCIONAL
“Los hijos no unen a las parejas ni las hacen más felices; más bien destapan las verdades que se ocultan debajo de la alfombra de nuestro hogar.”
(Lev Tolstoi)
Los bebés son criaturas extremadamente tiernas y adorables. Pero dado que no pueden valerse por sí mismos, enseguida se apegan al afecto y la seguridad que les brindamos. Además, dado que viven en modo supervivencia, son tremendamente egocéntricos y demandantes. Necesitan el 100% de nuestra atención; no se conforman con menos. Si la mujer decide darle el pecho, el bebé se pasará enganchado a su pecho una media de seis horas diarias. No en vano, hay que darle de comer cada tres horas. También hemos de limpiarle el culito y cambiarle de pañal unas siete veces por día, así como ponerle y quitarle la ropita, bañarlo, darle mimos, jugar con él y estar a su lado en todo momento para que no se sienta solo y no se haga daño.
Y no sólo eso. La gran mayoría de bebés se despiertan un par de veces cada noche, utilizando su estridente llanto como medio de comunicación. En general, lloran porque les duele la aparición de dientes, porque tienen fiebre o porque el pipí o la caquita les ha desbordado el pañal. En vez de caer en la tiranía de los reproches y del “te toca”, es esencial armarnos de paciencia y de generosidad para sacar fuerzas de donde sea y no pagar nuestro mal humor con nuestra pareja.
Por todo ello, al convertirnos en padres y madres nuestro hijo recién nacido nos lleva a conocer aspectos de nosotros mismos que desconocíamos. No sólo trastoca completamente nuestro estilo de vida, sino que debido al cansancio acumulado suele provocar que aflore nuestro lado oscuro, poniendo de manifiesto el tipo de persona que verdaderamente somos. Además, más nos vale contar con hermanos mayores de quien heredar o bien tener un colchón bien mullido, pues el desembolso que deberemos realizar para afrontar el primero de año se sitúa en torno a los 5.000 euros. Eso sí, para no desesperarnos hemos de contemplar estos gastos como una buena inversión.
En paralelo, hemos de reorganizar nuestras prioridades y aspiraciones vitales, adaptándonos a los horarios de nuestro retoño. Dado que alguien ha de estar 24 horas al día junto a la criatura, tarde o temprano hay que tomar decisiones: ¿Podemos permitirnos que uno de los dos miembros de la pareja deje de trabajar? ¿Contamos con la ayuda diaria de los abuelos? ¿Contratamos a una canguro de forma fija? ¿Lo llevamos a la guardería? Y si bien nuestro nuevo hobbie de fin de semana se llama “ejercer de padres”, otro de ellos consiste en hacer malabarismos para que tanto nosotros como nuestra pareja también dispongamos de tiempo para nosotros mismos.
EVITAR VOLVERNOS NEURÓTICOS
“Amar a nuestros hijos implica dejar de lado nuestros deseos para atender sus necesidades. Y hacerlo cada día, durante muchos años.”
(Erich Fromm)
No vemos a nuestros hijos como son, sino como somos nosotros. En demasiadas ocasiones proyectamos sobre nuestros retoños nuestros miedos, nuestras carencias y nuestras frustraciones. Hoy en día existe una tendencia generalizada a convertirnos en ‘padres perfectos’, cayendo en las garras de la hiperexigencia y la sobreprotección. Sin embargo, es imposible evitar que nuestros hijos entren en contacto con el dolor. Los bebés padecen todo tipo de enfermedades, experimentan diferentes niveles de fiebre, se caen al suelo, se dan golpes y pintan el pañal con diferentes colores y texturas. Muchas veces lloran porque no entienden por qué les pasa lo que les pasa. Sin embargo, por más que leamos libros sobre paternidad, seguramente caigamos en la novatada de ir a Urgencias a altas horas de la madrugada por haber convertido un granito de arena en un enorme castillo.
Es curioso constatar como en la medida en que vamos ejerciendo el rol de padres, se manifiestan con fuerza rasgos, conductas y actitudes de nuestros propios progenitores. En algunos casos, llegamos incluso a comportarnos del mismo modo que solíamos criticar en nuestros padres, estableciendo dinámicas con nuestra pareja que tanto juzgábamos y condenábamos cuando las veíamos desde nuestro rol de hijos. De ahí que se diga que “la sombra de papá y mamá es alargada”. O que “en la cama no dormimos dos, sino seis”, pues cada uno de los miembros de la pareja carga con el condicionamiento cultural y la herencia emocional de sus propios progenitores.
Como padres, el mejor regalo que le podemos ofrecer a nuestro bebé es compartir con él nuestro bienestar emocional. De ahí que antes de empezar a ocuparnos de él, hemos de habernos ocupado de nosotros mismos. Ejercer el rol de padres implica matricularse en un máster de amor incondicional. Puede que no hayan notas, pero sí exámenes cada día. Para aprobar y superar los retos que nos plantea tener un hijo hemos de comprender que lo importante no somos nosotros, sino lo que sucede a través nuestro al servicio de nuestro hijo. Así, amar significa convertir sus necesidades en nuestras prioridades. Y si bien este afirmación es fácil de decir, da para toda una vida de aprendizaje. ¡Buen viaje!
Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 30 de marzo de 2014.