Por Borja Vilaseca

La autoayuda es un gran “cajón de sastre” que aúna todo tipo de herramientas y profesionales. El escepticismo y el pensamiento crítico son necesarios para diferenciar el grano de la paja.

“Aunque la mayoría de personas no van hacia ninguna parte, es un milagro encontrarse con una que reconozca estar perdida”. Estas palabras del filósofo José Ortega y Gasset (1883 – 1955) siguen vigentes en la actualidad. La gran mayoría de nosotros nos limitamos a sobrevivir. Trabajamos. Consumimos. Y tratamos de divertimos todo lo que podemos. Pero en general no sabemos para qué vivimos. De ahí que muchos vaguemos por la vida como “boyas a la deriva”.

Y no es para menos. Desde que nacemos, la sociedad nos condiciona para convertirnos en empleados y consumidores, de manera que perpetuemos el funcionamiento económico del sistema. Tanto es así, que hemos sido adoctrinados para buscar nuestro bienestar fuera de nosotros mismos. Prueba de ello es que confundimos la verdadera felicidad con sucedáneos como el placer, la satisfacción o la euforia temporal que nos proporcionan el consumo de bienes materiales, los triunfos profesionales o el entretenimiento. Y debido a nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, a menudo construimos un estilo de vida de segunda mano, completamente prefabricado.

Frente a este escenario socioeconómico, la crisis existencial es casi inevitable. En esencia, consiste en reconocer que nuestra forma de pensar y de comprender la vida es limitada y errónea. Y en consecuencia, iniciar un proceso de cambio y evolución personal, buscando una nueva manera de relacionarnos con nosotros mismos y con nuestras circunstancias. Así es como aprendemos a seguir los dictados de nuestra conciencia y de nuestra intuición, desarrollando nuevas competencias emocionales que nos permitan obtener resultados de mayor satisfacción.

EL NEGOCIO DE LA AUTOAYUDA
“No hay mayor negocio que vender a gente desesperada un producto que asegura eliminar la desesperación.”
(Aldous Huxley)

A lo largo de la última década se ha multiplicado exponencialmente el número de personas interesadas en conocerse mejor y potenciar su inteligencia emocional. Y como consecuencia directa, ha emergido con fuerza un nuevo sector profesional: el de la autoayuda. Debido al malestar generalizado, no sólo se ha puesto de moda, sino que se ha consolidado como un negocio muy lucrativo. Cada vez hay más espacios en los medios de comunicación –como éste que estás leyendo– orientados a dar cobertura a estas nuevas necesidades y motivaciones emergentes. Y en las librerías comerciales esta sección ya ocupa una parte significativa. De hecho, están aflorando “expertos” en el tema por todas partes. Hoy en día todo el mundo conoce lo que es el coaching, aunque muy pocos saben exactamente para qué sirve.

Pero, ¿qué es la autoayuda? ¿Por qué suele tener una connotación tan negativa? En primer lugar, cabe señalar que la «autoayuda» es el concepto que se utiliza para etiquetar cualquier iniciativa psicológica, espiritual o esotérica alternativa a la terapia convencional y la religión tradicional. Y eso, en sí mismo, ya es motivo para ganarse unos cuantos enemigos. Sobre todo porque puede robar parte de la clientela. Popularmente, se suele ridiculizar la autoayuda por considerarse una «pseudociencia» llena de «charlatanes» y «vendedores de humo», sin títulos oficiales que acrediten su competencia y profesionalidad.

Más allá de la opinión que tengamos al respecto, la autoayuda es un movimiento psicológico cargado de buenas intenciones. Sin embargo, alberga una contradicción en sí misma. «Autoayuda» quiere decir «ayudarse a uno mismo». Si bien los demás pueden escucharnos, apoyarnos y compartir con nosotros lo que han aprendido de sí mismos, nadie más puede resolver nuestros problemas y conflictos existenciales. Cada uno de nosotros está llamado a recorrer su propio camino.

NI DOGMAS NI GURÚS
“Ten mucho cuidado de aquellos que te vendan sus propias creencias, pues están obstaculizando tu propio descubrimiento de la vida.”
(Anthony de Mello)

Cuentan que un sabio explicaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre la entendían. “Maestro”, le dijo uno de ellos una tarde. “Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado”. “Pido perdón por eso”, se disculpó el maestro. “Permíteme que para enmendar mi error te invite a comer un rico melocotón”. “Gracias maestro”, respondió el alumno. “Quisiera, para agasajarte, pelarte el melocotón yo mismo. ¿Me permites?” “Sí. ¡Muchas gracias!”

“¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?”, le preguntó seguidamente el sabio. “Me encantaría, pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro”. “No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte. Permíteme también que te lo mástique antes de dártelo.” Y el alumno, con cara de asco, gritó nervioso: “¿No maestro! ¡No me gustaría que hicieras eso!” El sabio hizo una pausa y concluyó: “Si yo os explicara el sentido de cada cuento, sería como daros de comer una fruta masticada.”

