Por Borja Vilaseca

Antes de seguir con la lectura de este artículo, te propongo que hagamos un pequeño ejercicio, el mismo que vengo haciendo desde 2006 con los participantes de mis cursos de autoconocimiento. Mira la fotografía de aquí abajo y di en voz alta las tres primeras cosas que te vengan a la cabeza. Por favor, no seas políticamente correcto. Sé radicalmente honesto contigo mismo. Se trata de un juego en el que no hay respuestas correctas ni incorrectas. Tan solo di lo que veas.

Obviamente no sé qué ves tú en esta imagen, pero comparto contigo lo que en general han visto aquellos a los que se la he enseñado. Al verla, muchos la relacionan con «felicidad, amor y compromiso». En cambio, otros la vinculan con «convencionalismo, falsedad e hipocresía». De hecho, en una misma sesión una joven puso que reflejaba «el gran sueño» de su vida, mientras que su compañera de al lado ⎯mucho más veterana y madura⎯ dijo que se trataba de «la gran traición» de la suya.

Dicho esto, ¿realmente estos atributos y adjetivos están en la imagen? No. Ninguno de ellos. Todos pertenecen a las personas que los han visto y expresado. La fotografía es neutra. Lo que no es neutro es la interpretación subjetiva y distorsionada que hacemos de la misma, la cual pone de manifiesto nuestras creencias y experiencias en relación con lo que esta imagen evoca en nuestro interior.

Entonces, ¿cuál es la realidad de esta fotografía? Para empezar, no sabemos si se trata de una boda o si por el contrario son un par de actores posando para un anuncio publicitario. Sea como fuere, en esta imagen se ven dos seres humanos, varias manos, ropa, un reloj, un anillo y un ramo de flores. Todo lo demás es pura ficción fabricada por la mente a través de los pensamientos. Cualquier historia romántica o trágica que nos venga a la cabeza en relación con el amor, el matrimonio o las relaciones de pareja no tiene nada que ver con esta fotografía: es un producto de nuestra fértil imaginación.

REALIDAD VERSUS INTERPRETACIÓN DE LA REALIDAD
“La realidad es neutra.”
(Gerardo Schmedling)

Cada uno de nosotros ve el mundo a través de sus propias gafas, interpretando la realidad de forma subjetiva. Esta es la razón por la que frente a un mismo hecho ⎯como la fotografía anterior⎯ existen tantas interpretaciones como personas lo están observando. Todo lo que pensamos acerca del mundo y todo lo que decimos acerca de la realidad dice mucho más acerca de nosotros que del mundo y de la realidad.

Sin ir más lejos, hay lectores a los que este libro les está pareciendo «muy malo». Tan malo que seguramente lo han dejado de leer antes de llegar a este capítulo. En cambio, a otros igual les está pareciendo «muy bueno». Tan bueno que incluso lo van a regalar a amigos y familiares. Y entre medias hay otros tantos a los que les está dejando algo indiferentes, considerándolo un ensayo «normalito y del montón».

Todas estas apreciaciones no tienen tanto que ver con el libro, sino con el sentido que cada lector le está dando en su propia mente. Recordemos que este ensayo en realidad no es más que una retahíla de logogramas del alfabeto indoeuropeo. Es decir, un conjunto de símbolos y signos que en sí mismos no tienen ningún significado. Para verificarlo, tan solo hemos de compartir este libro con una persona cuya mente no haya sido codificada en lengua castellana, como por ejemplo un chino, un árabe o un hindú. Al intentar leer estas líneas, ninguno de ellos entendería nada. Solamente verían un montón de garabatos extraños.

Y entonces, si todo lo que vemos fuera es una proyección de lo que reside en nuestro interior, ¿qué es la realidad? ¿Existe realmente? Lo cierto es que «la realidad es neutra»[1]. Totalmente neutra. Es decir, que todos los hechos, las situaciones, los acontecimientos y las circunstancias que suceden en nuestra vida no tienen valor ni significado por sí mismos. Son simplemente lo que son: hechos, situaciones, acontecimientos y circunstancias. Y como tales, no son buenos ni malos, sino neutros. Y es que una cosa es la realidad ⎯lo que es y lo que sucede en cada momento⎯ y otra muy distinta, la interpretación subjetiva y distorsionada que hacemos de la realidad en base a nuestro sistema de creencias.

Al percibir lo que sucede desde la mente, entramos en una «dualidad cognitiva», según la cual etiquetamos lo que vemos en función de si estamos «de acuerdo» o en «desacuerdo», si nos «gusta» o «disgusta», si nos «beneficia» o «perjudica»… Así, el yo ilusorio con el que estamos identificados determina ⎯desde una perspectiva totalmente egocéntrica⎯ el valor que tienen las cosas que (nos) pasan. De este modo, nosotros como observadores estamos condicionando con nuestra percepción dual constantemente lo observado. De hecho, somos lo observado. En última instancia, la realidad nos hace de espejo. Todo el rato nos está reflejando lo que llevamos dentro.

