Por Borja Vilaseca
Este cuento filosófico habla de aquellas personas que prefieren seguir el camino ya marcado, aunque no sean felices transitándolo, y de la importancia de salir de la senda establecida para empezar a crear por nosotros mismos.
Hace mucho tiempo una cabra se perdió en el corazón de un bosque inexplorado. Temerosa de no saber cómo regresar junto a su familia, comenzó a brincar de un lado para el otro por una abrupta colina, abriendo un sendero tortuoso, lleno de curvas, subidas y bajadas. Al día siguiente, un perro siguió su rastro, utilizando aquella misma senda para atravesar el bosque. Lo mismo hizo un carnero, líder de un rebaño de ovejas, que, viendo el espacio ya abierto, guio a sus compañeras por allí.
Y así fueron pasando los años, hasta que un día aparecieron los primeros seres humanos, que se aventuraron por aquel incómodo camino para cruzar el frondoso bosque. Aquella ruta les hacía zigzaguear constantemente, y encontraban numerosos obstáculos que les obligaban a reducir su marcha. Cada vez que les tocaba cruzarlo se quejaban y maldecían aquel sendero. Pero ni uno solo hacía nada para buscar y crear una ruta alternativa.
Después de ser atravesado miles de veces, el sendero acabó convirtiéndose en un amplio camino. Y pronto empezó a ser transitado por carros tirados por animales, que se veían obligados a transportar pesadas cargas durante horas. Los años fueron pasando y todo el mundo seguía cruzando el bosque por medio del denominado «sendero maldito». Así fue como terminó convirtiéndose en la calle mayor de un pueblo y, siglos más tarde, en la avenida principal de una gran ciudad.
Dado que el trayecto seguía siendo impracticable, la gente continuó transitándolo a regañadientes y de malhumor por el resto de su vida. Estaban tan convencidos de que aquella ruta era la única que existía, que se habían resignado a seguir el camino trillado por donde circulaba la mayoría, sin preguntarse nunca si aquella era la mejor opción. Lo cierto es que si no hubiesen seguido la vía abierta por la intrépida cabra, podrían haber recorrido dicha distancia de forma más agradable y en menos tiempo. Y es que tan solo unos cientos de metros más arriba se escondía una ruta que conducía al mismo destino, mucho más llana y fácil de transitar.
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Cuento extraído del libro La vida viene a cuento, de Jaume Soler y Maria Mercè Conangla.