Por Borja Vilaseca

El rasgo más distintivo de la ignorancia y la inconsciencia es la perturbación. Es un claro síntoma de que vivimos dormidos. Y es que el sufrimiento es el alimento favorito del ego, la forma más efectiva de fortalecer la sensación ilusoria de ser un yo separado. Esta es la razón por la que nuestro cuerpo-dolor siempre está buscando la manera de que nos tomemos un nuevo chupito de cianuro. Hay personas que ingieren diariamente litros de este veneno, adentrándose en un círculo vicioso y una espiral autodestructiva: cuanto más sufren, más egocéntricas se vuelven. Y cuanto más egocéntricas se vuelven, más sufren.

Pero si la realidad es neutra, ¿por qué nos perturbamos? ¿Cuál es la raíz del sufrimiento? Cabe recordar que la realidad no tiene el poder de perturbarnos. De hecho, nadie ni nada nos ha hecho sufrir nunca sin nuestro consentimiento. Todo el sufrimiento se origina en la mente, no en la realidad. Y se debe al tipo de condicionamiento que hemos recibido por parte de la cultura egoica en la que vivimos. De hecho, hemos sido programados para perturbarnos a nosotros mismos cada vez que la realidad no cumple con nuestras expectativas. Así, el auténtico problema reside en interpretar lo que sucede desde creencias falsas, erróneas y limitantes.

Por más que el ego nos haga creer que somos víctimas de la realidad, la causa de nuestras perturbaciones no tiene nada que ver con lo que pasa. Ni tampoco con lo que pensamos acerca de lo que sucede. La verdadera causa de nuestro sufrimiento e infelicidad reside en creernos lo que pensamos acerca de lo que ocurre. Es decir, en apegarnos y engancharnos a dicho pensamiento, creyéndonos ciegamente la historia que nos cuenta sin comprobar previamente su veracidad. De ahí la importancia de ser conscientes de los pensamientos que van apareciendo por nuestra mente. En eso consiste vivir despiertos: en diferenciar entre la situación que está aconteciendo en cada momento ⎯la cual es siempre neutra⎯ y lo que pensamos acerca de ella, lo cual es una distorsión subjetiva.

Así, en ocasiones podemos sorprendernos sufriendo porque nos hemos creído un pensamiento que está en desacuerdo con lo que está sucediendo, como por ejemplo que «la gente debería ser más amable». Es decir, que en vez de aceptar la realidad tal como es ⎯aceptando que la gente es como es⎯, la comparamos constantemente con una versión idealizada de cómo debería de ser. Es entonces cuando comenzamos a discutir mentalmente con la realidad, una batalla de antemano perdida. Prueba de ello es que perdemos todas las veces. Y es que lo que pensamos que no debería suceder, sí debería suceder. Por eso sucede.

Discutir, pelear y luchar contra la realidad es inútil. No sirve para nada. Y es que desear que las cosas sean diferentes a como son es un deseo imposible de satisfacer. La única razón por la que seguimos intentando cambiar la realidad es porque todavía no sabemos cómo dejar de hacerlo. Y gracias a la saturación de sufrimiento, llega un día en que cambiamos el foco de atención, de fuera a dentro. Es entonces cuando empezamos a cuestionar los pensamientos y las creencias que se esconden detrás de todas y cada una de nuestras perturbaciones.

NO MÁS CHUPITOS DE CIANURO
“La realidad es mucho más amable que las historias que contamos acerca de ella.”
(Byron Katie)

Cada vez que nos perturbamos a nosotros mismos es tiempo para hacer una pausa y reflexionar, practicando el noble arte de la «autoindagación». Sigamos con el ejemplo anterior, según el cual nos molesta la actitud que en general tiene la mayoría de personas con las que interactuamos. Pongamos que de pronto empezamos a juzgar y a criticar a nuestros vecinos por no comportarse como nosotros consideramos que deberían de hacerlo. Y justo en el instante en el que nos creemos el pensamiento «la gente debería ser más amable» automáticamente nos tomamos un chupito de cianuro, el cual enseguida toma forma de impotencia, frustración y enfado.

Más allá de regodearnos en nuestro infantil y egocéntrico victimismo, dicha perturbación pone de manifiesto que nuestra forma de interpretar la realidad está movida por el ego. Además, al juzgar a nuestros vecinos reforzamos nuestro sentido de ser un yo separado. De pronto nos sentimos mejores y superiores que aquellos a quienes criticamos. Así es como aplacamos por unos fugaces momentos el dolor que nos causa la herida de separación, la cual nos hace sentir ilusoriamente que somos seres inferiores, imperfectos e incompletos.

