Por Borja Vilaseca
Este cuento filosófico habla de la indolencia, pereza o falta de voluntad, y de cómo a veces necesitamos caer en el pozo más profundo para reaccionar y transformar nuestra vida en lo que realmente deseamos.
Una mañana soleada una niña se encontró con un perro que estaba sentado en medio de un camino y no paraba de gruñir y de quejarse. «¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?», le preguntó dulcemente. El animal negó con la cabeza. Y al hacerlo, la chica se dio cuenta de que sus ojos estaban bañados en lágrimas. Su mirada reflejaba cierta angustia y tristeza. De ahí que la niña, movida por sus buenas intenciones, insistiera: «¿Quieres que te lleve al veterinario?»
Haciendo caso omiso a su generosa invitación, el perro no dijo nada. Tan solo emitió un débil gemido. Era evidente que aquel perro estaba sufriendo. Tras unos segundos en silencio, la niña empezó a inquietarse, juzgando en su fuero interno la postura indolente adoptada por aquel animal. Y poco después, descubrió que el animal estaba sentado sobre un clavo oxidado.
«¿Acaso no te has dado cuenta de que estás sentado sobre un clavo?», exclamó sorprendida. Y añadió: «¡Cuánto más tiempo tardes en sacártelo, más te dolerá la herida!» Por más que la niña tratara de ayudarle, no hubo manera. Aquel perro seguía sentado sobre el clavo, emitiendo de forma intermitente un llanto cargado de dolor y resignación. Y lo cierto es que su actitud impacientó tanto a la niña, que llegó incluso a intentar levantarlo del suelo.
Al no conseguir moverlo, la niña le preguntó enfadada: «¡Maldita sea! ¿Por qué diablos sigues sentado sobre un clavo oxidado?» En el caso de que aquel animal le hubiera podido responder, seguramente le hubiera dicho lo siguiente: «Si no me levanto es simplemente porque no me duele tanto como para hacer el esfuerzo de levantarme.»
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Cuento extraído del artículo “La tiranía de la pereza”, de la periodista y coach Irene Orce, publicado en el blog Metamorfosis, de La Vanguardia Digital, el 26 de febrero de 2010.