Por Borja Vilaseca

Cada vez más parejas están recuperando el espíritu de cuando eran novios, llegando a acuerdos para respetar la libertad de cada uno, evitando así que el amor caiga en las garras de la rutina, el hastío y la monotonía.

El amor de pareja sano, sólido y duradero se ha convertido en un fenómeno tan raro como excepcional. Encontrar a dos personas que después de muchos años juntas se sientan satisfechas y se relacionen entre ellas con admiración y pasión es algo casi inaudito. Cada vez se alzan más voces que se atreven a pronunciar una verdad incómoda: que el molde de pareja convencional no funciona para todo el mundo. De hecho, existe una nueva tendencia en auge entre las parejas más progresistas que a mí me gusta denominar “part-time marriage”; en castellano, “matrimonio a tiempo parcial”. En esencia, consiste en construir un vínculo que permita a los dos integrantes de la misma estar juntos, pero no atados, promoviendo más espacios de libertad y autonomía. Su lema es: “Echémonos de menos, no de más”.

Lo curioso es que este anhelo de mayor independencia va en contra de la ley. La sociedad no sólo nos presiona para que vivamos en pareja, sino que una vez contraemos matrimonio nos obliga a vivir con ella en un “domicilio conyugal”, tal como establece el artículo 68 de la Constitución Española. Según el código penal de este país, “el incumplimiento de esta obligación puede dar lugar a un delito de abandono de familia”. Es decir, que tenemos que pasar tiempo con nuestro cónyuge incluso cuando no nos apetece estar con él. Irónicamente, si tratamos de escapar de la prisión en las que muchos han convertido su matrimonio podemos terminar en una cárcel de verdad.

Sea como fuere, que decidamos unirnos en pareja no quiere decir que tengamos que vernos cada día ni dormir juntos todas las noches. Lo importante es que gocemos de tiempo de calidad. Se trata de sentarse y conversar, estableciendo acuerdos que garanticen una sólida organización logística, económica y familiar. Por ejemplo, hay parejas en las que uno de los dos miembros duerme fuera de casa un par de días a la semana. Otros pasan un fin de semana juntos y el siguiente, por separado.

Paradójicamente, al disfrutar de más espacio, el matrimonio a tiempo parcial fomenta que desaparezca la sensación de estar sobre-relacionados, así como los inevitables roces causados por la híper-convivencia. A su vez, aumenta la conexión emocional y enciende nuevamente la pasión sexual. Para que este nuevo formato de pareja funcione se ha de sostener sobre la madurez, el respeto, la confianza y la responsabilidad. Viendo el panorama de separaciones, ¿qué es lo peor que puede pasarnos por darle una oportunidad?

 DE LA SEGURIDAD A LA LIBERTAD
“El amor no se termina cuando dos personas se casan, sino cuando dejan de comportarse como novios.”
(Irene Orce)

Muchos de los que comenzamos a vivir en pareja pensamos que no nos pasará lo mismo que le sucede a la mayoría de matrimonios que terminan disolviéndose. Sin embargo, a menos que adoptemos una nueva visión sobre el amor es casi seguro que acabemos cosechando el mismo resultado. Y si no preguntémoselo al colectivo de separados. Hoy en día muy pocos vuelven a casarse, repitiendo el mismo tipo de relación basado en la convivencia diaria. Los más abiertos de mente confiesan que ese fue precisamente el gran error que cometieron: pasar demasiado tiempo junto a su compañero sentimental.

Tanto es así, que algunos de los que vuelven a estar en pareja optan por otra corriente denominada “living apart together”. Ésta consiste en mantener una relación seria y estable sin llegar jamás a compartir el mismo domicilio. Cada uno vive en su propia casa, preservando así su legítima independencia. Además de triunfar entre los separados más liberales, esta nueva modalidad también tiene cada vez más seguidores entre los más jóvenes. ¿Para qué irse a vivir juntos si están bien estando solos en un apartamento o compartiendo piso con algún compañero?

