Por Borja Vilaseca

Seamos conscientes o no, estamos todos inmersos en un viaje espiritual cuya finalidad es aprender y evolucionar para vivenciar la sensación de unidad en nuestro corazón. Recordemos que este proceso existencial pasa por cinco etapas. Primero nos desconectamos del ser esencial enterrándolo bajo capas y capas de condicionamiento. Luego lo negamos mirando hacia fuera todo el rato. Más tarde ⎯fruto de una saturación de sufrimiento⎯ lo empezamos a buscar. En un momento dado lo distorsionamos por medio del ego espiritual. Y finalmente ⎯como consecuencia de nuestro autoconocimiento y desarrollo espiritual⎯ llegamos a la quinta y última etapa del desarrollo espiritual: «la manifestación del ser».

En este sentido, nuestro proceso evolutivo se asemeja al que realiza cualquier semilla en la naturaleza. Al aprovechar las condiciones meteorológicas que le toca vivir, acaba irremediablemente floreciendo. Así, cualquier flor, planta, arbusto o árbol está permanentemente buscando y orientándose hacia la luz del sol. Y en caso de conseguir la suficiente, termina ofreciendo ⎯a modo de regalo u ofrenda⎯ su fruto a la vida.

Lo mismo sucede con los seres humanos. Como parte del mundo natural, también somos semillas. En nuestro interior albergamos un fruto absolutamente original: nuestra «singularidad». Y es que no hay nadie igual que nosotros en todo el universo. Del mismo modo que nacemos con una huella dactilar y un color de ojos diferentes, también contamos con un potencial y un propósito únicos. Otra cosa es que estos lleguen a desplegarse.

No en vano, formamos parte de una sociedad estandarizada en la que la gran mayoría seguimos encerrados en el «armario espiritual», llevando una vida de segunda mano, artificial y prefabricada. Debido al encarcelamiento egoico, el ser esencial está sepultado por nuestra personalidad. Es decir, por un disfraz existencial que nada tiene que ver con nuestra auténtica identidad. El condicionamiento y la manipulación social son tan fuertes que en general hemos sucumbido, convirtiéndonos en un sucedáneo de quienes verdaderamente somos. Y es tal nuestra represión, que solemos estar muertos de miedo a mostrarnos tal y como somos.

SIGUE TU DICHA 
“Tu corazón lo sabe todo acerca de ti. El quid de la cuestión es si eres lo suficientemente silencioso para escucharlo y lo suficientemente valiente para seguirlo.”
(Ken Robinson)

Al igual que hacen el resto de plantitas, el desarrollo espiritual nos permite aprovechar las condiciones meteorológicas con las que somos correspondientes para nutrirnos de toda la luz que nos sea posible. Así es como de forma orgánica vamos floreciendo como seres humanos libres y empoderados. Es una simple cuestión de honrar el ser que somos. Y en la medida en que nos liberamos de nuestras cadenas y grilletes mentales, nos vamos dando permiso para seguir nuestra dicha, sea a donde sea que nos conduzca.

El reto consiste en estar muy atentos a las sensaciones internas que nos envía nuestro cuerpo. No es una cuestión de escuchar a nuestra cabeza, sino de seguir a nuestro corazón. Y este no nos habla con palabras, sino con intuiciones. Al principio se manifiestan en forma de resonancia, interés y curiosidad. Y en el caso de atrevernos a caminar en la dirección que nos señalan se convierten en pasión y entusiasmo. Así, la dicha no es más que la maravillosa sensación de sentir cómo la vida crea a través de nosotros. Y deviene cuando perdemos por completo la noción del tiempo haciendo algo que amamos hacer.

Otra característica que comparten todas las personas despiertas es que son genuinamente vulnerables, honestas y auténticas. En vez de ser fotocopias, se atreven a manifestar su versión original. Eso sí, esta autenticidad esencial no tiene nada que ver con el exhibicionismo forzado que suele manifestar el ego para llamar la atención y diferenciarse. Llevar una vida espiritual no tiene nada que ver con irnos a un ashram en la India, ponernos túnica, cambiarnos el nombre o encender incienso… Por el contrario, se trata lisa y llanamente de atreverse a ser uno mismo. Sin adornos ni florituras. Lo que hay es lo que mostramos. Ni más ni menos.

