Por Borja Vilaseca
Este cuento filosófico habla de los prejuicios que tenemos al iniciarnos en el desarrollo espiritual, y de la importancia de aceptar que los tenemos para así soltarlos y empezar de cero con la mente abierta para poder aprender.
Un grupo de intelectuales liderados por un importante erudito decidió ir a visitar un centro de filosofía oriental. Sentían curiosidad por saber de qué se trataba. Por lo visto, ahí vivía un anciano sabio que impartía cursos de meditación. Y cada año atraía a más buscadores con ganas de iniciarse en el desarrollo espiritual.
Nada más llegar, el grupo entró en el vestíbulo, donde fue recibido amablemente por un guía. «Observad que hay dos puertas por las que podéis entrar en nuestro centro», dijo, señalando cada una de ellas. «En la primera hay un letrero que pone “Con prejuicios” y en la segunda, otro que dice “Sin prejuicios”. Por favor, entrad por la que mejor os represente», concluyó.
El grupo hizo una larga pausa, durante la que se miraron unos a otros sin saber muy bien qué hacer. De pronto, el erudito decidió dar un paso al frente, dirigiéndose con decisión hacia la puerta donde ponía “Sin prejuicios”. Inmediatamente después, el resto se puso detrás de él para acceder por la misma entrada.
Sin embargo, al intentar girar el pomo de aquella puerta, se dio cuenta de que no existía tal entrada. La puerta que rezaba “Sin prejuicios” era una ilusión óptica. En realidad era una pared sobre la que habían pintado una puerta. Molesto y avergonzado, el erudito fue hasta la puerta donde ponía “Con prejuicios”, que era la única por la que se podía entrar en aquel centro de filosofía oriental.
Acompañado por su séquito, el erudito entró en una de las salas de meditación, donde el sabio se hallaba solo y en silencio. Nada más verlos, saludó a los miembros del grupo con cordialidad. Y mirando a los ojos al erudito, le preguntó: «¿Qué puedo hacer por vosotros?». A lo que este le respondió: «Todavía no lo sé… Me considero una persona escéptica y de mente científica. Y si te soy sincero, el desarrollo espiritual me parece una pseudociencia para gente desesperada y sin criterio. Sin embargo, llevo tanto tiempo oyendo hablar acerca de ti que te concedo 10 minutos para que me hagas un resumen de tus principales enseñanzas».
El anciano, sonriente y con mucha tranquilidad, le contestó: «Muchas gracias por tu honestidad. Permíteme que antes te invite a una taza de té». Acto seguido, empezó a llenar la taza del erudito. Y una vez que ya estaba llena, siguió sirviéndole hasta que el té se desbordó de la taza, derramándose sobre el suelo. Sorprendido y enfadado, el erudito estalló en gritos: «¿Pero qué haces, necio? ¿Acaso no ves que la taza está llena y que no cabe nada más en ella?». Sin perder la compostura, el sabio le respondió: «Por supuesto que lo veo. Y de la misma manera observo que tu mente está demasiado llena de prejuicios. A menos que la vacíes es imposible que aprendas algo nuevo».
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Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”, y los cuentos son de Cuídalos o piérdelos, de Beverly Kaye y Sharon Jordan-Evans, y Aplícate del cuento, de Jaume Soler y Mª Mercè Conangla.
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