Desde un punto de vista emocional, nadie puede ayudarnos. Como mucho, los demás pueden acompañarnos en nuestro proceso. Pensar lo contrario es un acto de soberbia y de superioridad. Las personas que creen que ayudan suelen posicionarse por encima de los que reciben dicha ayuda. En cambio, las personas que ejercen temporalmente el rol de acompañantes procuran mantenerse al mismo nivel, posibilitando que el aprendizaje sea recíproco. En vez de dar consejos y recetas sobre la manera en la que otros deberían vivir sus vidas, es mucho más útil y eficiente hacer preguntas y compartir reflexiones que nos permitan crecer en comprensión.

VICTIMISMO Y PATERNALISMO
“La mayoría de personas que ansían la libertad no quieren renunciar a sus cadenas.”
(Khalil Gibran)

El triunfo de la autoayuda tiene mucho que ver con la pérdida progresiva de credibilidad que están padeciendo las instituciones religiosas. De hecho, algunos sociólogos afirman que la autoayuda está en camino de convertirse en la religión del siglo XXI. Lo cierto es que ambas comparten una serie de paralelismos, entre los que destaca el paternalismo. Esta similitud pone de manifiesto el victimismo imperante en nuestra sociedad. En general queremos que alguien o algo resuelvan nuestros problemas y conflictos. Por eso solemos aferrarnos a personas o instituciones que nos ofrezcan consuelo y nos garanticen seguridad.

De entre las personas que buscan asesoramiento para mejorar cualquier ámbito de su vida –ya sea a través de libros, cursos o consultas privadas–, muchos buscan un parche con el que aliviar su malestar en el corto plazo. Fruto de la desesperación, anhelan dar con una fórmula mágica que erradique definitivamente su sufrimiento. Muy pocos estamos dispuestos a cuestionarnos a nosotros mismos, asumiendo que somos co-creadores y corresponsables no sólo de nuestro estado de ánimo, sino también de nuestras circunstancias actuales. Tanto es así, que en la jerga del crecimiento personal empieza a hablarse acerca de los «cursillistas». Es decir, individuos que empalman un curso tras otro, del mismo modo que devoran decenas de libros de autoayuda sin apenas dedicar tiempo para digerir, procesar y –lo más importante– poner en práctica dicha información.

Si verdaderamente estamos motivados en cultivar el arte de la felicidad, la acumulación de conocimiento puede llegar a ser un obstáculo. Más que eruditos, lo esencial es que aprendamos a ser sabios. Y la sabiduría podría definirse como la capacidad de obtener resultados de satisfacción de forma voluntaria, lo cual es una cuestión de compromiso y entrenamiento. Y es que sabe más acerca del perdón quien ha perdonado una vez a alguien, que quien ha leído libros y hecho cursos sobre “aprender a perdonar” y todavía no ha perdonado. Dado que hay tantas herramientas y profesionales en el mercado, es necesario que desarrollemos nuestro propio criterio. A la hora de escoger un referente, es más importante la energía que nos transmite su presencia, que los títulos que cuelgan de la pared de su despacho.

CUESTIÓN DE HUMILDAD
“No puedo enseñarnos nada, solamente puedo ayudaros a buscar el conocimiento dentro de vosotros mismos, lo cual es mucho mejor que traspasaros mi poca sabiduría.”
(Sócrates)

Aunque se suelan meter en el saco de la autoayuda, existen muchas corrientes de pensamiento que promueven una verdadera curación en el medio plazo. El denominador común de todas ellas es el autoconocimiento, un proceso que nos permite descubrir cómo funcionamos y qué necesitamos para ser felices. De hecho, la comprensión y sabiduría ya se encuentran en nuestro interior. Tan sólo hemos de eliminar las capas de condicionamiento que nos separan de ellas. Eso sí, el primer paso suele ser el más difícil, pues consiste en vencer el miedo a conocernos.

En este sentido, lo mejor que podemos hacer quienes nos dedicamos profesionalmente al crecimiento personal es actuar como espejos donde los demás puedan verse reflejados. Lo importante es el mensaje, no el mensajero. De ahí que parte de nuestro aprendizaje consista en preservar la humildad. Y para lograrlo, hemos de estar comprometidos con nuestro propio autoconocimiento, trascendiendo la necesidad emocional de «ser alguien» (relacionada con el ego) y la necesidad económica de «conseguir algo», vinculada con la ambición y la codicia. Así es como podemos disfrutar de nuestra profesión con una auténtica vocación de servicio.

La autocrítica no sólo es signo de madurez, sino que es la base sobre la cual construir una sana y honesta ética profesional. Y ésta es especialmente necesaria en un ámbito tan delicado como es el de la autoayuda. Lo que está en juego es nuestra capacidad para inspirarnos los unos a los otros para aprender a disfrutar más plenamente de este milagro que llamamos «vida».

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 16 de octubre de 2011.