Por Borja Vilaseca

En general nunca estamos en el lugar donde nos encontramos. Siempre andamos en otra parte, muy lejos de nosotros mismos y del instante presente. Prueba de ello es que no solemos ducharnos mientras nos estamos duchando. No sentimos el agua caliente cayendo sobre nuestro cuerpo, valorando y disfrutando plenamente de este momentazo cotidiano. Por el contrario, solemos estar en nuestra mente y en nuestros pensamientos, pensando en algo que no tiene nada que ver con la ducha ni con el acto de ducharnos. Puede que pensemos en la bronca que nos echó ayer nuestro jefe. O en la pereza que nos da ir mañana a casa de nuestra suegra.

Independientemente de lo que estemos pensando, cuando vivimos dormidos no nos damos cuenta de que estamos hipnotizados por nuestros pensamientos. En ningún momento somos conscientes de que no nos estamos relacionando con la realidad verdaderamente real: lo que es y está sucediendo en cada instante. Y esto ocurre porque la consciencia-testigo está secuestrada por la mente disfuncional ⎯la que no para nunca de pensar⎯, provocando que sigamos encerrados en nuestra propia cárcel mental. Esta es la razón por la que en la ducha nunca estamos solos. Nuestra inconsciencia genera que ocasiones ¡nos duchemos con nuestro jefe y nuestra suegra! Y que en algunos casos nos tomemos un chupito de cianuro por ello…

Nuevamente, cultivar el silencio y la quietud un rato cada día es la mejor inversión que podemos hacer para ser libres de esta invisible esclavitud interior. Gracias a la meditación nos identificamos cada vez menos con el yo ilusorio y cada vez más con la consciencia-testigo. Es entonces cuando se asienta en nosotros el «mindfulness» o «atención plena». Se trata un estado de presencia y de alerta que deviene de forma natural cuando vivimos despiertos y conscientes. Para empezar, nos permite vivir mucho más conectados con el ser esencial, volviéndonos personas más serenas, ecuánimes, sensibles y empáticas. Y en consecuencia, menos egocéntricas, neuróticas, reactivas y victimistas. (texasautotrim.com)

En esencia, la atención plena consiste en darnos cuenta de que no somos la mente ni los pensamientos, sino la consciencia-testigo que es capaz de observarlos desde fuera. Así, mientras seguimos con nuestros quehaceres cotidianos, ya no nos perdemos en el mundo exterior, sino que mantenemos el foco siempre puesto en nuestra forma de mirarlo e interpretarlo. Entre otros beneficios, el mindfulness nos permite pillar infraganti pensamientos potencialmente perturbadores antes de que nos los creamos. Así, la atención plena es lo que nos posibilita practicar el «¡cheeeeeeeeeeeeeee!», el mantra que detiene instantáneamente la corriente de pensamiento negativo, evitando que nos perturbemos a nosotros mismos.

Pongamos por ejemplo que estamos jugando un partido de tenis. Y que de pronto empezamos a tener el siguiente diálogo interior: «Estoy perdiendo tres juegos a cero y en este voy ganando 40 a 30. Intenta meter un buen primer saque». ¿Realmente eso es lo que está pasando? No, ni mucho menos. Este relato es ilusorio. Pero eso no es todo: seguidamente y sin venir a cuento, nos empieza a asaltar un pensamiento perturbador relacionado con un problema laboral que hemos tenido recientemente y que todavía no hemos solucionado. De pronto ¡nuestro jefe está también con nosotros durante el partido! Y al engancharnos con este pensamiento, no solo nos perturbamos a nosotros mismos, sino que mentalmente dejamos de estar en la pista de tenis, desplazándonos hasta el despacho de la empresa en la que trabajamos. Segundos más tarde hacemos una doble falta, provocando que el ego reaccione impulsivamente, tomándonos otro chupito de cianuro.

