Por Borja Vilaseca

Dentro de la cosmovisión occidental en la que hemos sido educados, casi nadie pone en duda de que Jesús de Nazaret sigue siendo el personaje más influyente que el mundo ha conocido. Prueba de ello es que el año en el que vivimos contabiliza el tiempo que ha transcurrido desde que nació. Parece mentira que un pobre carpintero haya sido capaz de dividir la historia humana en dos: antes y después de su nacimiento.

Sin embargo, todo lo que sabemos de él es lo que nos ha llegado a través de los cuatro evangelios canónicos ⎯Mateo, Marcos, Lucas y Juan⎯ que aparecen en el Nuevo Testamento de la Biblia. Es decir, la versión oficial de la Iglesia católica, apostólica y romana, la cual se cree que está inspirada por dios, es leída por lo general de forma literal y se toma como verdad absoluta. Y eso que los hechos que se relatan se escribieron ⎯como mínimo⎯ unos 35 años después de su muerte.

El resto de documentos históricos que hablan de la vida y obra de Jesús ⎯entre los que destacan los evangelios apócrifos, los evangelios gnósticos o los manuscritos del mar Muerto⎯ no gozan de la misma credibilidad entre la comunidad teológica cristiana contemporánea. De hecho, no son aceptados como fidedignos por la iglesia católica. Principalmente porque cuestionan la imagen divinizada que se pretende dar de Jesús en la Biblia.

En este sentido, es fundamental diferenciar entre el «Jesús histórico» y el «Jesús divinizado». Es decir, entre «Jesús de Nazaret» ⎯un ser humano de carne y hueso⎯ y «Jesucristo», una idealización creada por los seguidores de la religión cristiana, quienes lo consideran «el hijo de dios». Y entonces, desde una perspectiva puramente histórica, ¿quién fue Jesús? Esencialmente fue un pobre campesino judío que nació en Nazaret hace unos 2.000 años y que vivió unos 33 años entre Galilea y Judea, lo que a día de hoy viene siendo Israel y Palestina.

Pocos años después de su nacimiento, estas dos provincias fueron ocupadas por el imperio romano. Y de la noche a la mañana sus habitantes tuvieron que empezar a pagar impuestos al emperador de Roma. Y esto es algo que exaltaba especialmente a los seguidores de la ley judía, para quienes Israel no pertenecía a este gobierno extranjero, sino al dios único en el que creían. A su vez, la casta religiosa se había corrompido por completo, convirtiéndose en una leal aliada del estado totalitario de la época, el cual sumía en la pobreza y la desesperación a la mayoría de la población judía.

Si bien se sabe que durante su adolescencia Jesús trabajó como carpintero y albañil, también se convirtió en un buscador espiritual. Rebelde e inconformista, de muy joven empezó a cuestionarse las creencias con las que había crecido. Y al profundizar en su propio ser, vivió una experiencia mística de conexión y unidad con la vida que cambiaría para siempre su forma de estar en el mundo.

Fue entonces cuando se transformó en un librepensador y en un filósofo que decidió compartir su mensaje con todo aquel que estuviera dispuesto a escucharlo con la mente abierta. Sus enseñanzas promovían valores como el amor, la felicidad, la compasión, el perdón, la humildad, el servicio, la confianza, la rendición, la ética, la meditación, la trascendencia del ego y la reconexión con el ser esencial. Eso sí, dado que se dirigía a personas analfabetas, tendía a utilizar metáforas y parábolas, muchas de las cuales con el tiempo se han malentendido y distorsionado.

ACTIVISTA REVOLUCIONARIO
“No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada.”
(Jesús de Nazaret)

Por otro lado, Jesús de Nazaret fue un activista revolucionario. De hecho, se le considera un «zelote». Es decir, un seguidor del movimiento político y nacionalista que pretendía liberar a Israel del yugo extranjero. Jesús se atrevió a desafiar al gobierno del Imperio romano, el más poderoso que el mundo jamás ha conocido. Y tras predicar en muchos pueblos y localidades llegó hasta Jerusalén, donde fue declarado culpable por «sedición».

Esta es la razón por la que fue condenado a muerte por crucifixión. Este tipo de pena capital no se utilizaba tanto para matar al criminal en cuestión, sino para recordar a los ciudadanos lo que les podía ocurrir si desobedecían y se rebelaban contra las leyes del imperio. De ahí que se llevara a cabo en lugares públicos donde todo el mundo pudiera verlo. Y que se dejara el cadáver colgado hasta ser devorado por los cuervos… De este modo, Jesús murió por desafiar a los ricos y los poderosos. Es decir, por atentar contra la corrupta casta sacerdotal y la despiadada ocupación romana.

Décadas después de su muerte, comenzó el proceso de metamorfosis entre el Jesús histórico y el Jesús divinizado: Jesucristo. Según la Biblia, Cristo fue concebido por el espíritu santo y nació de la virgen María en Belén. Después de predicar la palabra de dios y obrar muchos milagros, fue asesinado a petición del pueblo judío durante el mandato de Poncio Pilatos. Y tras ser crucificado para redimir a los seres humanos de sus pecados, resucitó a los tres días y subió al cielo donde se encuentra junto al dios único del monoteísmo cristiano. A su vez, se cree que algún día volverá para presenciar el juicio final, según el cual la humanidad será juzgada por sus obras.

Esta nueva imagen de Jesús se debe en gran parte a la visión que san Pablo ⎯el fundador del cristianismo⎯ tenía sobre él. Y eso que jamás lo conoció en vida. Sin embargo, con el tiempo la Iglesia católica se hizo con los derechos de imagen de este profeta, apropiándose de su marca personal para perpetuar su poder sobre millones de individuos por todo el planeta. De este modo, el Jesús histórico acabó siendo sepultado por el Jesús divinizado, una versión tuneada para encajar con la agenda y los intereses políticos y religiosos del Imperio romano.

La ironía de Jesús de Nazaret es que el statu quo político contra el que se rebeló lo sigue utilizando a día de hoy como herramienta de control social. A su vez se ha convertido en un icono de aquello contra lo que más luchó: las instituciones religiosas. Por otro lado, su mensaje de amor, misericordia, fraternidad y solidaridad se ha visto manchado por las numerosas y sangrientas guerras que se han llevado a cabo lo largo de la historia para expandir el cristianismo que supuestamente él representa.

Y no solo eso. El ejemplo de humildad y la austeridad que intentó inculcarles a sus discípulos choca frontalmente con la opulencia y los lujos inherentes a los obispos del Vaticano en la actualidad. En definitiva, si Jesús de Nazaret levantara la cabeza no se creería lo que sus llamados «seguidores» han hecho en su nombre. Seguramente se rebelaría contra el Estado en el que vivimos, así como contra los dirigentes de la Iglesia católica que tanto han distorsionado el patrimonio espiritual de este filósofo revolucionario.

Este artículo está inspirado en el libro “El zelote”, de Reza Aslan.

*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”.
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