Por Borja Vilaseca
La codicia es un mal endémico en nuestra sociedad. Este cuento filosófico nos muestra que quien consigue escapar de sus garras es mucho más rico que aquel que necesita acumular bienes materiales y riquezas. Al fin y al cabo, silenciar el ruido de la mente es algo que no tiene precio.
Un viajero llegó a las afueras de una aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche. De pronto, apareció corriendo un joven que, ansioso y excitado, le gritó: «¡Dame la piedra preciosa! ¡Dame la piedra preciosa!» El viajero lo miró desconcertado y le contestó con amabilidad: «Muy buenas, amigo. Anda, toma asiento y cuéntame qué te ocurre.»
Más calmado, el aldeano se sentó a su lado y le explicó: «Ayer por la noche una voz me habló en sueños. Y me aseguró que si al anochecer venía a las afueras de la aldea, encontraría a un viajero que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre.» El viajero rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra del tamaño de un puño. «Probablemente se refería a esta. La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Me pareció bonita y por eso la cogí. Tómala, ahora es tuya», dijo, mientras se la entregaba al joven.
El aldeano se quedó mirando la piedra con asombro. «¡Es un diamante! ¡El más grande que he visto en toda mi vida!», exclamó exaltado. Eufórico, cogió el diamante y regresó a su casa dando saltos de alegría. Mientras el viajero dormía plácidamente bajo el cielo estrellado, el joven no podía pegar ojo. Daba vueltas y más vueltas sobre su cama. El miedo a que le robaran su tesoro le había quitado el sueño y pasó toda la noche en vela. Al amanecer fue de nuevo corriendo en busca de aquel viajero. Nada más verlo, le devolvió el diamante. Y muy seriamente, le suplicó: «Por favor, enséñame a conseguir la riqueza que te permite desprenderte de este diamante con tanta facilidad.»
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Cuento extraído del libro “La llave de la paz interior”, de Ramiro Calle.