Por Borja Vilaseca
En la mayoría de parejas contemporáneas –completamente enjauladas por ese carcelero llamado “ego”–no termina de florecer el verdadero amor porque se coarta e impide la libertad.
Si hoy por hoy muchas relaciones de pareja están marcadas por la rutina, el conflicto y el sufrimiento es porque nadie nos ha enseñado a amar. Pero como cualquier otro arte, este se aprende a base de practicar y cometer errores. En este sentido, muchos nos preguntamos: ¿por qué son tan complicados estos vínculos sentimentales? ¿Por qué provocan tanto dolor y sufrimiento? Y en definitiva, ¿por qué tarde o temprano se termina el amor? Por muy duro que pueda parecer, todo esto sucede porque, en primer lugar, el amor verdadero nunca existió. Si bien al principio lo confundimos con el enamoramiento, más adelante volvemos a equivocarnos, creyendo que el amor es el sentimiento amoroso.
Muchas personas dejamos de querer a nuestra pareja porque ya no albergamos sentimientos de amor hacia ella. Sin embargo, se trata de un enfoque victimista y reactivo. Principalmente porque los sentimientos surgen como consecuencia de nuestras actitudes y comportamientos amorosos. En vez de tener un gesto amable hacia nuestra pareja cuando lo sintamos, podemos asumir la responsabilidad de crear este tipo de conductas, desarrollando nuestra proactividad al servicio de la relación. Lo paradójico es que como consecuencia de este amor, cosechamos emociones, sentimientos y estados de ánimo amorosos en nuestro interior.
El quid de la cuestión radica en que es imposible amar a nuestra pareja si no nos amamos a nosotros mismos primero. Para dar primero hemos de tener. Sin embargo, debido a nuestra falta de autoestima buscamos en nuestro compañero sentimental el cariño, el aprecio, el reconocimiento, la valoración y el apoyo que no nos damos a nosotros mismos. De ahí que antes de iniciar un vínculo afectivo con otro ser humano, sea necesario dedicarnos tiempo y espacio para aprender a autoabastecernos emocionalmente.
De hecho, el verdadero amor se sustenta bajo cinco pilares: en primer lugar, la «responsabilidad personal», que consiste en que a nivel emocional cada miembro de la pareja se haga cargo de sí mismo. Esencialmente porque nuestro bienestar sólo depende de nosotros mismos. En segundo lugar, la «comunicación asertiva». Ésta tiene mucho que ver con la capacidad de ser sinceros y honestos con el otro. Y de saber empatizar el uno con el otro y de expresarnos con respeto y asertividad. Así, cuanta más facilidad tenemos para mostrar nuestra vulnerabilidad, menor es nuestra necesidad de protegernos tras una coraza. Si bien en ocasiones exponerse resulta incómodo e incluso doloroso, poder compartir lo que pensamos y lo que sentimos de forma asertiva es clave para construir una relación sólida y estable emocionalmente.
En paralelo, es imprescindible cultivar la «mimoterapia», un concepto creado por la escritora y coach, Irene Orce. Es decir, el arte de mimar a nuestra pareja, dedicando tiempo y espacio a potenciar el cariño, la ternura y las caricias. Y para ello, nada mejor que remolonear un buen rato en la cama todas las mañanas. Además de reforzar el vínculo afectivo con nuestro compañero sentimental, la mimoterapia tiene efectos muy positivos sobre nuestra salud y bienestar, llenando además nuestro depósito de energía vital. De ahí el slogan «más abrazos y menos prozac».
SER CÓMPLICE DE LA FELIDIDAD DEL OTRO
“El amor es la decisión de trabajar activamente por la libertad de otra persona para que elija qué hacer con su vida aunque no te incluya.”
(Jorge Bucay)
Además de la responsabilidad personal, la comunicación asertiva y la mimoterapia, el cuarto pilar es el «detallismo». Es decir, cuidar y sorprender a nuestra pareja, teniendo detalles que mantengan encendida la llama del amor y que eviten que la relación caiga en la monotonía. Y esto pasa por no darla por sentada, ligándonosla cada día. Así, para verificar si hemos alcanzado esta maestría en el arte de amar a nuestra pareja, tan sólo hemos de responder con honestidad a las siguientes preguntas: ¿cuándo ha sido la última vez que hemos tenido un detalle con ella? ¿De qué manera le demostramos activamente que la amamos? ¿Con qué frecuencia anteponemos sus necesidades e intereses a los nuestros? Y en definitiva, ¿por medio de qué acciones y decisiones concretas estamos siendo cómplices de su bienestar y felicidad?
Por último y tal vez más importante, es esencial cultivar el «desapego». Es decir, en saber ser felices con o sin nuestra pareja. Al no necesitarla para nuestra felicidad es cuando podemos verdaderamente amarla. Solo así podemos construir una convivencia constructiva, pacífica, libre y respetuosa. Y esta parte de la confianza incondicional. Así es como podemos valorar y disfrutar de la persona con la que compartimos nuestra vida tal como es, sin intentar cambiarla.
Al introducir la libertad en el seno de nuestra pareja, poco a poco trascendemos el afán de control, la manipulación, los celos, la posesividad y, especialmente, el apego. Ya no dependemos el uno del otro para ser felices y sentirnos queridos. Al contrario, cada uno aportamos nuestra propia felicidad y amor al servicio de la relación. Y en paralelo, respetamos y honramos la individualidad de la persona con la que hemos decidido compartir nuestra vida. Así, para comprobar nuestro grado de desapego hacia nuestra pareja, basta con comprobar como reaccionamos o respondemos cuando nos propone irse unos días de viaje a solas o con sus amigos. ¿Nos incomoda de alguna manera? ¿O por el contrario nos alegramos por ella?
El verdadero amor no pone límites ni limitaciones. Más bien da libertad. Y parte de la premisa de que cada uno de los dos miembros de la pareja es un ser completo por sí mismo. De ahí que respetemos y aceptemos de forma incondicional las decisiones y comportamientos de nuestro compañero sentimental. Principalmente porque cada uno de nosotros hace uso de su libertad con madurez, consciencia y responsabilidad, actuando de la manera que lo considere oportuno en cada momento y frente a cada situación.
La paradoja es que cuanta más libertad y respeto existe en el seno de nuestra pareja, más unión, conexión y fidelidad experimentamos con ella. Así es como finalmente pasamos del paradigma del yo al del nosotros, formando un auténtico equipo con nuestro compañero sentimental. De hecho, el verdadero matrimonio va mucho más allá de cualquier unión de carácter legal, social y económica. En esencia, se trata de un acto simbólico por medio del que nos comprometemos con otro ser humano a seguir aprendiendo y evolucionando juntos, convirtiéndose en un espejo el uno para el otro donde ver reflejada la mejor versión de nosotros mismos.
El amor en pareja es como la semilla de una flor. Para que brote, exhale su aroma y ofrezca sus frutos a la vida requiere de cuidados diarios. Al igual que la flor, el amor necesita ser regado con agua, nutrirse de varias horas de sol y ser cuidado con dosis de ternura y cariño cada día. El reto de cada pareja consiste en convertir esta metáfora en una realidad, explorando en cada caso cual es la mejor forma de conseguirlo. Y por más excusas que encontremos para posponer nuestras responsabilidades como jardineros, no hemos de olvidar que tarde o temprano cosecharemos lo que hayamos sembrado.
Este artículo es un capítulo del libro El sinsentido común, de Borja Vilaseca, publicado en 2011.