Por Borja Vilaseca

Si bien el misticismo es el camino natural que nos conduce al despertar y la iluminación, existen ciertas sustancias psicodélicas que ⎯bien empleadas⎯ inducen a una variante amplificada de la experiencia mística.. 

Se trata de sustancias como la ayahuasca, la psilocibina, el ácido lisérgico (LSD), el peyote, la dimetiltriptamina (DMT), la mescalina o las setas alucinógenas. Todas ellas alteran poderosamente nuestro estado de consciencia, diluyendo los límites y limitaciones inherentes a nuestra mente. Y como consecuencia, abren nuestra percepción a realidades y dimensiones que van mucho más allá de lo que captan nuestros cinco sentidos físicos, los cuales habitan en matrix y tan solo perciben la maya. 

Cabe señalar que ninguna de estas sustancias es inherentemente adictiva ni perjudicial para nuestra salud. Todo lo contrario. Como cualquier otro medicamento, es una simple cuestión de la dosis que nos tomemos y del uso que le demos. Lo que todas ellas tienen en común es que disuelven el ego y nos conectan con el ser esencial; lo cierto es que una sola toma puede significar un antes y un después en nuestra existencia.

Lo único que se requiere es estar bien acompañados por un «chamán». Es decir, una persona experta y experimentada que lidere dicha ceremonia, y que esté ahí en todo momento para atendernos en caso de que sea necesario. Y es que si este ritual se realiza adecuadamente, es muy habitual que se produzca una expansión de nuestra comprehensión, la cual suele favorecer la sanación de alguno de nuestros traumas. Esta es la razón por la que ante todo las sustancias psicodélicas no se utilizan con fines recreativos, sino más bien terapéuticos.

 

CÓMO EVITAR UN MAL VIAJE
“El mundo es una alucinación masiva compartida.”
(Terence Mckenna)

Para evitar sufrir un «mal viaje», lo recomendable es ingerir alguna de estas sustancias en un momento óptimo de nuestra vida. Y sobre todo cuando nos sintamos con plena confianza para hacer lo que más tememos: soltar el control. Eso es precisamente el miedo que despierta este tipo de experiencias psicodélicas, pues nos llevan a un lugar en el que nunca antes hemos estado. Por unas horas atravesamos la maya que nos mantiene hipnotizados a una pseudorealidad impuesta y normativa que nada tiene de real: el sistema y la sociedad en la que vivimos. Y solo entonces experimentamos la verdad profunda que se esconde detrás de las apariencias superficiales, descubriendo que solo existe una gran consciencia y una vasta unidad que lo aglutina absolutamente todo. Y una vez desaparecemos en dicho espacio sin tiempo, nos invade nuevamente una sensación de amor incondicional, sintiéndonos uno con la vida, el universo, dios o como prefiramos llamarlo.

Paradójicamente, el último obstáculo que hemos de superar antes de «cruzar a la otra orilla» es vivenciar y atravesar el miedo a la muerte, pues eso es lo que nos invade momentos antes de experimentar nuestro propio Big bang existencial. De hecho, el mal viaje solamente sucede cuando nos resistimos y luchamos contra dicho temor, fortaleciendo nuestro sentido de ser un yo separado de la realidad. Es entonces cuando en casos muy excepcionales algunos viajeros se emparanoian. A partir de ahí, pueden padecer una vivencia emocional muy desagradable como consecuencia de creerse sus propios pensamientos neuróticos. Este tipo de malas experiencias no tienen nada que ver con dichas sustancias, sino con la forma en la que son procesadas y digeridas por quienes las toman. De ahí que no deben tomarse a la ligera, sino que siempre deben de consumirse con madurez, consciencia y responsabilidad.

No es casualidad que este tipo de sustancias psicodélicas estén demonizadas, prohibidas e ilegalizadas por el statu quo. Liberan nuestra mente de la esclavitud ordinaria a la que estamos acostumbrados y de la cual en general no somos nada conscientes. Al sistema no le conviene que los individuos gocemos de libertad de pensamiento ni que cuestionemos el orden social establecido. Lo que al Gran Hermano le interesa y mucho es que sigamos siendo ciudadanos borregos y desempoderados que creen en la versión oficial. De ahí que el propio sistema sea en sí mismo una gran prisión cuya finalidad sea mantenernos mentalmente encadenados.

*Fragmento censurado de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.

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