Por Borja Vilaseca

Cuando estamos identificados con el ego solemos darle demasiada importancia a lo de fuera. Esencialmente porque nos sentimos insatisfechos por dentro. El yo ilusorio nos hace creer que dejaremos de sufrir cuando consigamos lo que deseamos. Paradójicamente, el deseo y el apego son la raíz desde donde se originan el miedo, la ansiedad y el sufrimiento. Y todo porque estamos convencidos de que necesitamos eso que deseamos para ser felices.

La ironía es que cuanto mayor es nuestro deseo-apego, más alejamos la felicidad de nosotros. No en vano, el deseo enseguida se transforma en una expectativa. Y dado que esta suele no cumplirse termina convirtiéndose en frustración. De ahí que cuanto más deseamos, más infelices nos volvemos. A su vez, cuanto más nos apegamos a lo que tenemos, más miedo tenemos de perderlo. Esta es la razón por la que el apego es fuente de tensión, angustia y preocupación. Y no solo eso. El deseo-apego también nos instala en la queja permanente, pues efectivamente la vida no suele darnos lo que queremos.

Vivir despiertos pasa por darnos cuenta de que el deseo de querer ser felices causa desdicha. Y que somos prisioneros de cualquier persona, cosa o situación de la que dependamos para sentirnos bien con nosotros mismos. No en vano, el deseo-apego es incolmable por definición. De ahí que nos encierre en la cárcel de la insatisfacción crónica. La verdadera libertad y satisfacción devienen cuando lo trascendemos.

Por medio del desarrollo espiritual, el afán de conseguir y de acumular se van desvaneciendo de forma natural. Y descubrimos que soltar y desprendernos nos proporciona una satisfacción mucho más profunda que aferrarnos. Si bien podemos disfrutar de todo aquello que está a nuestro alcance, lo cierto es que no poseemos nada. Ni tampoco podemos poseer a nadie. La propiedad privada es otra entelequia, una ficción creada por nuestra mente egoica. Esta es la razón por la que cuando vivimos despiertos no renunciamos a nada. ¿Cómo podríamos si no hay nada que podamos poseer? La auténtica renuncia consiste en comprehender que nada nos pertenece. Ni podrá pertenecernos nunca. Así, a lo único que realmente renunciamos es a la ilusión de que podemos poseer algo.

Además, todo lo que existe y acontece en la realidad se rige por la impermanencia. Todo está en continuo cambio y transformación. De ahí la inutilidad del apego. Cuando vivimos despiertos disfrutamos de todo lo que podemos mientras dura, sin miedo de perderlo y sin preocuparnos por lo que pueda pasar en el futuro. Sabemos que todo lo que viene se va. Y que cualquier emoción o estado de ánimo que venga a visitarnos lo hace de forma pasajera. A eso se refiere el dicho «esto también pasará». A su vez, tampoco nos enganchamos por aquello que ya sucedió. Ni guardamos rencor por ningún hecho de nuestro pasado. Tras aprovecharlo para nuestro desarrollo espiritual, simplemente lo dejamos ir.

LA SABIDURÍA DEL DESAPEGO
“No te aflijas, cualquier cosa que pierdes vuelve de otra forma.”
(Rumi)

Cuando vivimos en contacto con nuestra naturaleza esencial, sentimos una agradable sensación de felicidad que emerge desde lo más profundo de nuestro interior. Justo cuando eso sucede, la consciencia-testigo vuelve a estar presente, cambiando por completo la relación que establecemos con lo que nos rodea. Y como consecuencia, de pronto nos damos cuenta de que nada de lo que ocurre es tan importante. Recordemos que el mundo que percibimos a través de nuestros sentidos es maya: una ilusión cognitiva. De ahí la importancia de saber relativizar y neutralizar las cosas que nos pasan para que el ego no se venga ni muy arriba ni se hunda muy abajo.

Así, otra de las características esenciales más distintivas de las personas despiertas es el desapego. Es decir, la certeza de que nuestra felicidad y nuestro bienestar no tienen ninguna causa externa. No dependen de nada ni de nadie. Esencialmente porque forman parte de nuestra verdadera naturaleza. Son cualidades inherentes al ser esencial. A pesar de nuestras constantes perturbaciones, no hay nada que suceda en esta vida por lo que merezca la pena sufrir. Sobre todo porque el sufrimiento no sirve para nada. No nos devuelve lo que hemos perdido. Tan solo engorda nuestro egocentrismo y victimismo.

Eso sí, es fundamental no confundir desapego con cinismo o indiferencia. Desapegarnos de algo ⎯o de alguien⎯ no quiere decir que no nos importe. O que nos dé absolutamente igual. Por el contrario, significa dejar de intentar poseerlo, soltando la creencia de que puede hacernos felices. De este modo, evitamos que ninguna cosa o persona nos posea. Así es como cada vez nos sentimos más libres. Y liberados.

En la medida en la que el desapego rige nuestra forma de percibir y de relacionarnos con el mundo, empiezan a aflorar otras cualidades del ser esencial. Entre estas, destacan la ecuanimidad (entender que la realidad es neutra), la serenidad (aceptar las cosas tal como son) y la paciencia, que es el arte de fluir con el ritmo natural al que se mueve la realidad, momento presente a momento presente.

FLUIR CON LA VIDA
“La vida es una serie de cambios naturales y espontáneos. No te resistas a ellos, pues solo crea dolor. Deja que la realidad sea la realidad.”
(Lao Tsé)

El conocido lema «Be water, my friend»[1]⎯que en inglés significa «sé agua, amigo mío»⎯ es una invitación para fluir y adaptarnos en cada instante a lo que sucede, sin poner ningún tipo de resistencia ni esperar que sea diferente a como es. Esta recomendación procede del taoísmo, que sostiene que todos los fenómenos que se manifiestan en la realidad suceden por «wu wei», que en chino quiere decir «no acción».

Según esta filosofía oriental existe una fuerza natural que mueve y guía al universo, provocando que las cosas que tienen que suceder sucedan sin esfuerzo. Los planetas se mueven por wu wei. Las plantas crecen por wu wei. Los acontecimientos ocurren por wu wei… Cada proceso que forma parte de la vida tiene su cadencia, su función y su tempo. De nada sirve querer forzarlo ni acelerarlo.

El reto que nos propone el desarrollo espiritual consiste en relajarnos y ser testigos-observadores de lo que está ocurriendo. En vez de preguntarnos qué necesitamos nosotros de una determinada situación, mejor averigüemos qué necesita dicha situación de nosotros. Y es que en ningún momento lo que está pasando nos impide ser felices. Todo lo contrario. La causa de nuestra infelicidad es nuestra incapacidad de aceptar y fluir con lo que ocurre.

Y esto pasa porque el ego cree que ser fuerte consiste en ponerse a la defensiva. Pero nada más lejos de la realidad. Ofrecer resistencia a lo que sucede pone de manifiesto nuestra debilidad. Además, cuanto más nos resistimos a lo que pasa, mayor es la tensión y la perturbación que nos autogeneramos. Y más engorda el ego. En cambio, cuando nos rendimos y nos mostramos vulnerables conectamos con nuestro verdadero poder: la invulnerabilidad y la imperturbabilidad, también conocida como «ataraxia».

[1] Aforismo de Bruce Lee.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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