Por Borja Vilaseca

Experiencia mística. Despertar. Darse cuenta. Consciencia-testigo. Meditación. Mindfulness. Iluminación. Liberación. No dualidad… Hay muchas palabras que apuntan hacia una misma dirección que está más allá de la mente, el intelecto y el ego. El denominador común de todos aquellos que las han experimentado es que han abierto los ojos y han llegado a una misma conclusión: que «el mundo es maya» [1]. Es decir, una ilusión cognitiva creada por la mente mediante creencias ficticias y pensamientos irreales.

Hoy en día, nuestra vida se asienta sobre una serie de constructos sociales imaginarios. No en vano, los seres humanos somos una especie muy creativa e inventiva; tenemos el poder de hacer realidad aquello en lo que creemos. Uno de los inventos más revolucionarios fue precisamente el lenguaje, el cual es una «entelequia». Es decir, algo irreal que consideramos real. Recordemos que los logogramas que empleamos para construir palabras y frases son símbolos que no tienen ningún valor ni significado por sí mismos. Sin embargo, nos han permitido comunicarnos y cooperar a gran escala por medio de la construcción de mitos comunes que solo existen en el imaginario colectivo de la gente. [2]

Un claro ejemplo de ello son las religiones organizadas, cada una de las cuales tiene su propio libro sagrado, sus propios dogmas y sus propios rituales. En esencia, cada una de ellas cuenta con su propio relato religioso. De hecho, un cristiano no es más que alguien que cree en la historia que cuenta esta religión. Y al creer en ella participa de una realidad imaginaria llamada «cristianismo». Esta es la razón por la que puede juntarse con otros cristianos a los que no conoce de nada y ⎯sin embargo⎯ rezar juntos en una misma iglesia. Pueden hacerlo precisamente porque creen en la misma ficción.

Lo mismo sucede con las naciones y los países. Los mapas políticos son otra entelequia. Lo que hoy en día llamamos «España» en realidad es una zona geográfica específica que a lo largo de la historia se ha denominado de muchas y diferentes maneras. Sin embargo, dos españoles que no se conocen de nada siguen una misma bandera, se emocionan al oír el himno nacional y celebran con pasión los goles de su selección de fútbol. De hecho, comparten una misma cultura, una misma tradición y un mismo idioma, los cuales también son una invención. Por eso son distintos en cada rincón del mundo. Todos ellos son un reflejo del sistema de creencias ilusorio compartido por los habitantes de cada territorio.

Y qué decir de los Estados, la democracia o los partidos políticos. Más de lo mismo. Todos ellos son realidades imaginarias colectivas. Cada cuatro años depositamos un trozo de papel en una caja con la ilusión de que actuando así estamos eligiendo libremente a nuestros representantes en el Gobierno. A su vez, pagamos nuestros respectivos impuestos creyendo que de este modo contribuimos a financiar el «Estado del bienestar», repartiendo y distribuyendo igualitariamente la riqueza entre los ciudadanos. Y mientras, seguimos redactando constituciones, creando leyes y estableciendo acuerdos sociales que solo existen en la mente de quienes creen en ellos. Nada de todo esto es verdaderamente real. Pero lo convertimos en nuestra realidad al creer en ello.

EL DINERO ES UNA FICCIÓN
“El mundo es una alucinación masiva compartida”.
(Terence Mckenna)

El sistema financiero, los bancos centrales y la Reserva Federal también son de ciencia ficción. Más que nada porque lo único que hacen es imprimir papeles con sellos y realizar anotaciones en cuentas de ordenadores. De hecho, el denominado «dinero fiduciario» (el euro, el dólar, la libra, el peso o el yuan) acabará reemplazado por criptomonedas como Bitcoin o Ethereum, dos fantasías todavía más sofisticadas. Y es que el dinero ⎯sin importar la forma que le demos⎯ es otra entelequia que solo existe porque tiene validez en nuestra mente. De hecho, su único valor reside en el hecho de que confiamos en él como medio de intercambio oficial para relacionarnos los unos con los otros.

Por más que sigamos creyendo en ellos, en realidad no existen Yahvé, Dios ni Alá. No existen el judaísmo, el cristianismo ni el islam. No existen la religión, la iglesia católica ni el Vaticano. No existen la monarquía ni la república. No existe la constitución española de 1978. Ni tampoco el año 1978. De hecho, los números no existen. Tampoco existen Barcelona, Cataluña, España ni Europa. No existen el Gobierno central ni el autonómico. Ni ninguna otra institución pública. No existen la política ni los partidos. No existen la izquierda ni la derecha. Ni mucho menos la democracia. De hecho, no existe ninguna ideología.

No existen el dinero, el Ibex-35, el NASDAQ, la Bolsa de Nueva York ni ningún otro mercado financiero. No existen Apple, Google, Amazon o Microsoft. No existen el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ni la Organización Mundial de la Salud (OMS). No existen la Champions League, Roland Garros, la Super Bowl ni los Juegos Olímpicos. Tampoco existen internet ni el correo electrónico. No existen Facebook, Instagram, Twitter, WhatsApp o Tinder. Tampoco existen la Blockchain ni los contratos inteligentes… La mayor parte de las cosas que le dan sentido a nuestra existencia son completamente artificiales e ilusorias. Aunque lo parezca, no existen en la realidad. Son maya.

Si no fuera por nuestra capacidad de inventarnos este tipo de ficciones, la humanidad seguiría viviendo inmersa en la naturaleza ⎯rodeada solamente por montañas, bosques y lagos⎯, cazando animales y recolectando semillas y frutos. Nuestra habilidad para evolucionar como especie y progresar como civilización se forja a base de creer en entelequias que tan solo existen en nuestros pensamientos.

Eso sí, que el mundo sea una ilusión no quiere decir que tengamos que renunciar a él. Ni mucho menos. Ahora bien, al quitarnos el velo de los ojos dejamos de dar por cierto y verdadero aquello que es ilusorio e irreal. Y como consecuencia, ya no nos tomamos tan en serio matrix. Ni tampoco nos perdemos en el espejismo de las apariencias. Y si bien seguimos formando parte del sistema y de la sociedad, renunciamos a participar de la locura colectiva. Y esto pasa por diferenciar entre la maya que hemos tejido sobre el mundo con nuestras creencias y la realidad neutra que se encuentra detrás de ella.

Uno de los síntomas más evidentes que pone de manifiesto que hemos despertado es darnos cuenta de que la humanidad está loca de atar. Y no se trata de un juicio moral, sino de una mera apreciación descriptiva. No en vano, la gran mayoría de nosotros sigue atrapado por una neurosis muy sutil: creer que lo que pensamos es real. La única razón por la que no estamos encerrados en un manicomio es porque somos demasiados.

[1] Proverbio hindú.

[2] Tal como explica Yuval Noah Harari en su libro “Homo Sapiens”.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
Te puedes descargar los primeros capítulos aquí, o adquirir el libro en este enlace.
Si eres más de cursos, te recomiendo que le eches un vistazo al curso “Las casualidades no existen. 50 claves de desarrollo espiritual para despertar y vivir conscientemente”.