Por Borja Vilaseca
Aceptar no tiene nada que ver con resignarse, ser indiferente o pasar de todo. Por el contrario, la aceptación requiere mucha sabiduría y es lo que nos permite dejar de sufrir ante lo que sucede.
La auténtica felicidad reside en nuestro interior. Cuando comprendemos e interiorizamos esta verdad, dejamos de querer que la realidad se adapte a nuestras ambiciones, necesidades, sueños y aspiraciones. Y, en consecuencia, desaparece la lucha, el conflicto y el sufrimiento. Todo este proceso de cambio y de transformación nos permite conquistar nuestra mente y ser dueños de nuestros pensamientos.
En paralelo, también aprendemos a fortalecer nuestra autoestima, nuestra confianza y nuestra paz interior. Es en este punto del camino donde practicamos de forma consciente y voluntaria la aceptación. De este modo es como dejamos de perturbamos constantemente a nosotros mismos. Primero nos aceptamos tal como somos. Lo cierto es que tenemos derecho a tener defectos y a cometer errores. Luego aceptamos a los demás tal como son. Al igual que nosotros, tienen derecho a actuar como consideren en base a su grado de comprensión, a su estado de ánimo y a su nivel de consciencia. De hecho, al descubrir que nadie ni nada nos ha dañado nunca emocionalmente, nos sentimos mucho más libres y poderosos al encontrarnos con personas conflictivas y situaciones adversas.
También aceptamos que el mundo es como es, por más que no estemos de acuerdo con la guerra, el hambre, la pobreza… Al igual que nosotros, está en su proceso de cambio y transformación. Curiosamente, la gente suele tacharnos de «insensibles» e «indiferentes» si no nos perturbamos por las cosasque suceden en el planeta. Es decir, que para que los demás nos consideren «buenas personas» hemos de mostrar activamente que sí nos importan las tragedias que salen por las noticias. Sobre todo porque en caso de no ser buenos, tenemos la creencia inconsciente de que «los demás no van a querernos». Y parece que no hay mejor manera de mostrar nuestra bondad que sufriendo.
ACEPTAR EL MUNDO TAL COMO ES
“Aquello que no eres capaz de aceptar es la única causa de tu sufrimiento”
(Gerardo Schmedling)
Si bien la guerra, el hambre y la pobreza son una calamidad, el hecho de que suframos por ello no sirve para nada. Nuestro sufrimiento no va a terminar con las guerras. Tampoco va a erradicar el hambre y la pobreza. De ahí que sea absolutamente inútil. Lo único que consigue es alimentar el ego, llevándonos –una vez más–a querer cambiar el mundo para adaptarlo a como cada uno de nosotros –de forma completamente subjetiva–ha determinado que el mundo debe de ser.
Por el contrario, el reto consiste en aprender a aceptarlo tal como es, lo cual no quiere decir mostrarnos insensibles e indiferentes. Aceptar tampoco significa estar de acuerdo con lo que en él sucede. Ni mucho resignarnos. Si bien la resignación es un punto de llegada, la aceptación es un punto de partida. Al aceptar la realidad tal como es, dejamos de perturbarnos a nosotros mismos. Y en consecuencia, disponemos de más energía y lucidez para actuar en coherencia con nuestros valores y con nuestra conciencia ética, dando lo mejor de nosotros mismos desde nuestra verdadera esencia.
Este aprendizaje también nos lleva –finalmente–incluso a aceptar que los demás no nos acepten. Es decir, a no reaccionar ni ponernos a la defensiva cada vez que otras personas proyectan una imagen limitada acerca de nosotros. Más que nada porque están en su derecho de mirarnos, interpretarnos y etiquetarnos según la información distorsionada que les llega a través de sus respectivos modelos mentales. De hecho, al haber trascendido nuestro de nuestro falso concepto de identidad ya no sentimos la necesidad de justificarnos ni de defendernos. Sabemos quiénes somos y eso es más que suficiente.
Así es como poco a poco nuestra ingesta de chupitos de cianuro va disminuyendo. Y al dejar de envenenar regularmente nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro corazón, recuperamos la conexión con el bienestar profundo y duradero que anida en nuestro interior. Con el tiempo, comenzamos a experimentar una sensación de abundancia y plenitud. Y en base a este nuevo estado de ánimo, tarde o temprano entramos en la vida de los demás con vocación de servicio.
Este artículo es un capítulo del libro El sinsentido común, de Borja Vilaseca, publicado en 2011.