Por Borja Vilaseca

Cada vez más buscadores occidentales están interesados en la filosofía oriental. Sin embargo, a la hora de adentrarse en el viaje del autoconocimiento hay algunos que se quedan en la superficie.

Sin duda ya has hecho lo más difícil: reconocer que necesitas un cambio. Si no, sería imposible que leyendo este artículo en esta web. Debido a la crisis sistémica en la que nos encontramos, el autoconocimiento y el desarrollo espiritual están poniéndose de moda. Cabe señalar que este viaje hacia el interior puede realizarse de dos formas distintas: como un turista más que es como lo hace la gran mayoría o como un verdadero viajero.

Las diferencias son muy claras: los turistas tienen miedo y son algo perezosos. Por eso buscan confort y seguridad. Los viajeros, por su parte, son valientes y cuentan con iniciativa. De ahí que quieran aventura y libertad. Los turistas hacen turismo. Les gusta seguir un tour preestablecido. Siguen una agenda cerrada, totalmente planificada. Saben en todo momento qué lugares van a visitar. Y no se alejan demasiado del guía.

Los viajeros, en cambio, crean su propia ruta y siguen su propia senda. Para ello, cuentan con un mapa y una brújula propios. Al improvisar y fluir sobre la marcha, en demasiadas ocasiones terminan perdiéndose por sitios que ni siquiera sabían que existían, lo cual hace que su viaje sea mucho más auténtico y excitante. Esta es la razón por la que los turistas nunca saben dónde han estado, mientras que los viajeros nunca saben dónde están yendo. La gran diferencia es que los turistas vuelven a casa igual que como se fueron, mientras que los viajeros regresan transformados.

IR HASTA EL FONDO DE LA MADRIGUERA

“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en

buscar nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos.”

(Marcel Proust)

Exactamente lo mismo sucede con el viaje del autoconocimiento. Los turistas espirituales lo quieren todo fácil y masticado. Se quedan anclados en la teoría. Nunca salen de su zona de comodidad intelectual. Principalmente porque no están dispuestos a cuestionar sus creencias, desidentificarse del ego ni sentir el dolor reprimido que anida en su interior. En otras palabras, no quieren entrar en el barro, pues no les gusta ensuciarse ni mancharse las manos. Puede que miren hacia dentro, pero apenas se quedan en la superficie.

Los viajeros espirituales, por otro lado, están motivados con adentrarse hasta el fondo de la madriguera. Agradecen el apoyo de un guía, pero no temen tener que hacerlo solos. Están comprometidos con meterse en el fango para empezar a poner luz en sus sombras más oscuras. Y abiertos a confrontar su ignorancia, removiendo pilares muy profundos de su psique. En caso de aparecer el dolor, lo acogen y lo abrazan con cariño, pues saben que forma parte de su proceso de sanación y transformación. Y tú, ¿cómo estás viajando hacia el interior? ¿Cómo turista o como viajero?

 

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.

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