A partir de ahí, la autoindagación consiste esencialmente en aprovechar cada perturbación que tengamos para realizar nuestro trabajo interior, observando la mente y cuestionando los pensamientos. «La gente debería ser más amable». Analicemos esta creencia. ¿Realmente es verdad? ¿La gente debería ser más amable? ¿Es eso absolutamente cierto? No, no lo es. Es una trampa más de la mente, otro engaño de ese gran embustero llamado «ego». Sin embargo, ¿cómo nos sentimos cuando creemos en este pensamiento? ¿Acaso no nos lleva a suministrarnos en vena unas cuantas dosis de impotencia, frustración y enfado? ¿Y cómo tratamos a los demás cuando pensamos de este modo?

En fin, sigamos con este ejercicio de introspección. Cerremos los ojos y respiremos hondo unos segundos. Imaginemos que todo sigue igual y nada ha cambiado en el mundo. La mayoría de personas sigue comportándose como lo ha venido haciendo hasta ahora. Eso sí, eliminemos de nuestra mente el pensamiento «la gente debería ser más amable». Borrémoslo de nuestra memoria para siempre. ¿Quiénes seríamos sin ese pensamiento? ¿Y cómo nos sentiríamos? Liberados, ¿no es cierto? De pronto los demás seguirían siendo y actuando como siempre, pero algo en nosotros sería diferente. No crearíamos ningún tipo de resistencia, dejando que la realidad fuera simplemente como es en cada momento. Lidiaríamos con cada persona de la mejor manera posible, sin necesidad de tomarnos un nuevo chupito de cianuro… Y entonces, ¿dónde reside la raíz del sufrimiento: en la realidad o en nuestra mente?

Irónicamente, no es que la realidad sea cruel con nosotros, sino que nosotros nos comportamos como auténticos tiranos con ella. De hecho, en general tratamos fatal a la realidad. Desde un punto de vista existencial, somos todos unos maltratadores. La criticamos constantemente y muy pocas veces la aceptamos tal como es. Estamos tan defraudados con ella que la queremos cambiar, adecuándola a nuestro sistema de creencias. Es decir, a cómo cada uno cree que debería de ser.

¡CHEEEEEEEEEEEEEEE!
“Todo el sufrimiento se origina en la mente”
(Sidartha Gautama ‘Buda’)

Dado que proyectamos nuestro mundo interior sobre esa gran pantalla llamada «realidad», también podemos aprovechar el pensamiento limitante «la gente debería ser más amable» para iluminar algún rincón de nuestro propio lado oscuro. Démosle la vuelta a esta afirmación. ¿Acaso no podríamos ser nosotros más amables con la gente? Y no solo eso: nuestros pensamientos también podrían ser más amables con nosotros mismos. Eso sí que cambiaría por completo nuestra forma de sentirnos y de relacionarnos con los demás. Cada vez que interactuamos con alguien que es borde es una oportunidad de ser nosotros amable con él.

La próxima vez que un pensamiento perturbador venga a nuestra mente a visitarnos, es fundamental que enseguida que lo veamos venir exclamemos con fuerza en nuestro fuero interno: «¡Cheeeeeeeeeeeeeee!» A poder ser, unos 15 segundos. Es sin duda el mejor truco para detener la corriente de pensamiento negativo, automático e inconsciente que suele invadirnos cuando estamos identificados con el ego. Gracias a esta llamada interior, ponemos consciencia en nuestro diálogo interno. Y así conseguimos evitar creernos dicho pensamiento, evitando ⎯a su vez⎯ ingerir un nuevo chupito de cianuro. Es entonces cuando nos damos cuenta de que el gran reto de la vida consiste en cambiar el proyector (la mente) en vez de lo proyectado: la realidad.

Pensar que «la gente debería ser más amable» no nos hace ningún bien ni nos aporta nada positivo ni constructivo. Tampoco provoca ningún cambio en la conducta de los demás. El único efecto real que tiene es provocarnos más tensión. Vivir sin perturbarnos es el mejor regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos. Dejar de tomar cianuro es en sí mismo el inicio de nuestra curación. Así es como poco a poco el ego va muriendo de inanición. Y es que sin perturbaciones ni sufrimiento este yo ficticio no puede sobrevivir.

En la medida en la que aprendemos a observar la mente y cuestionar los pensamientos potencialmente perturbadores verificamos tres verdades universales: la primera es que efectivamente la realidad no tiene el poder de perturbarnos. Esencialmente porque es neutra. La segunda es que nosotros tampoco somos quienes nos perturbamos a nosotros mismos. No en vano, la verdadera causa de nuestras perturbaciones reside en el sistema de creencias con el que fuimos condicionados. Es desde ahí de donde brotan mecánicamente los pensamientos, un proceso cognitivo que escapa a nuestro control. Y la tercera es que para que cambien los resultados que cosechamos en nuestra vida, primero hemos de modificar nuestra actitud y nuestra mentalidad. De ahí la importancia de aprender a reprogramar la mente.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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