Por Borja Vilaseca

Este cuento filosófico relata a través de una alegórica conversación entre los planetas del sistema solar la importancia de las nuevas generaciones, de los niños y niñas que pueblan el mundo y que representan el futuro. Si bien estamos destruyendo nuestro propio planeta, los más jóvenes todavía pueden arreglar nuestros pecados. Representan la esperanza.

En el año 2020, el Sol convocó a todos los planetas del Sistema Solar para celebrar su reunión planetaria de la década, en la cual hacían balance de cómo a cada uno de ellos les estaban yendo las cosas. Tras finalizar la ronda de abrazos, Neptuno que era el más empático de todos enseguida se dio cuenta de que La Tierra tenía muy mala cara. «La verdad es que llevo tiempo preocupada por ti. Desde fuera da la sensación de que estás enferma, ¿me equivocó?» 

Por su parte, Venus le rodeó con su brazo y añadió: «Yo también te noto algo apagada. ¿Cómo se están portando últimamente los seres humanos que habitan dentro de ti?» Cabizbaja, La Tierra emitió en enorme resoplido cargado de impotencia y resignación. Y Marte, que no tenía pelos en la lengua, afirmó: «Por lo que tengo entendido, ¡son todos una panda de parásitos y depredadores! ¡Malditos terrícolas! ¡Te dan por sentada! ¡Y no te cuidan como te mereces!” 

Al oír esto, Plutón se acercó por el otro lado a La Tierra y le susurró: «Si quieres que me ocupe de ellos solo tienes que decírmelo y haré que parezca un accidente.» Y Mercurio, que tenía información al respecto, le contestó: «No hace falta, Plutón, por lo visto son ellos mismos quienes debido a su inconsciencia se están autodestruyendo.» Seguidamente, Urano se unió a la conversación y exclamó: «¡Amiga mía, necesitas urgentemente que los seres humanos cambien su forma de pensar y de relacionarse contigo! ¡Ya sabes que puedes contar conmigo para iniciar una revolución!»

De pronto se hizo el silencio. Y La Tierra se puso a llorar desconsoladamente. El resto de planetas se quedaron mudos, sin saber qué decir. Muchos sabían que tenía problemas desde hacía tiempo con los seres humanos. Pero ninguno tenía constancia de que fueran tan graves. Fue entonces cuando Saturno intervino. «Cuéntanos que te pasa y veamos de qué manera podemos ayudarte a solucionar tus problemas con estos seres.» A lo que el Sol añadió: «Por favor, dinos qué podemos hacer por ti. Ya sabes que para eso organizamos estas sesiones de grupo. No tienes que pasar por este calvario tú sola.»

Apoyada por el resto de planetas, La Tierra recuperó algo la compostura y la entereza. Miró de reojo a Júpiter, quién asintió, como animándole a que compartiera lo que llevaba dentro. «No sé ni por dónde empezar», dijo al cabo La Tierra. «Siento que he tocado fondo… No sabéis lo rápido que se propagan los humanos. Cada vez son más. Y son cada vez más neuróticos. Al principio me hacía gracia albergarlos. Sabía que eran diferentes al resto de mis inquilinos. Pero últimamente se están pasando de la raya. Están arrasando la naturaleza, talando los bosques, contaminando el aire, llenando el mar de basura y asesinando en masa al resto de animales… ¡Están arrasando con todo! Por eso me veis así: estoy con fiebre y no para de subirme la temperatura. De hecho, se están deshaciendo mis polos… ¿Cómo no se dan cuenta?» 

La Tierra se puso a llorar nuevamente. Y esta vez su llanto fue del todo desgarrador. La tristeza invadió al grupo planetario. Y nuevamente se hizo el silencio. Fue entonces cuando Júpiter exclamó, con cierto aceleramiento en su tono: «¡No hay tiempo que perder! ¡Propongo hacer una lluvia de ideas para definir un plan de acción lo antes posible!» El grupo se quedó unos instantes reflexionando, tratando de ver cómo podían enfocar el problema de La Tierra. 

Fue entonces cuando Plutón intervino con contundencia: «¡Ya lo tengo! Pensarlo bien: la especie humana se ha convertido en un virus que está enfermando a nuestra amiga.» Y mirándola fijamente a los ojos, le dijo: «Te propongo que subas todavía más tu temperatura para que ardan todos de una vez por todas y así acabamos de raíz con el problema.» La mayoría de planetas asintió, convencidos de que era una muy buena idea. Sin embargo, de pronto apareció la pequeña luna, quien solía estar siempre en un segundo plano.

«¡Un momento!», dijo al cabo. «Sé que algunos de vosotros tenéis hambre de guerra y sed de venganza”, añadió, mirando con ternura a Plutón y Marte. «Pero mi corazón me dice que la violencia solo genera más violencia.» Venus y Neptuno estuvieron muy de acuerdo con sus palabras. «Además, no todo está perdido en la especie humana. Queda un reducto de esperanza», afirmó con inocencia.  

Mientras el resto de planetas murmuraban con cierta incredulidad, el Sol ejercicio su papel de liderazgo y le preguntó: «¿A qué esperanza te refieres, pequeña luna?» Y esta le contestó: «Si bien a los adultos los doy a todos por perdidos, mi intuición me dice que los niños que forman parte de las nuevas generaciones están aprendiendo de los errores de sus padres. Y que cuando se hagan mayores esta vez sí van a tratar a La Tierra con amor y respeto.» Al escuchar esto, Saturno le increpó: «¿Y cómo lo sabes? ¿Cómo estás tan segura de ello?»

Todos se quedaron mirando a la luna, quien se dio la vuelta y sacó una gigantesca bolsa de su espalda, la cual vacío delante de todos ellos. Estaba repleta de dibujos hechos por centenares de millones de niños pequeños, en los que aparecía La Tierra pintada con todos los colores del arco iris. «¿Qué demonios es esto?», preguntó intrigado Urano. Y la luna, con la ingenuidad que le caracterizaba, respondió: «Cómo intuía lo que estaba pasando, llevo un año recopilando todos los escritos y dibujos hechos por niños terrícolas, en los cuáles muestran su deseo de cuidar a La Tierra como se merece.»

Al ver su rostro retratado en todos aquellos dibujos, La Tierra se puso a llorar nuevamente. Pero esta vez sus lágrimas eran de felicidad. En el fondo de su corazón, sentía un gran amor por los niños humanos. Los adoraba. De hecho, eran sus inquilinos favoritos. Reconfortada por todos aquellos mensajes tan llenos de cariño y afecto, volvió la mirada hacia la luna y el resto de planetas y les dijo: «Está bien, luna. Voy a darle a la especie humana una última oportunidad. Los niños de hoy están mucho más despiertos que los de anteriores generaciones. Solo espero que de adultos no olviden sus promesas.»

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Cuento inspirado en uno escrito por Marisa Alonso Santamaría.