Por Borja Vilaseca

Existe un indicador irrefutable de que nos estamos acercando al final de nuestra búsqueda espiritual. Se trata de preguntarnos acerca de si realmente existe el libre albedrío. Es decir, de si gozamos de libertad a la hora de tomar decisiones y escoger la actitud con la que afrontamos nuestro destino. Y entonces, ¿existe? La respuesta es sí y no. Depende del nivel de consciencia en el que nos encontremos. Mientras estamos identificados con el ego, nuestro relato mental nos cuenta cosas como «yo estoy leyendo este libro», «yo estoy comprometido con mi desarrollo espiritual», «yo debería meditar más», «yo voy a iluminarme», «yo tengo libre albedrío»…

Yo, yo, yo y más yo… La identificación egoica nos hace creer que somos una entidad separada de la realidad. Hipnotizados por este yo ilusorio, estamos convencidos de que somos libres, responsables y que ⎯por tanto⎯ gozamos de libre albedrío. Esta es la razón por la que sentimos culpa por los errores cometidos en el pasado. O ansiedad por los que podemos cometer en el futuro. Y mientras ⎯en el presente⎯, la mente disfuncional nos bombardea con todo tipo de pensamientos estresantes acerca de lo que deberíamos (o no) hacer en cada momento para cumplir con nuestras expectativas egoicas.

Del mismo modo, también creemos que los demás tienen libre albedrío. De ahí que los juzguemos cuando se equivocan. Y que nos quejemos por considerar que las cosas deberían ser de otro modo a como están siendo en cada instante. La paradoja es que esta noción de libertad es en sí misma una sutil forma de esclavitud psicológica. No en vano, fortalece nuestro sentido de ser un yo separado de la realidad, creando una ilusoria dualidad entre nosotros y los demás, entre nosotros y el mundo, entre nosotros y Dios…

Sin embargo, quienes han vivido alguna experiencia mística saben que no existe tal cosa como el libre albedrío. Esencialmente porque para empezar no hay ningún yo. Al observar nuestra vida, nos damos cuenta de que la raíz última de nuestras decisiones, actos y conductas siempre es un pensamiento. Y estos siempre aparecen de forma automática y espontánea. De hecho, nadie sabe de dónde vienen. Si bien el yo cree que son sus pensamientos, los místicos sostienen que proceden de la «fuente». Es decir, de la vida, del universo, de Dios o como prefiramos llamarlo.

Así, la secuencia vendría a ser la siguiente. Todo empieza con un pensamiento que no elegimos, que provoca una emoción de acuerdo con nuestra personalidad ⎯la cual tampoco escogemos⎯, que a su vez genera una decisión o una acción sobre las que no tenemos ningún tipo de control. Al estar identificados con el ego, enseguida nos creemos que nosotros somos los que pensamos, los que sentimos, los que hacemos, los que decidimos y los que actuamos. Sin embargo, esta percepción subjetiva es ficticia, pues ninguna acción es realmente nuestra acción.

EL LIBRE ALBEDRÍO ES UNA ILUSIÓN
“El ego traduce la ausencia de libre albedrío como la pérdida de su propia libertad.”
(Ramesh Balsekar)

Nuestros pensamientos, emociones, decisiones y actos suceden a través de nosotros. ¿Realmente yo escogí escribir este libro? ¿De verdad decidiste leerlo? En base a todo lo que nos ha pasado en la vida, llegó un momento en el que este ensayo tenía que ser escrito por mí y leído por ti. Nos vimos abocados a ello; ambos éramos correspondientes.

El ego es el que cree que elige. Pero su elección, ¿en qué se basa? En una mezcla entre su genética, su personalidad y su condicionamiento, elementos sobre los cuales no tuvimos ninguna elección. Es evidente que en un plano de la realidad sentimos que tomamos decisiones, pero ¿son nuestras o más bien suceden? Por ejemplo, no elegimos lo que nos gusta, lo que nos interesa ni lo que nos motiva en un momento dado; estas sensaciones devienen de forma natural y orgánica.

Si bien el ego cree que es libre de hacer lo que le dé la gana, la verdadera libertad consiste en ser libre del ego. Y esto pasa por comprehender que el libre albedrío es una ilusión cognitiva. De hecho, es absurdo el deseo de liberarse, pues es el yo el que se quiere liberar. ¿Cómo podemos liberarnos del yo mediante el yo? No podemos. Es como un perro persiguiendo su cola: es imposible que la alcance. Dicha liberación ⎯o iluminación⎯ es algo que sucede o no sucede y escapa a nuestro control.

