Por Borja Vilaseca
Más allá de seguir viviendo el sexo de forma inconsciente y mecánica, el tantra propone disfrutar del sexo como la expresión más elevada de amor entre dos personas.
Las mujeres tienen vagina y los hombres, pene. Aunque nos dé cierto pudor hablar de ellos, es innegable que hemos nacido con genitales. Y por más que el sexo se haya condenado a lo largo de la historia, seguimos aquí gracias a nuestra necesidad y capacidad de practicarlo. No hay nada de malo en ello. Es un acto tan puro y natural como comer, dormir o respirar.
Si bien nuestro cuerpo jamás ha realizado ningún juicio moral sobre el sexo, nuestra mente todavía sigue contaminada por falsas creencias, que limitan nuestra manera de disfrutar plenamente de nuestra sexualidad. Por más que nos cueste de reconocer, en el inconsciente colectivo de la sociedad continúan reprimidos muchos sentimientos de vergüenza y culpabilidad.
Y dado que todo lo que reprimimos termina aflorando con más fuerza, formamos parte de una sociedad que nos bombardea continuamente con mensajes sexuales explícitos o subyacentes. Lo cierto es que muchos psicoterapeutas afirman que los pensamientos relacionados con el sexo se han instalado como ‘ocupas’ en nuestra cabeza. Prueba de ello es que la palabra “sexo” es, con diferencia, la más escrita en el buscador Google. Eso sí, en este caso la cantidad de estímulos que recibimos es inversamente proporcional a la calidad con la que lo practicamos.
MONOTONÍA EN LA CAMA
“Seguro que más de una vez te has preguntado: ¿Eso es todo? ¿El sexo se acaba aquí?”
(Hari Dass)
Debido a nuestra falta de información y educación sexual, al convertirnos en adultos nos seguimos guiando por los hábitos mecánicos aprehendidos durante nuestra pubertad. Así, solemos meternos en la cama siguiendo una serie de rutinas monótonas, carentes de imaginación y creatividad. Por eso con el tiempo suele desaparecer la atracción sexual hacia nuestro compañero (o compañera) sentimental, llegando incluso a caer en el desinterés, la inercia y el aburrimiento. De ahí que muchos opten por cambiar frecuentemente de amante o demonizar la monogamia como filosofía de pareja.
Por más que esta conducta sea la habitual, tan sólo deviene cuando practicamos el sexo de forma mecánica e impulsiva, quedando atrapados por nuestra biología, cuya única finalidad es garantizar la reproducción de nuestra especie. Esta es la razón por la que solemos establecer un mismo patrón de conducta sexual, marcado por la acumulación de excitación y la liberación de esta tensión a través del orgasmo.
Sin embargo, nuestra obsesión inconsciente por alcanzar el clímax es precisamente lo que nos impide disfrutar de todo nuestro potencial sexual. Para lograr una mayor profundidad y satisfacción en la cama no nos quede más remedio que trascender nuestra “impulsividad animal”. No en vano, más del 99,9% de nuestros encuentros sexuales no tienen con fin la reproducción, sino la búsqueda de placer, cariño e intimidad a través de la conexión sexual y amorosa con nuestro amante.
EYACULACIÓN PRECOZ E IMPOTENCIA
“El sexo es el consuelo que a uno le queda cuando no le alcanza el amor.”
(Gabriel García Márquez)
Nuestros encuentros sexuales suelen estar regidos por la tiranía de la “coitocracia”. Es decir, por el afán de que el pene se ponga erecto enseguida para poder penetrar la vagina. Tanto es así, que la mayoría creemos que “hacer el amor” es sinónimo de “realizar el coito”.
Y es precisamente esta creencia limitadora la responsable de la gran mayoría de disfunciones sexuales masculinas, como la impotencia o la eyaculación precoz, que hoy en día limitan la vida sexual de millones de parejas en todo el mundo.
La reconocida experta en el campo de la “sexualidad consciente”, Diana Richardson, señala que “la impotencia aparece cuando el hombre se siente presionado o con miedo de no dar la talla ante su pareja”. Por su parte, “la eyaculación precoz es aquella que se produce de un modo inesperado e incontrolable, mucho antes de que los dos amantes alcancen la mutua satisfacción”. En ambos casos, “estas disfunciones se originan en la mente y no en el cuerpo”.
EL TANTRA COMO ALTERNATIVA
“Toda verdad pasa por tres etapas. Primero es ridiculizada, luego es violentamente rechazada y finalmente es aceptada como obvia.”
(Arthur Schopenhauer)
No importa el grado de compromiso ni de intimidad. Ni tampoco la orientación sexual. Cada vez más amantes y parejas occidentales, tanto heterosexuales como homosexuales, están apostando por transformar su forma de vivir la sexualidad, de manera que el amor y la pasión sexual se vuelvan verdaderamente sanos y sostenibles. Más allá de obtener placer, en sus corazones late la necesidad de recuperar el valor sagrado que implica fusionarse sexualmente con otro ser humano.
