Por Borja Vilaseca

Al asumir las riendas de nuestra salud emocional, empezamos a desarrollar una mirada más sabia para extraer el aprendizaje oculto de la adversidad que forma parte de nuestro día a día.

Para saber si seguimos anclados en el victimismo o, por el contrario, estamos entrenando el músculo de la responsabilidad, basta con verificar cómo estamos mirando e interpretando nuestras circunstancias: como «problemas» o como «oportunidades». El hecho de que percibamos la realidad de una manera u otra es determinante para comprender por qué nuestras vidas son como son, y por qué a nivel emocional estamos obteniendo unos determinados resultados.

Frente a esta dicotomía, es interesante señalar que un «problema» es «cualquier cosa, situación o persona que provoca que nos perturbemos a nosotros mismos». Imaginemos por un momento que nuestra pareja se ha enganchado al tabaco. Por más que sea un hábito que daña gravemente a la salud, fumar no es bueno ni malo. Como toda acción, tiene consecuencias. De ahí que estos juicios morales dependan de nuestra forma de verlo e interpretarlo. Así, en función de qué opinión tengamos acerca del tabaco –y de cómo éste nos haga sentir– puede que consideremos este hecho como un problema.

Curiosamente, hay quienes ven esta situación con otros ojos y no se molestan ni se enfadan cuando ven a su pareja encender un cigarrillo. Simplemente aceptan y respetan la decisión tomada por su compañero sentimental. Así, el verdadero problema jamás se encuentra en nuestras circunstancias, sino en nuestra mente. No en vano, la raíz de nuestras perturbaciones reside en nuestros pensamientos. Y estos, en nuestras creencias limitadoras y erróneas acerca de cómo deberían de ser las cosas.

LA VIDA COMO APRENDIZAJE
“El propósito de nuestra existencia es aprender a ser felices, a sentirnos en paz y a amar a los demás.”
(Gerardo Schmedling)

Cada vez que nos topemos con un problema, podemos empezar a verlo como lo que en realidad es: una «oportunidad de aprendizaje». Lo cierto es que este enfoque más constructivo nos permite cuestionar las limitaciones internas que nos llevan a interpretar lo que sucede de forma subjetiva y egocéntrica. Así, la próxima vez que veamos a nuestra pareja fumar –por seguir con este ejemplo– podemos recordarnos que no es el tabaco, sino nuestra manera de interpretarlo, la causa de nuestro malestar.

Así es como tarde o temprano verificamos que en realidad no hay «problemas». Lo que sí existen son los «procesos». Es decir, que todo lo que forma parte de la vida –incluyéndonos a nosotros mismos– está en su propio proceso de desarrollo y evolución. El problema lo creamos en nuestra mente cuando luchamos y entramos en conflicto con personas y situaciones con las que no estamos de acuerdo. En este sentido, el hecho de que nos perturbe que nuestra pareja fume es nuestro problema. De ahí que verla fumar sea una oportunidad de aprendizaje para crecer y madurar como seres humanos.

Además, esta revelación nos hará comprender que no se trata de cambiar lo externo (el hecho), sino de modificar lo interno. Es decir, nuestra actitud frente al hecho. En vez de criticar a nuestra pareja para que haga lo que nosotros consideramos que debe de hacer, podemos aprovechar esta situación para aprender a cultivar nuestra felicidad (por medio de la responsabilidad); a preservar nuestra paz interior (por medio de la aceptación) y a dar lo mejor de nosotros mismos por medio del servicio.

No en vano, si adoptamos una postura intolerante y rígida –basada en el juicio y la reprimenda– lo más probable es que obtengamos un resultado ineficiente. Dado que no la estamos aceptando, nuestra pareja seguramente se moleste o comience a fumar a escondidas. En cambio, partiendo de la premisa de que tiene derecho a fumar –lo cual no quiere decir que nos guste que lo haga, que estemos de acuerdo ni que la apoyemos–, lo más eficaz es tomar una actitud respetuosa. Y en paralelo, darle libertad y confiar en ella para que decida por sí misma que es lo que en esos momentos de su vida más le conviene. Además, ¿quiénes somos nosotros para determinar lo que otro ser humano debe o no hacer con su vida?

FLUIR CON LA VIDA
“Si un problema tiene solución, ¿para qué perturbarse? Y si no la tiene, ¿para qué perturbarse?”
(Proverbio chino)

En una aldea vivía un granjero muy sabio que compartía una pequeña casa con su hijo. Un buen día, al ir al establo a dar de comer al único caballo que tenían, el chico descubrió que se había escapado. La noticia corrió por todo el pueblo. Tanto es así, que los habitantes enseguida acudieron a ver al granjero. Y con el rostro triste y apenado, le dijeron: “¡Qué mala suerte habéis tenido! Para un caballo que poseíais y se os ha marchado.” Y el hombre, sin perder la compostura, simplemente respondió: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?”

