Por Borja Vilaseca

A pesar de sus buenas intenciones, muchos de los denominados «expertos en autoayuda» no están lo suficientemente cualificados ni preparados para aportar el valor que ellos mismos prometen. Y esto no tiene nada que ver con ostentar titulaciones o certificaciones oficiales, sino con el verdadero trabajo interior que han realizado (o no) consigo mismos. Esencialmente porque a nivel emocional y espiritual solo podemos compartir con los demás aquello que hemos resuelto y transformado en nosotros mismos. El único curriculum vitae que cuenta son los resultados que hemos cosechado en nuestra propia vida.

Independientemente del valor real que aporte cada uno de ellos, el establishment intelectual los tacha a todos de «charlatanes de pseudociencias» y «vendedores de humo». Y lo cierto es que algunos de ellos lo son. Sea como fuere, en caso de que busquemos acompañamiento a la hora de emprender nuestro propio viaje de autoconocimiento y desarrollo espiritual es fundamental que lo hagamos de la mano de un verdadero sabio. Y a poder ser, evitar a los gurús, los cuales simplemente lo parecen.

El denominador común de los sabios es que han cuestionado las convenciones sociales de su tiempo, se atreven a honrar su singularidad, son fieles a los dictados del ser esencial y no les afecta lo que la gente piense de ellos. A su vez, todos ellos han vivenciado una experiencia mística que han sabido integrar en su modo de vivir. Se diferencian de los gurús por ser genuinamente humildes: saben que lo importante es el mensaje, no el mensajero. No deslumbran con su luz, sino que ayudan a los demás a ver la suya.

Otro indicador muy fiable para reconocer a los sabios es que son íntegros. Es decir, que son coherentes entre lo que piensan, dicen y hacen. Y son radicalmente fieles a lo que predican. Esto no quiere decir que sean perfectos, que no tengan ego o que ya no se perturben. Ni mucho menos. Lo que significa es que son honestos y auténticos. De ahí que incluyan en su discurso su lado oscuro, mostrando públicamente sus defectos, incongruencias, debilidades y mediocridades. A su vez, se aceptan a sí mismos tal como son. Y saben sentirse en paz incluso cuando están en guerra, preservando una sonrisa interior en momentos de tinieblas.

Otro rasgo infalible para detectar a los verdaderos sabios es que no crean relaciones de dependencia con sus seguidores. Nunca se convierten en un parche o en una muleta. De hecho, al no verse a sí mismos como maestros no tienen discípulos. No dan recetas ni consejos, pues saben que cada ser humano es único, singular y diferente. Y que no a todos les funciona lo mismo. De ahí que se centren en hacer preguntas, compartir reflexiones y facilitar la vivencia de experiencias que permitan a otros buscadores crecer en comprehensión y sabiduría. Más que seguidores, contribuyen a crear nuevos sabios.

ENSEÑAR PARA APRENDER
“No erijáis estatuas en mi nombre. Sed vuestra propia lámpara; sed vuestro propio hogar. No busquéis luz ni refugio fuera de vosotros mismos.”
(Siddharta Gautama ‘Buda’)

Los sabios se ponen en todo momento al mismo nivel de aquellos a quienes acompañan e inspiran; son empáticos, amables y pacientes con quienes los rodean. Y son muy conscientes de que las cosas que comparten son las que más les ha costado aprender. De hecho, saben que el simple acto de compartir lo que han aprendido es sanador, transformador y liberador para ellos. En última instancia, el que más aprende es el que supuestamente enseña. De ahí que compartir sea su terapia.

Tampoco adoptan una actitud buenista ni paternalista, pues entienden que nadie puede ayudar a nadie a realizar su propia transformación. Y que nadie puede recorrer el camino espiritual por otros. Pensar lo contrario es un acto de soberbia, condescendencia y superioridad. El cambio sucede siempre desde dentro. En este sentido, lo que cambia nuestra existencia no es el libro, el curso o el sabio de turno. Esto son simples herramientas. Recordemos que son neutras. Lo que de verdad nos transforma es lo que cada uno de nosotros hace con ellas.

Los gurús ⎯por su parte⎯ puede que también hayan tenido algún fogonazo de luz en sus vidas. Sin embargo, con el paso del tiempo se han vuelto a identificar plenamente con el ego. Y como consecuencia han creado el personaje de «maestro iluminado». Prueba de ello es que al presentarse públicamente solo ofrecen una de sus caras: la luminosa, dando una imagen distorsionada de quienes son en realidad. Y para disimular, en ocasiones fingen una falsa modestia. Es un deje inconsciente que tienen, el cual llevan a cabo porque se dan demasiada importancia a sí mismos. No en vano, les sigue importando lo que los demás piensen de ellos.

A los ojos de los demás los gurús parecen referentes inmaculados, sin taras y de porcelana, provocando la idealización de quienes los siguen y admiran. De este modo, los discípulos tienden a divinizarlos, eliminando en ellos cualquier atisbo de humanidad. Y el problema engorda cuando los gurús se lo creen, creyéndose que son esa versión endiosada de sí mismos. Es entonces cuando sus egos consiguen lo que quieren: sentirse importantes y poderosos. Y también imprescindibles para que otros puedan iniciar y completar sus procesos de transformación y despertar.

Los gurús están convencidos de que están ayudando a sus seguidores, posicionándose por encima de quienes reciben dicha ayuda. De este modo establecen relaciones de dependencia con sus discípulos. Suelen estar siempre rodeados por un séquito de fans incondicionales, muchos de los cuales son verdaderos fanáticos. Por otro lado, suelen dar consejos y recetas sobre la manera en la que otros deberían vivir su vida. Y tienden a seguir un único método ⎯a poder ser creado por ellos⎯, menospreciando y desprestigiando las herramientas de la competencia. A su vez, se comparan con otros gurús, a quienes envidian y juzgan en secreto.

Al margen de estas diferencias, lo que sí tienen en común los sabios y los gurús es que ambos son meros espejos donde los demás se proyectan y se ven reflejados. Eso sí, los sabios han trascendido la necesidad emocional de «ser alguien» y la necesidad económica de «conseguir algo», vinculadas con la ambición y la codicia del ego. Esta es la razón por la que disfrutan de su función con entusiasmo, generosidad y una auténtica vocación de servicio. Y dado que hay tantas herramientas y profesionales en el mercado espiritual, es necesario que desarrollemos nuestro propio criterio. A la hora de escoger un referente es más importante la energía que nos transmite su presencia que los títulos que cuelgan de la pared de su despacho.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
Te puedes descargar los primeros capítulos aquí, o adquirir el libro en este enlace.
Si eres más de cursos, te recomiendo que le eches un vistazo al curso “Las casualidades no existen. 50 claves de desarrollo espiritual para despertar y vivir conscientemente”.