Por Borja Vilaseca
Es un proceso de acompañamiento profesional que potencia la responsabilidad personal. Para ejercer de coach uno tiene que haberse trabajado a sí mismo y para recibir coaching, querer cambiar, crecer y evolucionar.
Los seres humanos seguimos siendo esclavos de una sutil paradoja: hemos sido capaces de conquistar la Luna, pero no a nosotros mismos. Estamos tan obsesionados por lo que sucede afuera que no queremos ver lo que nos pasa adentro. De ahí que edifiquemos lujosos apartamentos en rascacielos de más de un kilómetro de altura, pero todavía no sepamos cómo construir un sano y sostenible bienestar emocional para disfrutar de una vida plena.
Afortunadamente, el egoísmo, la negatividad, el vacío existencial, la angustia, la tristeza y, en definitiva, el sufrimiento que estamos cosechando como humanidad, son claros indicadores de que nos estamos equivocando al priorizar el desarrollo externo antes que apostar por el interno. No importa lo mucho que trabajemos ni lo sofisticada que sea la tecnología que utilicemos: mientras nuestro corazón y nuestra mente sigan en guerra, seguiremos creando caos y conflicto a nuestro alrededor.
Y ya nos lo pueden decir por activa y por pasiva. Pero lo cierto es que no solemos cambiar nuestro foco de atención hasta que nuestra existencia se vuelve insoportable. Pues bien, a principios de siglo XXI parece que estamos llegando a una saturación colectiva de malestar.
LA ERA DE LA RESPONSABILIDAD PERSONAL
“Toda verdad pasa por tres etapas. Primero es ridiculizada, luego es violentamente rechazada y finalmente es aceptada como evidente.”
(Arthur Schopenhauer)
En este contexto psicológico y económico se está produciendo el denominado “despertar de la consciencia”, que consiste en darnos cuenta de que más allá de nuestras circunstancias siempre tenemos la opción de elegir nuestro pensamiento, nuestra actitud y nuestro comportamiento. Y estas decisiones son las que crean y determinan la calidad de lo que experimentamos en nuestro interior y, posteriormente, lo que creamos en el exterior.
Esta revelación suele vivirse como un clic en nuestra mente. Y consiste en reconocer que nuestra vida interior puede ser mucho mejor: que nosotros mismos podemos cambiar, crecer y evolucionar para ser más felices de lo que somos ahora. Lo queramos o no ver, ha comenzado una nueva era con una nueva filosofía: la responsabilidad personal. Dentro de muy poco ya no va a valer eso de engañarnos a nosotros mismos, amparándonos en el círculo vicioso del victimismo. Más que nada porque no funciona.
Lo que sí da resultados es hacer lo que probablemente menos nos apetece: enfrentarnos a nuestros miedos e inseguridades para empezar a tomar las riendas de nuestra vida. Lo que está en juego es aprender a llevar una existencia feliz y con sentido. Todo se reduce a comprometernos con nuestro proceso de entrenamiento emocional. Y aquí es donde puede ser muy útil probar el coaching.
¿QUÉ ES EL COACHING?
“Solemos creer que seremos felices cuando las cosas nos vayan bien, pero lo paradójico es que las cosas nos empiezan a ir bien cuando aprendemos a ser felices.”
(Irene Orce)
El coaching es un proceso de acompañamiento profesional que promueve nuestro autoconocimiento y desarrollo personal. Y parte de la premisa de que todos los seres humanos somos mucho más de lo que creemos ser: todos albergamos en nuestro interior una serie de cualidades, habilidades y competencias que podemos entrenar para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. De ahí que el coach –que en inglés significa “entrenador personal”– haga de puente entre la persona que somos y la que podemos llegar a ser.
Lo cierto es que esta figura profesional apareció en la década de los ochenta del pasado siglo para asesorar y desarrollar jugadores de tenis más maduros emocionalmente. El experto norteamericano en entrenamiento deportivo, Timothy Gallwell, descubrió que la calidad técnica de los tenistas de élite era básicamente la misma y que, en última instancia, el éxito dependía de “la calidad psíquica o mental”, que este especialista denominó “juego interno”.
Esta teoría enseguida fue extrapolada al ámbito de la empresa por sir John Whitmore, pionero en la práctica del coaching ejecutivo. En este caso, el objetivo es promover que los directivos se conozcan y comprendan mejor, aprendiendo a ser dueños de su mente y de sus pensamientos. Esta introspección guiada de la mano del coach puede generar un profundo cambio en la manera de verse y liderarse a sí mismos, así como de ver y liderar a sus colaboradores, creando culturas organizacionales más humanas, productivas y sostenibles.
LOS ESPEJOS NO DAN CONSEJOS
“Por mucho que te explique a qué sabe la mermelada de higo, no lo sabrás hasta que la pruebes por ti mismo.”
(Proverbio malgache)
Poco a poco, el coaching se está extrapolando al resto de dimensiones que conforman nuestra vida, pues en todas ellas siempre podemos crecer. Y a diferencia de la psicología tradicional –centrada más en el problema–, el coaching pone su mirada en la oportunidad de aprendizaje. El coach no da consejos ni toma decisiones, sino que actúa a modo de espejo para que sea el coachee o cliente sea quien descubra la solución por sí mismo.