La principal razón por la que una pareja se establece en una sola vivienda suele ser económica y cultural. Pero dado que la arquitectura de los edificios todavía no se ha adaptado a estas nuevas necesidades, el ‘vivir juntos pero separados’ es un lujo que muchos no pueden permitirse. Por otro lado, en el nombre de la seguridad, muchos matrimonios convencionales aniquilan la libertad, atando su relación a una bola y una cadena. Esto sucede porque en el fondo nos cuesta mucho confiar en nuestra pareja. Tenemos demasiado miedo de perderla. Prueba de ello es que alimentamos temores irracionales sobre lo que nuestro compañero pudiera hacer si tuviera más espacio y gozara de más independencia…

Eso sí, no caigamos en el error de confundir libertad con libertinaje. Es decir, con hacer siempre lo que nos apetezca, sin tener en cuenta las necesidades del otro. La libertad sin amor es indiferencia. La auténtica libertad es una semilla que crece gracias a la confianza, el compromiso y la lealtad. Es decir, el pacto sagrado que establecemos con nuestro compañero sentimental. Cada pareja está llamada a alcanzar sus propios acuerdos, creando su forma única y singular de relacionarse. Para lograrlo, ambos han de conocerse a sí mismos y entre sí. Inspirados por la libertad, comprendemos que nadie pertenece a nadie, pues el amor no es una propiedad privada. El reto es aprender a confiar el uno en el otro, haciendo uso de la libertad con madurez y responsabilidad.

Si nuestra pareja llega tarde un día a casa, no hay necesidad de preguntarle dónde ha estado o por qué regresa a esas horas. ¡Es una persona libre! No tiene que darnos explicaciones. Muchas de nuestras peleas comienzan por pequeñeces como ésta. Y ponen de manifiesto la oscura raíz del problema: movidos por el miedo y la desconfianza, no estamos dispuestos a permitirle al otro disfrutar de su libertad. Por eso intentamos que se sienta culpable.

DE LA DEPENDENCIA AL AMOR
“Si dependes de tu pareja para ser feliz, al final te quedarás sin pareja y sin felicidad.”
(Erich Fromm)

La libertad que propone el “part-time marriage” se sostiene sobre el desapego, comprendiendo que no necesitamos al otro para ser felices y, aun así, deseamos compartir nuestra vida con él. Curiosamente, desde el desapego entendemos que no podemos dar libertad. Más que nada porque es un derecho inherente a cualquier ser humano. Tan solo podemos reconocer, aceptar y respetar la independencia y autonomía de nuestro compañero sentimental. Al emplear con sabiduría nuestra propia libertad, comprendemos que la suya no puede hacernos daño.

Ha llegado la hora de sacar el amor de la jaula. Dejemos que nuestra pareja sea libre para tomar las decisiones que más le convengan. Solo así sabremos si de verdad quiere estar con nosotros. No le tengamos miedo a la libertad. Más bien trabajemos por mantener encendida la frágil llama del amor. Recuperemos el espíritu y la forma de relacionarnos que mantienen los novios. Estos no se ven cada día. Antes de quedar, se preparan para estar en disposición de gozar al máximo del tiempo que estén juntos. No dan al otro por sentado. Se lo siguen currando día a día. Saben que el otro no les pertenece. Y procuran crear espacios para mantener vivos el deseo y la atracción.

El matrimonio a tiempo parcial es una invitación para que el amor florezca en libertad. No le pidamos a nuestra pareja que cumpla nuestras expectativas. Simplemente vivamos y dejémosle vivir. Partamos de la base de que no estamos obligados a nada. Así es como desaparecerán de golpe y porrazo la tensión, la resignación, el reproche o el rencor. Cuanto más espacio nos demos mutuamente, más unidos nos sentiremos y mayor será nuestra intimidad. Metafóricamente, el amor y la libertad son como las dos alas de un mismo pájaro. Ambas son necesarias para que podemos volar juntos, cada uno por separado.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en este blog el pasado lunes 17 de octubre de 2016.