Prueba de esta necesidad emergente es el auge que están teniendo los cursos de Tantra en nuestra sociedad. La palabra “Tantra” significa “expansión” y se refiere a una serie de libros hindúes que describen ciertos ritos y disciplinas orientados a mejorar la profundidad y la intensidad de nuestros encuentros sexuales. Estos textos fueron escritos hace más de 2.000 años en forma de diálogo entre el dios Shiva y la diosa Shakti, que representan a lo masculino y a lo femenino, respectivamente.
Entre otros pioneros que han estudiado, practicado y exportado esta filosofía oriental a Occidente destacan los profesores Charles y Carolina Muir. Para ellos, “el Tantra parte de la premisa de que existen dos opuestos complementarios, la masculinidad (yang) y la feminidad (ying)”. Pero estas designaciones van mucho más allá de la biología. “No importa si los amantes son heterosexuales u homosexuales. Lo que sí es necesario es que sean complementarios, es decir, que uno encarne la polaridad sexual masculina (vigorosidad, fuerza, iniciativa…) y el otro, la femenina (suavidad, delicadeza, receptividad…)”.
De esta forma, el sexo podrá convertirse en el puente que permita que los dos amantes se fusionen, volviéndose uno. Y es precisamente la experiencia de esta unidad la que nos llena de dicha, renovando nuestra energía vital y potenciando el vínculo afectivo con nuestra pareja. Así, la práctica del Tantra consiste en abandonar cualquier meta impuesta por la mente, aprendiendo a estar más conectados a nuestro cuerpo durante el acto sexual.
QUEDAR PARA HACER EL AMOR
“Si no puedes relajarte con tu amante, ¿con quién podrás?”
(Osho)
El Tantra propone cambiar el lenguaje con el objetivo de sacralizar la unión entre la energía sexual masculina y la femenina, honrando y dignificando nuestra sexualidad. Por ejemplo, al pene lo denomina “lingam”, que significa “vara de luz”. Y a la vagina, “yoni”, que quiere decir “espacio sagrado”.
A diferencia del sexo convencional, en el que se sobrevalora el impulso y la espontaneidad, el Tantra anima a los amantes a preparar cuidadosamente sus encuentros sexuales. El primer paso es sacarle el polvo a nuestra imaginación y creatividad para convertir el dormitorio en un auténtico “templo del amor”.
El segundo aspecto a tener en cuenta es la duración del acto sexual. Más allá de los encuentros rápidos y fugaces, el Tantra nos recuerda que el sexo amoroso y consciente requiere su propio espacio y tiempo. De hecho, lo concibe como un regalo que se hacen los amantes mutuamente. De ahí que los “juegos preliminares” sean esenciales. Sorprender a nuestra pareja con un masaje relajante puede ser un buen comienzo.
El tercer punto importante para practicar el Tantra consiste en aprender a poner consciencia en la respiración. “Cuanto más corta y acelerada, más esclavos seremos de los impulsos que nos mueven a culminar el acto sexual por medio del orgasmo”, explica el reconocido experto David Deida. En cambio, “cuanto más profunda y relajada, mayor será nuestro control y nuestra capacidad de disfrutar la inmensa gama de sensaciones que nos ofrece cada experiencia sexual”.
De hecho, “con el entrenamiento adecuado, las parejas tántricas pueden hacer el amor durante horas”. Eso sí, “para mantener la energía vital y sexual”, Deida recomienda preparar bandejas con uvas, cerezas y otras frutas ligeras por el estilo, de manera que los amantes puedan hacer pausas, que a su vez permitirán al hombre “ejercer un mayor control sobre su eyaculación”.
EL ARTE DE AMAR CONSCIENTEMENTE
“La finalidad del Tantra no es lograr el orgasmo, sino experimentar el éxtasis.”
(Charles Muir)
Para esta filosofía oriental lo verdaderamente importante no es la cantidad, sino la calidad de nuestra sexualidad. Y para lograrlo, “la clave reside en la conexión amorosa que crean los amantes a través de su mirada (que se mantiene fija en los ojos), su comunicación, (guiándose mutuamente para aprender el lenguaje de sus cuerpos) y, sobre todo, su complicidad, basada en la ternura, la dulzura y el sentido del humor”, explica Deida.
En este sentido, “hemos de recordar que la excitación es un obstáculo para el verdadero disfrute, pues ésta nos enchufa a la mente, desconectándonos de nuestro cuerpo”, sostiene la sexóloga Diane Richardson. En su opinión, “cuando hacemos el amor, a menudo nos dejamos llevar por la fantasía sexual; esto sucede porque no somos conscientes de lo que está ocurriendo en el momento presente. Nuestra atención no está en el aquí y ahora de nuestra pareja, sino que está entretenida en la creación de otro amante idealizado o de una situación imaginaria. En contraposición, la relajación es la puerta que nos conduce al éxtasis”.
Cambiar la intencionalidad de nuestra vida sexual. Sin embargo, comprometernos con este aprendizaje puede unirnos todavía más con nuestra pareja. Al abandonar la idea de que tenemos que conseguir algo a través del sexo, nuestra experiencia adquiere una nueva sensibilidad y un nuevo ritmo, dos cualidades que permiten apreciar sensaciones y placeres que antes permanecían ocultos debido a un exceso de excitación. Eso sí, no hemos de creernos nada de lo que nos digan. En este caso hemos de atrevernos a probarlo por nosotros mismos.
Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 21 de febrero de 2010.