Por Borja Vilaseca
La expresión “cambio de paradigma” está muy de moda. Y no es para menos. Ha llegado la hora de cuestionar nuestras viejas creencias para adoptar una nueva actitud y mentalidad frente a la vida.
Aunque es imposible encontrar a dos individuos completamente iguales, todos compartimos una misma naturaleza humana. Todos tenemos necesidades, deseos y expectativas. De ahí que a nivel emocional también compartamos una serie de carencias, frustraciones y miedos. En paralelo, si bien nuestros rasgos faciales, nuestro color de piel o nuestro tamaño y altura varían en función de nuestra genética y nuestras circunstancias geográficas y ambientales, todos disponemos de un cuerpo, una mente y un corazón. Por eso gozamos de la capacidad de experimentar, pensar y sentir.
Y entonces, si todos compartimos una misma condición humana, ¿por qué somos tan diferentes? La respuesta no es sencilla. Entre otras muchas variables, es esencial señalar que en función de dónde hemos nacido y el tipo de condicionamiento que hemos recibido, cada uno de nosotros ha creado una identidad personal en base a las creencias familiares, culturales, profesionales, políticas, religiosas y económicas con las que hemos sido moldeados por la sociedad.
Prueba de ello es el hecho de que la gente que nace en un determinado país (o comunidad) suele utilizar un determinado idioma, defender una determinada cultura, estar afiliada a un determinado partido político, seguir una determinada religión e incluso apoyar a un determinado equipo de fútbol. El quid de la cuestión radica en que normalmente no elegimos nuestras creencias (que condicionan nuestra forma de comprender la vida), nuestros valores (que influyen en nuestra toma de decisiones), nuestras prioridades (que reflejan lo que consideramos más importante) y nuestras aspiraciones (que marcan aquello que deseamos conseguir).
Más concretamente, este conjunto de creencias, valores, prioridades y aspiraciones constituyen nuestro «paradigma», que vendría a ser la manera en la que vemos, comprendemos y actuamos en el mundo. La importancia de hacer consciente y comprender nuestro paradigma radica en el hecho de que también determina nuestras necesidades y motivaciones. Es decir, lo que creemos que necesitamos para ser felices y lo que nos mueve a hacer lo que hacemos en la vida.
También es la raíz desde la que nace nuestra manera subjetiva de pensar y el tipo de actitud que solemos tomar frente a nuestras circunstancias. En base a todo ello, solemos cosechar una serie de experiencias y resultados, que son los que finalmente determinan nuestro grado de bienestar o malestar. Lo cierto es que cada uno de nosotros mira y filtra la realidad a través de unas gafas determinadas, cuyo color ha sido elegido y pintado por el entorno socioeconómico en el que nos hemos desarrollado como individuos.
DISTORSIONADORES DE LA REALIDAD
“Cada vez que te encuentres del lado de la mayoría es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.”
(Mark Twain)
Sin ir más lejos, basta con echar un rápido vistazo a lo que sucede en un campo de fútbol. Imaginemos un partido entre el F. C. Barcelona y el Real Madrid. Estamos en el minuto noventa y el resultado es de empate a cero. De repente, un delantero del Barça se mete en el área pequeña del conjunto madrileño, choca con un defensa y se cae al suelo. Seguidamente el árbitro pita penalti a favor del equipo culé. Y esta decisión provoca que los aficionados del Madrid griten indignados que «¡no es penalti!», que el delantero del Barça «¡se ha tirado!», al tiempo que comienzan a ponerse tensos por miedo a perder el partido.
En paralelo, los seguidores del F. C. Barcelona se han puesto muy contentos, comentando entre ellos que el defensa merengue «¡le ha hecho falta!» a su jugador, provocando un «claro penalti». Lo interesante de este ejemplo es que frente a un mismo hecho externo, objetivo y neutro ⎯un jugador culé se ha caído en el área pequeña del Real Madrid tras chocar contra un defensa rival⎯ se han producido dos maneras antagónicas de mirar y de vivir dicho suceso.
De esta manera, se puede concluir que cada uno de los aficionados que está viendo el partido ha realizado una interpretación totalmente subjetiva, que depende de las creencias, los deseos y las expectativas con los que está identificado. Y por «identificado» nos referimos a «aquellas ideas, hechos o cosas que creemos que forman parte de nuestra identidad». Por seguir con el ejemplo anterior, cada uno de los aficionados se identifica con uno de los dos equipos. Es decir, que inconscientemente cree que para ser feliz y sentirse bien su equipo debe ganar.
Así, cuanta mayor es nuestra identificación con algo, mayor es la distorsión que hacemos de la realidad. De ahí que la mitad de aficionados haya visto penalti y se muestre excitada y la otra mitad haya visto que no era y se haya indignado. Lo curioso es que si el delantero del Barça finalmente fallara el penalti, el estado de ánimo de uno y otro bando cambiaría por completo en cuestión de segundos. Eso sí, en el caso de que hubiera algún aficionado que no estuviera identificado ni con el F. C. Barcelona ni con el Real Madrid, estaría en mayor disposición de ver e interpretar lo que ha sucedido con mayor objetividad y neutralidad. Y, en consecuencia, de disfrutar de la final del mundial sin poner en juego su salud emocional.
Aunque la realidad es la misma para todos, cada uno de nosotros la está deformando y experimentando de forma subjetiva. De ahí que sea fundamental comprender cuáles son los pilares del paradigma actual, también denominado «viejo paradigma». Principalmente porque está basado en la ignorancia y genera resultados de lucha, conflicto e insatisfacción. De ahí que se encuentre en decadencia. Por eso, a menos que cuestionemos los fundamentos sobre los que hemos construido el sistema y, por ende, nuestra identidad, difícilmente podremos abandonar el camino prefabricado por el que transita la mayoría.
Este artículo es un capítulo del libro El sinsentido común, de Borja Vilaseca, publicado en 2011.