Por Borja Vilaseca
Para poder prosperar en el nuevo mercado laboral hemos de cuestionar las viejas creencias con las que fuimos condicionados, cambiando la mentalidad de empleado por la actitud de emprendedor.
Ya nadie pone en duda que la sociedad está inmersa en un profundo cambio de paradigma. Somos una generación de transición entre dos eras: la industrial/analógica y la del conocimiento/digital. De ahí que para sobrevivir y prosperar no nos quede más remedio que reinventarnos, cuestionando las viejas creencias y consignas con las que fuimos condicionados. En caso de no hacerlo, pronto quedaremos obsoletos y nos quedaremos fuera del mercado laboral.
Y es que el mundo para el que fuimos educados ha dejado de existir. Las reglas del juego económico y profesional han cambiado. Dado que en general no creemos en nosotros mismos y estamos tiranizados por el miedo, lo único que vemos ahí afuera es el reflejo de nuestras propias limitaciones mentales. Sin embargo, ahora mismo existen un sinfín de oportunidades para reinventarse profesionalmente. El reto consiste en saber aprovecharlas.
El problema es que el sistema educativo industrial nos preparó para superar la prueba de la selectividad, pero no para desarrollar la autoestima, la confianza, la inteligencia, el talento y la creatividad. Y por si fuera poco, a los 18 años, en plena adolescencia y completamente perdidos en el arte de vivir, nos hicieron elegir qué carrera estudiar. A su vez, nos creímos que cursar una licenciatura nos proporcionaría un empleo seguro y estable para toda la vida.
Así fue como entramos en el mercado laboral, de forma reactiva, buscando desesperadamente firmar un contrato indefinido con alguna empresa que nos liberara de la ansiedad generada por la incertidumbre. Y de pronto nos vimos atascados en un empleo monótono, con un jefe al que detestábamos en una empresa en la que no creíamos, deseando cada lunes que llegara el viernes.
Durante años hemos dejado que nos defina un título universitario y el nombre de nuestro cargo. Principalmente porque en general seguimos perdidos: no tenemos ni idea de quiénes somos ni para qué servimos. Esta es la razón por la que ha triunfado tanto la titulitis y el credencialismo.
Al no sentirnos valiosos por lo que verdaderamente somos, necesitamos avales externos que prueben nuestra valía como profesionales. En realidad, estas certificaciones son la máscara con la que intentamos deslumbrar a los demás, ocultando nuestras auténticas carencias.
LOS ROBOTS YA ESTÁN AQUÍ
“Todo lo que pueda hacer una máquina lo acabará haciendo una máquina”
(Arthur C. Clarke)
Mientras, en el nombre del estado del bienestar, hemos ido pagando religiosamente nuestros impuestos, bajo la promesa de que las instituciones públicas se harán cargo de nuestra pensión cuando nos jubilemos. Sin embargo, el Estado está en quiebra, totalmente endeudado. Por más promesas que nos hagan los políticos, poco a poco van a ir disminuyendo las prestaciones sociales, incluyendo el subsidio por desempleo.
Las personas que están en el paro saben perfectamente que el currículum vitae ha muerto. Ahora mismo, lo único que puede abrirnos puertas es nuestro talento. Y lo único que puede darnos seguridad es nuestra capacidad de aportar valor añadido de forma constante. Ya no sirve de mucho estudiar durante cuatro años una licenciatura en las típicas instituciones educativas arcaicas y obsoletas.
Se estima que en los próximos años más de la mitad de las profesiones industriales desaparecerán. Los seres humanos seremos reemplazados por máquinas y robots. Por más que lo intentemos, no podemos competir contra la automatización, la digitalización y la inteligencia artificial.
Las nuevas tecnologías están dando lugar a innovaciones y disrupciones que van a transformar radicalmente el mercado laboral. Frente a este panorama, hemos de potenciar al máximo nuestra humanidad, procurando dedicarnos a una profesión que requiera de talento y creatividad. En caso contrario, difícilmente tendremos ingresos económicos estables.
Ha llegado la hora de que tomemos las riendas de nuestra vida laboral y económica, aprendiendo a hacernos cargo de nosotros mismos. Y esto pasa por pensar fuera de la caja, aprender a ser autodidactas e invertir en formaciones prácticas y específicas. Al fin y al cabo, nuestra remuneración va a ser directamente proporcional al conocimiento que poseamos. De ahí la importancia de volver a la universidad, pero esta vez para aprender las cosas verdaderamente importantes de la vida.
CAMBIAR DE PARADIGMA
“No podemos resolver un problema desde el mismo nivel de comprensión en el que lo creamos”
(Albert Einstein)
La nueva era emergente está redefiniendo por completo la noción que tenemos del trabajo. Hemos de dejar de verlo como un simple medio para pagar facturas y comenzarlo a concebirlo como una vocación. No en vano, fuimos condicionados para orientar nuestra existencia al propio interés, pensando, en primer lugar, en nosotros mismos. De hecho, la principal razón por la que trabajamos es para ganar dinero. En muchos casos esa es la única motivación.
Sin embargo, en la actualidad hemos de cambiar de paradigma, orientando nuestra vida al bien común. Nuestro verdadero objetivo no ha de ser ganar dinero, sino crear riqueza, atender necesidades, resolver problemas y, en definitiva, contribuir a mejorar la vida de otras personas. Es entonces cuando el dinero viene como resultado.
Por todo ello, hemos de abandonar la mentalidad de empleado (y de funcionario) para empezar a cultivar una actitud emprendedora. Es decir, dejar de esperar que otros nos digan lo que tenemos que hacer para empezar a pensar por nosotros mismos, sacándole el polvo a nuestra oxidada imaginación y creatividad. No somos la demanda, sino la oferta. Es esencial saber qué tenemos de valor para ofrecer, dándonos a conocer a través de nuestra marca personal a aquellas personas y empresas a las que podemos ayudar.
Esto no quiere decir que no podamos seguir ejerciendo el rol de empleados, o que tengamos que convertirnos en emprendedores. Lo que sí es fundamental es que cambiemos de actitud, tomando consciencia de que somos 100% co-creadores y corresponsables de nuestra realidad socio-económica.
Lo más difícil consiste en vencer de una vez por todas el miedo al cambio. Sin embargo, en estos momentos de la historia, evitar el riesgo y permanecer en nuestra zona de comodidad es lo más arriesgado que podemos hacer. Ha llegado la hora de saltar al vacío y emprender la travesía por el desierto.
¿Algún valiente se atreve a dar el primer paso?