Vivir despiertos nos posibilita conocer, aceptar y amar al ser humano que vemos cada mañana en el espejo cuando nos levantamos. Y comprehender que ese que vemos no somos nosotros. Más que nada porque no somos el cuerpo, sino el espíritu que contiene dentro y la consciencia que lo observa. Esta toma de consciencia nos permite dejar de tomarnos tan en serio, empezando a reírnos de nosotros mismos con cariño y complicidad. Y causalmente la vida comienza a sonreírnos.

Desde esta nueva concepción de nosotros mismos, automáticamente dejamos de fingir y de pretender ser alguien que no somos para contentar a nuestro entorno social y familiar. Esencialmente porque sabemos que los demás no nos ven como somos, sino como son ellos. A su vez, comprehendemos que seamos quienes seamos ⎯y hagamos lo que hagamos⎯, siempre habrá gente que nos juzgará. De ahí que sintamos que no tenemos nada que perder por ser fieles a nosotros mismos.

ROMPIENDO MOLDES 
“Le dije al almendro que me hablara de dios y comenzó a florecer.”
(Proverbio chino)

Por otro lado, también dejamos de compararnos, envidiar y criticar a otras personas. ¿Cómo podríamos, si cada uno de nosotros no es más que una manifestación física de una misma esencia divina? Por el contrario, valoramos y aplaudimos la diversidad y la diferencia. ¡Qué maravilla encontrase con ⎯y conocer a⎯ otros seres humanos libres y auténticos! Más que nada porque no es nada habitual. Hoy en día estamos tiranizados por el deseo de igualdad. Sin embargo, el precio que pagamos es la uniformidad. Si cada uno de nosotros es único y especial, ¿por qué solemos llevar todos un mismo estilo de vida?

Al dejar de estar tan obsesionados y pendientes de nosotros, cuando interactuamos con otras personas enseguida empatizamos y nos adaptamos con las necesidades emocionales de quien tenemos delante. Especialmente de quienes siguen encerradas en su propio armario espiritual. De este modo, nos adaptamos al nivel de consciencia de nuestro interlocutor, compartiendo aquella parte de nuestra auténtica humanidad que le haga sentir bien consigo mismo. Esta es la razón por la que las personas despiertas jamás entran en conflicto con quienes están dormidas.

De este modo, de forma natural vamos rompiendo todo tipo de moldes convencionales. Sin quererlo ni pretenderlo nos convertimos en alteradores del statu quo. Esencialmente porque no podemos evitar vivir la vida tal y como sentimos que el ser esencial que somos necesita vivirla. Así es como dejamos de someternos a los cánones establecidos de nuestro tiempo. De manera natural, la espiritualidad nos vuelve personas pioneras, innovadoras y disruptivas.

Prueba de ello es que con el paso de los años nuestro florecimiento espiritual se traduce en la cocreación de nuevas formas de vincularnos con todo lo que existe en la realidad. Al cuestionárnoslo todo, lenta pero progresivamente vamos descubriendo nuestra singular manera de relacionarnos con la alimentación, la salud, el ocio, la familia, la pareja, el sexo, la amistad, el trabajo, el dinero, el sistema, la naturaleza, la vida, el universo…

De hecho, llega un momento en nuestro viaje espiritual en que es del todo imposible no ser nosotros mismos en cada momento. Principalmente porque nos damos cuenta de que no es una elección que podamos hacer. ¿Acaso una rosa escoge ser una rosa? Al liberarnos del ego y desidentificarnos del yo ficticio, la semilla que somos empieza florecer sin obstrucciones ni limitaciones, dando como fruto una manera de pensar, de ser y de actuar única, original y singular: la nuestra. Además, el hecho de que salgamos de nuestro armario espiritual es muy beneficioso para la humanidad. Sobre todo porque de forma tácita estamos dando permiso a los demás para hacer lo mismo.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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