Así, el filósofo griego Sócrates (470 – 399 a. C.), con su método mayéutico, fue el primer gran coach que ha pasado a la posteridad. Su filosofía era simple; su impacto, muy profundo. Se dedicaba a hacer las preguntas pertinentes en el momento oportuno, permitiendo que su interlocutor descubriera la respuesta que estaba buscando. De ahí que el coaching sea el arte de escuchar empáticamente para hacer buenas preguntas.
Cuentan que un maestro sufí explicaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre la entendían.
–Maestro –le dijo uno de ellos una tarde–. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…
–Pido perdón por eso –se disculpó el maestro–. Permíteme que para enmendar mi error te invite a comer un rico melocotón.
–Gracias maestro.
–Quisiera, para agasajarte, pelarte el melocotón yo mismo. ¿Me permites?
–Sí. Muchas gracias.
–¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?
–Me encantaría, pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…
–No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte. Permíteme también que te lo mástique antes de dártelo.
–¿No maestro! ¡No me gustaría que hicieras eso!
El maestro hizo una pausa y dijo:
–Si yo os explicara el sentido de cada cuento, sería como daros de comer una fruta masticada.
PRIMERO CON UNO MISMO
“Lo que no hacemos consciente se manifiesta en nuestra vida como destino.”
(Carl Jung)
Dado que esta disciplina está poniéndose de moda, se conocen algunos casos en los que se llama coaching a “algo” que no tiene nada que ver con esta metodología. Sobre todo porque el “coach” de turno no se ha formado debidamente ni conoce la deontología del coaching. Y es que esta disciplina profesional sólo funciona cuando el cliente lo pide de forma voluntaria, no cuando le es impuesto desde afuera. Y no sólo eso. Si el coach no se ha transformado a sí mismo primero, su espejo no estará lo suficientemente limpio para que sus clientes vean las causas de su malestar reflejadas nítidamente.
Es decir, que antes de “trabajar” sobre los demás, primero se ha de haber “trabajado” sobre uno mismo. Para ser coach no basta con adquirir conocimiento: es necesario encarnar lo que se sabe. Si no hay coherencia entre la teoría y la práctica es que todavía no se comprende la información que se conoce. Por tanto, lo que se ha logrado con uno mismo, es decir, lo que se manifiesta en la propia vida, es lo único que se puede ofrecer y transmitir a los demás.
Así, relatan que una madre hizo un largo viaje a pie con su hijo para ver al gran líder Mahatma Gandhi. Una vez a su lado, le imploró: “Por favor, Mahatma, dígale a mi hijo que no tome azúcar, que a mí no me hace caso”. Después de una pausa, Gandhi le dijo: “Lo siento, pero no puedo decírselo en estos momentos. Regrese con su hijo en dos semanas.” Y quince días más tarde, la mujer hizo de nuevo el mismo largo viaje a pie con su hijo.
En esta ocasión, Gandhi miró fijamente a los ojos del muchacho y le dijo: “No tomes azúcar”. Después de agradecérselo, la mujer le preguntó con cierta perplejidad: “¿Por qué me pidió dos semanas? Usted sabe lo lejos que vivimos… ¡Podía habérselo dicho la primera vez que vinimos!” Y Gandhi, muy sereno, le respondió: “Perdóneme, pero no pude decírselo. Hace dos semanas yo también tomaba azúcar”.
INDICADORES DE DESARROLLO PERSONAL
“Verdad es todo pensamiento que deja paz y armonía en nuestra mente y todo acto que deja paz y armonía en nuestro corazón.”
(Gerardo Schmedling)
Llegados a este punto, ¿quién de nosotros puede beneficiarse de un buen proceso de coaching? Pues aquellos que sintamos la necesidad de cambiar algún aspecto de nuestra forma de ser y de nuestra vida. ¿Y cómo podemos saber si estamos alineados con la mejor versión de nosotros mismos? Por los resultados que obtenemos en nuestro día a día. Aunque siempre podemos fingir ante los demás, no podemos engañarnos a nosotros mismos eternamente.
Existen tres indicadores internos de desarrollo personal: el primero consiste en verificar si somos felices, es decir, si nos sentimos a gusto con nosotros mismos estemos donde estemos y en compañía de quién sea. En segundo lugar, si experimentamos paz en nuestro interior, que nos permite dejar de reaccionar impulsiva y negativamente frente a la adversidad. Y en tercer lugar, si verdaderamente gozamos de este equilibrio interno, mantendremos en todo momento la humildad necesaria para servir a las personas que nos rodean.
A partir de estas tres virtudes internas, existen otros cuatro indicadores externos: un óptimo estado de nuestra salud física; la armonía de nuestras relaciones personales y profesionales; disfrutar de recursos económicos suficientes para poder vivir dignamente y la flexibilidad necesaria para adaptarnos y fluir en el lugar donde vivimos. Si no gozamos de un satisfactorio equilibrio en cada una de estas áreas, el coachig puede ser una herramienta a tener en cuenta para alcanzar la maestría en el arte de vivir.
Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado 11 de octubre de 2009.