Evidentemente, este mensaje no es apto para todo el mundo. Sin ir más lejos, hay personas que siguen ancladas en el victimismo del ego. Siguen creyendo que la culpa de todo lo que les pasa está fuera. Para que puedan evolucionar espiritualmente, a este colectivo hay que invitarlo a que asuma su parte de responsabilidad. Ese sería el primer peldaño. Una vez se hayan hecho responsables y hayan descubierto que lo que ha de cambiar está dentro, están preparados para subir el segundo peldaño. Solo entonces están listos para asumir que tanto el victimismo como la responsabilidad son egoicos. Pues detrás de ellos siempre hay un yo que se hace la víctima o un yo que toma responsabilidad.

Mientras vivimos en los dos primeros escalones seguimos tiranizados por la mente, encallados en la dualidad. Sin embargo, existe un tercer y último peldaño en el que por momentos trascendemos el ego. Y por ende, temporalmente vamos más allá de la mente y del lenguaje. Al desvanecerse por completo la noción de ser un yo, de pronto desaparece la separación que antes creíamos que había entre nosotros y la realidad. Por medio de la consciencia-testigo verificamos que esencialmente somos lo mismo.

LOS TRES ESCALONES DE LA CONSCIENCIA
“Llega un punto en el desarrollo espiritual en el que ya no hay «nadie» a quien le importe.”
(Ramesh Balsekar)

El libre albedrío solamente existe cuando pensamos que somos una entidad separada. De ahí que al liberarnos de dicha identificación ⎯la creencia de que somos un yo⎯ descubramos que no tenemos ningún tipo de control. Esto es sin duda lo que más le cuesta comprehender y aceptar al ego. Más que nada porque asumirlo implicaría el principio de su fin.

Cuando despertamos y salimos de la dualidad cognitiva creada por este yo ilusorio nos damos cuenta de que es imposible que hagamos nada distinto a lo que hacemos en cada instante. En última instancia, todo sucede por voluntad de la vida. De ahí que las casualidades no existan. Solo las causalidades. Frente a estas afirmaciones, puede que decidas dejar de leer este libro. Y de hecho, al hacerlo puede que tú mismo sientas que el hecho de abandonarlo ha sido tu elección, fruto de tu libre albedrío. Pero, ¿es eso cierto?

En caso de que interrumpas la lectura de este ensayo, ¿realmente ha sido tu decisión? Obsérvalo. Analízalo. Verifícalo. ¿Acaso al leer la declaración anterior no ha aparecido un pensamiento en tu mente invitándote a detener la lectura? ¿No ha sido ese pensamiento el germen de tu decisión y tu posterior acción? ¿Quién ha elegido dicho pensamiento? ¿Realmente has sido ? ¿O más bien el pensamiento ha aparecido como reacción a lo que acababas de leer?

Cuando subimos el tercer peldaño se extingue ⎯aunque sea de forma pasajera⎯ «aquel» que cree estar ascendiendo. Y es entonces cuando el «buscador» se convierte en lo «buscado», poniendo fin a la «búsqueda». A partir de entonces la vida se simplifica enormemente. Y como consecuencia, se produce una aceptación total e incondicional de lo que sucede en cada momento sin que haya «alguien» que esté aceptando eso que está sucediendo. En el mejor de los casos, deviene una observación neutra e impersonal desde donde se atestigua todo esto.

La búsqueda espiritual termina justo en el instante en el que comprehendemos que no hay ningún yo, que no existe el libre albedrío y que ⎯por tanto⎯ no somos el autor detrás de nuestras elecciones, actitudes y conductas. En la medida en la que esta comprehensión sucede, empiezan a caer el orgullo, la culpa, la ansiedad y el resto de las emociones egoicas que tanto nos alejan de nuestra naturaleza esencial. De pronto seguimos con nuestra vida y con nuestros quehaceres cotidianos. Lo único que cambia al despertar es que mientras vivimos somos conscientes de que todo se desenvuelve de la manera en la que se tiene que desenvolver. Y que en última instancia no hay nada que podamos hacer para que sea diferente a como es.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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