Por Borja Vilaseca

En este cuento filosófico se explora la importancia de las razones por las que hacemos las cosas, su propósito, y cómo estas pueden contribuir a la sociedad, más allá de los logros que podamos conseguir por nuestra propia cuenta y para beneficio propio.

A finales del siglo XIX, el ser humano estaba a punto de crear un invento revolucionario: el aeroplano con motor, que más tarde daría lugar al avión tal y como hoy lo conocemos. Por aquel entonces, el gran experto en el campo de la aeronáutica era el astrónomo y físico estadounidense, Samuel Pierpont Langley. Tenía todo lo necesario para triunfar en semejante hazaña. Era un profesor de matemáticas con gran reconocimiento y prestigio social. A lo largo de su carrera había recibido numerosos premios. Su agenda rebosaba de buenos contactos. Entre sus amigos figuraban importantes políticos y poderosos hombres de negocios. De hecho, el Gobierno norteamericano financió enteramente su proyecto. 

Así fue como Langley pudo contratar a las mentes más privilegiadas de la época. En su equipo se encontraban los mejores ingenieros mecánicos del momento. Además, también contaba con los materiales perfectos para fabricar un avión en condiciones. El New York Times seguía todos sus pasos, acompañando a Langley allá donde fuera. De hecho, empezó a ser conocido como «el hombre que iba a hacer volar a la humanidad».

Por aquel tiempo, los hermanos Orville y Wilbur Wright también estaban construyendo un aeroplano con motor en Estados Unidos. A diferencia de Langley, no parecía que tuvieran ninguna oportunidad para lograr el éxito en su empeño. Eran fabricantes de bicicletas. No tenían ningún tipo de subvención económica. Ni tampoco contactos o expertos que pudieran ayudarles. Financiaron su sueño con los beneficios de su tienda de bicicletas. Y ningún miembro de su equipo había pasado por la universidad.

Eso sí, los hermanos Wright tenían un sueño. Un propósito. Sabían por qué era importante construir aquel avión y para qué serviría. Estaban entusiasmados en averiguar el problema físico que les separaba de encontrar la solución. Imaginaban los beneficios que su invento aportaría al resto del mundo. Su proyecto aeronáutico tenía un sentido trascendente que iba más allá de sí mismos.

A Langley, en cambio, le movía la ambición personal. Quería adquirir el nivel de prestigio de otros grandes inventores de la época, como Alexander Graham Bell o Thomas Alva Edison. Langley perseguía un objetivo, pero no tenía un porqué ni un para qué bien definidos. No pensaba tanto en el impacto que el avión iba a tener en la humanidad, sino en lo que él podría obtener a cambio como recompensa. Aspiraba a ser rico y famoso, recordado para siempre como el inventor del avión. Esa era su motivación. Por eso no vivía su trabajo con la pasión de los hermanos Wright. Más bien padecía cierta ansiedad y miedo por no ser el primero en conseguirlo. 

Intento tras intento, ni Langley ni los hermanos Wright conseguían surcar el cielo con su aeroplano. Y mientras que el equipo de Langley empezó a frustrarse e impacientarse, los hermanos Wright fueron contagiando e inspirando a toda su comunidad para que creyeran en su sueño. Y así fue como el 17 de diciembre de 1903 en un campo de Kitty Hawk, en Carolina del Norte los hermanos Wright volaron por el cielo. Durante 59 segundos estuvieron 400 metros por encima del suelo. Fue el primer vuelo con motor de la historia.

¿Qué hizo que Orville y Wilbur lograran lo que el propio Estado, representado por el prestigioso equipo liderado por Samuel Pierpont Langley, no pudo conseguir? Tanto los hermanos Wright como Langley trataban de crear lo mismo. Sin embargo, los hermanos Wright tenían inspiración. Su empeño estaba siempre puesto en la contribución que iba a generar a la sociedad. No así el de Langley, que al enterarse de lo sucedido días después, abandonó la carrera. Salió del negocio. Al no ser el primero, lo dejó. 

Suscríbete a mi canal de YouTube para ver más cuentos filosóficos. Aquí os dejo el link a la lista de reproducción.

Cuento extraído del libro Empieza con el por qué, de Simon Sinek.