LO QUE HACEMOS CON LO QUE NOS PASA
“He tenido miles de problemas en mi vida, la mayoría de los cuales nunca sucedieron en realidad.”
(Mark Twain)

Curiosamente, afirmar que «la realidad es neutra» también es neutro. El quid de la cuestión es que esta frase señala una comprehensión que está más allá de la mente, el intelecto, el pensamiento y el lenguaje. De ahí que haya lectores que sigan condenándola, otros que sigan sin entenderla y otros para quienes potencialmente suponga un paso hacia delante en su proceso evolutivo. Lo más común y frecuente es que el ego se oponga con vehemencia mediante una férrea resistencia. Y que contraataque poniendo ejemplos extremos, aludiendo que la guerra, la pobreza, el hambre no son hechos neutros. Lo cierto es que sí lo son.

Más allá de lo que pensemos desde nuestra mente dual, la realidad sigue siendo neutra. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Y entonces, ¿cómo puede ser neutro que un padre maltrate psicológicamente a sus cinco hijos durante su infancia? En primer lugar, hemos de diferenciar entre lo que pasa y lo que hacemos con lo que pasa. Es decir, entre el estímulo externo neutro y la reacción interna emocional que tenemos frente al mismo, la cual depende de cómo lo percibimos e interpretamos. En este caso, una cosa son los gritos y los insultos del padre; y otra muy diferente, el modo en el que cada uno de sus hijos ⎯de forma subjetiva⎯ los ha interpretado en el momento en el que tuvieron lugar. Y también cómo los han procesado y digerido con el devenir de los años.

Dado que los niños pasan por una etapa de inocencia y vulnerabilidad, no tienen la capacidad de afrontar los maltratos de un padre con consciencia y sabiduría. Al estar inconscientemente identificados con el ego, es imposible que puedan adoptar una actitud estoica, afrontando esta adversidad con fortaleza, resiliencia y aceptación. De ahí que los cinco hijos hayan sufrido mucho y todos ellos tengan graves heridas y secuelas psicológicas. Sin embargo, este hecho sigue siendo absolutamente neutro. Esencialmente porque no determina lo que cada uno de los hijos haga con dichos traumas durante su etapa adulta.

Como consecuencia de los gritos e insultos perpetrados por el padre durante su infancia, uno de los hijos se suicida tras mucho tiempo atrapado por las drogas y el alcohol. Otro se convierte en un maltratador psicológico, gritando e insultando a sus hijos igual que lo hacía su padre. En su fuero interno siente mucho odio y rencor hacia su progenitor, a quien sigue culpando de su dolor. Otro se autoboicotea constantemente y jamás consigue tener una pareja estable. Este sigue en guerra con su pasado porque le cuesta mucho perdonar a su padre y pasar página.

En cambio, otro llega a una saturación de sufrimiento y emprende un proceso de autoconocimiento por medio del que logra sanar sus heridas, convirtiéndose en un padre empático y cariñoso. Y otro sigue el mismo camino que el anterior, montando una fundación para ayudar a jóvenes que han sido maltratados por sus padres. En este caso no solo lo perdonó, sino que incluso se siente agradecido. Principalmente porque gracias al aprendizaje derivado del proceso terapéutico que tuvo que realizar para curar sus traumas ha encontrado un propósito trascendente que le da mucho sentido a su vida.

Si bien el maltrato psicológico recibido por los cinco hijos fue el mismo, lo que cada uno de ellos hizo con él depende de lo que traían consigo en su interior y de lo que decidieron hacer al respecto. Que un niño sea maltratado por su padre en la infancia es un hecho neutro porque no determina cómo el chaval lo va a integrar. Ni tampoco lo que de mayor decida hacer con él. Se trata de una cuestión totalmente interna: de que la luz ⎯en forma de transformación y reconexión con el ser esencial⎯ gane la batalla a la oscuridad, sanando así el dolor y el trauma del ego.

En caso de considerar lo contrario, le estamos entregando el poder a la realidad, viéndonos como víctimas y marionetas de los sucesos externos que escapan a nuestro control. Si ahora mismo somos incapaces de ver algún aspecto de la realidad neutro es porque seguramente tenemos una herida o un bloqueo dentro relacionado con ello. Tanto es así que muchos de los que han pasado por una experiencia parecida acaban resignándose, justificando las conductas autodestructivas que adoptan en el presente por los hechos traumáticos que vivieron en el pasado. Aceptar que la realidad es neutra es profundamente sanador y liberador. Nos lleva a iluminar nuestras sombras más oscuras. Y nos permite comprehender que «lo que sucede es lo que es y lo que hacemos con ello es lo que somos».[2]

[1] Aforismo de Gerardo Schmedling.

[2] Proverbio zen.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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