Más allá de estas historias ilusorias no observadas ni cuestionadas por la consciencia-testigo, lo que verdaderamente está sucediendo es una cosa muy diferente. Percibido desde la neutralidad, dos seres están golpeando una bola con un palo con cuerdas en una determinada superficie con rayas blancas en el suelo, dividida en dos partes iguales por medio de una red. Y uno de ellos ⎯nosotros⎯ acaba de enviar la pelota dos veces seguidas a dicha red, enfadándose consigo mismo por haberlo hecho. Todo lo demás es irreal: solamente existe en nuestra imaginación.

EL MINDFULNESS ERRADICA EL SUFRIMIENTO 
“Si quieres conocer tu pasado, mira tu presente, que es su resultado. Si quieres conocer tu futuro, mira tu presente, que es su causa.”
(Siddharta Gautama ‘Buda’)

Gracias al mindfulness en todo momento somos conscientes de los pensamientos que van apareciendo, sin identificarnos con ninguno de ellos. A su vez, nos permite observar, cuestionar y domesticar la mente para no perder el foco en el momento presente. A este entrenamiento mental en el mundo del coaching deportivo se le llama «el juego interior». No en vano, quien gana los partidos suele ser quien se relaciona mejor con su propia mente mientras los disputa. Además, dado que la autoobservación la aquieta y disuelve, llega un punto en el que desaparecemos, fundiéndonos con la raqueta y volviéndonos el partido de tenis. En el instante en el que sentimos que no hay nadie jugando, comenzamos a jugar a nuestro mejor nivel, sintiendo cómo el tenis sucede a través nuestro.

La práctica del mindfulness es lo que en última instancia nos permite evitar identificarnos con la mente, enraizando la consciencia-testigo en el aquí y ahora. Y lo que nos lleva a sonreír de manera cómplice cada vez que cazamos en el aire a alguno de los pensamientos que otrora tanto sufrimiento nos generaban. Así es como dejamos de tomarnos tan en serio el contenido de nuestra mente, descubriendo que nuestro sentido de identidad ya no depende de él. Y esta revelación hace que nuestra vida se simplifique y que nuestro bienestar se magnifique.

El mejor aliado para cultivar la atención plena es nuestra respiración, pues esta siempre se produce en el momento presente. Un claro indicador de que estamos despiertos es que somos conscientes de cómo inhalamos y exhalamos, lo que provoca que dejemos automáticamente de pensar. De hecho, o pensamos o respiramos conscientemente; no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo. A su vez, el mindfulness nos lleva a vivir desde dentro, habitando nuestro cuerpo. El hecho de estar presentes es en sí mismo una poderosa forma de autocuración, pues eleva nuestra frecuencia vibratoria y refuerza nuestro sistema inmunológico. Muchas enfermedades se cuelan cuando estamos ausentes en nuestro cuerpo, perdidos en el laberinto de nuestra mente.

Por otro lado, la atención plena nos permite escuchar activa y empáticamente a los demás, en vez de limitarnos a oír lo que dicen esperando nuestro turno para hablar. En general no sabemos escuchar porque casi toda nuestra atención está ocupada por el pensamiento. De ahí que nuestro ruido mental nos impida ver al otro. Al vaciarse nuestra mente de pensamientos, podemos prestar verdadera atención a lo que nos está contando nuestro interlocutor. Al estar presentes le damos espacio para ser, sin duda alguna el regalo más valioso que le podemos ofrecer. Y es que a los demás no les gustamos por quienes somos, sino por cómo se sienten consigo mismos cuando interactúan con nosotros.

Por último, el cultivo sostenido del mindfulness termina aniquilando la mente disfuncional, erradicando de raíz el pensamiento compulsivo y egocéntrico. De hecho, cuando vivimos despiertos y conscientes tan solo opera nuestra «mente funcional»[1] , la cual está enfocada únicamente en hacer lo que sea necesario en cada momento, de acuerdo con las circunstancias. Al estar guiada por el ser esencial, no se lamenta ni se preocupa. Tampoco tiene deseos ni expectativas. Es cien por cien operativa. Y al no ser interrumpida por la mente disfuncional, nos vuelve personas mucho más eficientes a la hora de afrontar nuestras circunstancias. Y madre mía cómo cambia la ducha cuando realmente nos duchamos mientras nos estamos duchando. ¡Sabe a gloria!

[1] Término de Ramesh Balsekar.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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