Unos días después, el hijo del granjero se quedó sorprendido al ver a dos caballos pastando enfrente de la puerta del establo. Por lo visto, el animal había regresado en compañía de otro, de aspecto fiero y salvaje. Cuando los vecinos se enteraron de lo que había sucedido, no tardaron demasiado en volver a la casa del granjero. Sonrientes y contentos, le comentaron: “¡Qué buena suerte habéis tenido! No sólo habéis recuperado a vuestro caballo, sino que ahora, además, poseéis uno nuevo.” Y el hombre, tranquilo y sereno, les contestó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”

Sólo veinticuatro horas más tarde, padre e hijo salieron a cabalgar juntos. De pronto, el caballo de aspecto fiero y salvaje empezó a dar saltos, provocando que el chaval se cayera al suelo. Y lo hizo de tal manera que se rompió las dos piernas. Al enterarse del incidente, la gente del pueblo fue corriendo a visitar al granjero. Y una vez en su casa, de nuevo con el rostro triste y apenado, le dijeron: “¡Qué mala suerte habéis tenido! El nuevo caballo está gafado y maldito. ¡Pobrecillo tu hijo, que no va a poder caminar durante unos cuantos meses!” Y el hombre, sin perder la compostura, volvió a responderles: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?”

Tres semanas después el país entró en guerra. Y todos los jóvenes de la aldea fueron obligados a alistarse. Todos, a excepción del hijo del granjero, que al haberse roto las dos piernas debía permanecer reposando en cama. Por este motivo, los habitantes del pueblo acudieron en masa a casa del granjero. Y una vez más, le dijeron: “¡Qué buena suerte habéis tenido! Si no se os hubiera escapado vuestro caballo, no hubierais encontrado al otro caballo salvaje. Y si no fuera por éste, tu hijo ahora no estaría herido. ¡Es increíble lo afortunados que sois! Al haberse roto las dos piernas, tu muchacho se ha librado de ir a la guerra.” Y el hombre, completamente tranquilo y sereno, les contestó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”

LOS PROCESOS VITALES
“La vida nos manda regalos envueltos en problemas.”
(Juan Carlos de Pedro)

Cada vez más seres humanos estamos descubriendo que lo mejor que podemos hacer por la sociedad es estar en paz con nosotros mismos. Principalmente porque cuando cultivamos la serenidad en nuestro interior empezamos a desarrollar la ecuanimidad, una cualidad muy útil para dejar de sufrir, luchar y entrar en conflicto con los demás y con nuestras circunstancias. En esencia, la ecuanimidad consiste en ver la realidad como es, y no como nos gustaría que fuese. Así es como poco a poco dejamos de etiquetar las cosas como blancas o negras, y empezamos a mirarlas con más objetividad y neutralidad, percibiendo la infinidad de matices grises que existen entre uno y otro extremo.

En este sentido, que nuestra pareja fume no es un problema. Es un proceso. Que nos despidan del trabajo tampoco es un problema. Es un proceso. Y lo mismo ocurre cuando nos deja nuestro compañero sentimental. También es un proceso. Ni siquiera el hecho de que muera un ser querido es un problema. Por más que nos victimicemos, y suframos al afrontar este tipo de situaciones, ninguna de ellas es un problema. Todas son procesos. Y estos no tienen solución, sino un comienzo y un final.

Y además, ¿qué sabemos acerca de las cosas que nos pasan? Lo que hoy determinamos que es malo mañana puede convertirse en algo bueno. Y viceversa: lo que hoy valoramos como bueno mañana puede derivar en algo malo. Quizás nuestra pareja ha de fumar para comprobar por sí misma que el tabaco resulta perjudicial para la salud. Y en base a esta comprensión decidir dejarlo, entrenando así la fuerza de voluntad. Quizás hemos de pasar por la experiencia del paro para reflexionar acerca del rumbo que había tomado nuestra vida. Quizás hemos de vivir una ruptura sentimental para verificar que somos excesivamente dependientes. Y por consiguiente, aprender a amarnos más a nosotros mismos para ser más libres e independientes emocionalmente.

Por más doloroso que nos resulte, quizás la muerte de un ser muy querido nos hace despertar, llevándonos valorar más intensamente la vida y todo lo que en ella acontece. No en vano, hasta que no nos sucede alguna experiencia verdaderamente adversa y desfavorable, en general no solemos abandonar nuestra zona de comodidad. Esta es la esencia de la resiliencia. Es decir, la capacidad de aprovechar circunstancias adversas para conectar con nuestro espíritu de superación y madurar emocionalmente.

De ahí que haya seres humanos que –al haberse responsabilizado en descubrir el aprendizaje oculto e inherente a cualquier experiencia– miren hacia atrás y sólo tengan palabras y sentimientos de agradecimiento. Porque quién sabe, quizás han sido precisamente estas situaciones complicadas y desfavorables las que nos han llevado a adentrarnos en un proceso existencial que nos ha permitido convertirnos en quienes estábamos destinados a ser.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado 8 de mayo de 2011.