Por Borja Vilaseca

A lo largo de la historia de la humanidad han surgido todo tipo de ideologías, las cuales han ido quedando desfasadas. Por más éxito y popularidad que hayan tenido en un momento dado, la inmensa mayoría ha contado con su propia fecha de caducidad. Sin embargo, hay una idea que no solo ha sobrevivido al paso del tiempo, sino que cada siglo que pasa tiene más fuerza, poder e influencia en nuestra sociedad: la «filosofía perenne» [1]. Se trata de un conjunto de principios universales acerca de la naturaleza de la realidad y del propósito de nuestra existencia que comparten todos los místicos ⎯y místicas⎯ de diferentes pueblos, culturas y épocas.

La verdad eterna e inmutable que promueve la filosofía perenne se resume en el aforismo «conócete a ti mismo y conocerás el universo», el cual se inscribió hace más de 2.500 años en el templo de Apolo, en Delfos, un lugar de culto de la antigua Grecia. Por aquel entonces, la humanidad vivió un periodo de increíble despertar espiritual. De forma sincrónica, surgieron algunos de los filósofos y sabios más influyentes hasta ahora, como Lao Tsé y Confucio en China; Mahavira y Siddharta Gautama ‘Buda’ en India, así como Pitágoras y Sócrates en Grecia. Y un poco más adelante, Lucio Anneo Séneca y Jesús de Nazaret en el imperio romano.

Todos ellos tenían un mismo rasgo en común: se atrevieron a cuestionar las creencias religiosas tradicionales de su época, animando a sus seguidores a liberar sus mentes de la forma de pensar establecida. A su vez, sus diferentes enseñanzas apuntaban hacia una misma dirección: la trascendencia del ego y la reconexión con el ser esencial. De alguna manera, todos ellos aparecieron para responder a los grandes interrogantes de nuestra existencia, posibilitando que otros buscadores pudieran salir de su estado de adormecimiento para experimentar su dimensión espiritual de forma directa y sin intermediarios.

De hecho, todos estos referentes intentaron emancipar al individuo de las instituciones religiosas dominantes de su tiempo, denunciando que la unión con lo divino no pasa por los ritos de sacrificio liderados por los sacerdotes, sino por el encuentro íntimo con lo más profundo de nosotros mismos. Para todos ellos, la espiritualidad es radicalmente democrática. Está al alcance de cualquiera que mire hacia dentro y conozca su mundo interior. Evidentemente, todos ellos fueron ridiculizados, vilipendiados, perseguidos y condenados por el poder político y religioso establecido. Y algunos como Sócrates, Lucio Anneo Séneca y Jesús de Nazaret fueron asesinados.

ENSEÑANZAS TERGIVERSADAS
“Dios no tiene religión.”
(Mahatma Gandhi)

La sociedad en la que les tocó vivir no estaba preparada para recibir, aceptar y poner en práctica sus mensajes de desarrollo espiritual. Todos ellos eran místicos y librepensadores demasiado pioneros y disruptivos para su época. No en vano, fueron de los primeros seres humanos despiertos y conscientes que existieron. De ahí que inevitablemente sus enseñanzas espirituales fueran en general malentendidas y malinterpretadas por sus contemporáneos, así como por las generaciones que los sucedieron.

Con el paso de los años, algunos de sus seguidores fundaron instituciones religiosas en sus nombres, que poco o nada tenían que ver con el mensaje original que preconizaron. Si bien todos estos sabios indicaban el camino para salir de la locura colectiva, sus directrices fueron lenta y progresivamente distorsionadas y tergiversadas, convirtiéndose en parte de la neurosis de la humanidad.

La decadencia y el colapso de la civilización occidental ha propiciado que en las últimas décadas la filosofía perenne haya experimentado un resurgir espectacular. Cada vez están apareciendo más portadores de la antorcha que trata de iluminar la sombra de la humanidad. Algunos de los últimos más destacados son Sri Ramana Maharshi, Jiddu Krishnamurti, Anthony de Mello, Gerardo Schmedling o Eckhart Tolle. En algún momento u otro todos ellos también han sido duramente criticados por sus coetáneos, si bien cada vez hay menos resistencia y más aceptación por iniciar el viaje del autoconocimiento.

Gracias a la democratización de la sabiduría, el mensaje universal de estos místicos revolucionarios está llegando a cada vez más buscadores desencantados tanto con la religión como con el ateísmo y el nihilismo. Irónicamente, estas enseñanzas atemporales y ancestrales están poniéndose de moda a través de conceptos como «nueva era», «nueva consciencia» o «nuevo paradigma». Sea como fuere, se está empezando a separar ⎯por fin⎯ el grano de la paja. Es decir, la experiencia espiritual de las creencias religiosas.

[1] Término atribuido a Agostino Steuco y popularizado por Aldous Huxley.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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