Por Borja Vilaseca
Cada vez más personas están reinventándose, buscando la forma de convertir su pasión en su profesión. Eso sí, para encontrar nuestra vocación, hemos de escuchar primero a nuestra voz interior.
Nos guste o no, formamos parte de una sociedad edificada sobre un sistema monetario que nos obliga a competir entre nosotros para ganar dinero. Es el precio que pagamos para saciar nuestras necesidades básicas y otras que nos vamos creando. Y hasta que no cambien las reglas del juego, el trabajo va a seguir protagonizando nuestra rutina diaria.
Muchos historiadores coinciden en que se trata de una nueva forma de esclavitud, mucho más refinada que la de épocas anteriores. Según el portal de ofertas de empleo Monster, el 15% de la población activa española dedica más de 50 horas semanales a su profesión, sin contar las horas extra, el tiempo destinado a comer o los desplazamientos in itinere. La mitad de los asalariados, por otra parte, pasa en su entorno laboral más de 40 horas; el 25%, entre 25 y 40 horas, y el 10% restante, menos de 25 horas.
Sin embargo, estar en el trabajo no es lo mismo que estar trabajando. Al ser tratados como máquinas sin necesidades ni sentimientos, la gran mayoría de españoles sufre su jornada laboral de cuerpo presente y mente ausente. Pero quien se desconecta de su corazón durante tantas horas, tantos días a la semana y tantos meses al año, corre el riesgo de convertirse en un autómata que existe, produce y consume por pura inercia.
LA MONOTONÍA COMO SÍNTOMA
“El infierno es despertar cada día y no saber qué haces aquí.”
(Frank Miller)
Dado que en nuestra sociedad todavía prevalece el paradigma “del tener y del hacer”, en general consideramos que lo importante es “lo que tenemos”, no “lo que somos”. Y esta creencia condiciona “lo que hacemos”. Para muchas personas, el trabajo absorbe gran parte de su tiempo y energía; lo conciben como una carrera profesional –tanto de velocidad como de fondo–, marginando el resto de dimensiones de su vida en pos del dinero, la respetabilidad, el poder y la fama.
Para otros, estas metas externas no forman parte de sus prioridades cotidianas, con lo que en vez de vivir para trabajar, trabajan para vivir. Sus motivaciones laborales consisten en garantizar su seguridad y estabilidad económicas; perciben el trabajo como un trámite para pagar sus facturas. De ahí que se interesen, sobre todo, en la cantidad que cobran a final de mes, así como en el horario que deben cumplir entre semana.
En estos dos casos, la función profesional se desempeña como un medio para satisfacer necesidades y deseos personales. Apenas se tiene en cuenta la finalidad de dicha actividad en su relación con el resto de seres humanos y el entorno medioambiental del que todos formamos parte. Al negar su parte trascendente –la que va más allá y a través de cada individuo–, muchos terminan por reconocer que lo que hacen no tiene sentido.
Y dado que el trabajo ocupa casi un tercio de la vida, terminan por llevarse el malestar a casa. Los psicoterapeutas contemporáneos lo denominan “vacío existencial”, y se caracteriza por experimentar la vida como algo gris, monótono e insípido. De ahí que triunfe la cultura del entretenimiento –encabezada por la televisión–, que permite que la sociedad pueda saciar su necesidad de evadirse de la realidad en todo momento.
LA DECADENCIA DEL EGOCENTRISMO
“Quien sigue al rebaño acaba pisando excrementos.”
(DARÍO LOSTADO)
El cambio y la evolución son lo único que prevalecen con el paso del tiempo. Sin embargo, los seres humanos nos resistimos constantemente a este fluir natural de la vida. Prueba de ello es la manera en la que nos estamos enfrentando a la crisis financiera actual, que para muchos expertos pone de manifiesto una crisis mucho más profunda, relacionada con nuestro estilo de vida, nuestras creencias, nuestros valores y nuestra inconsciencia.
Al hablar de “crisis”, solemos obsesionarnos con aquello que escapa a nuestro control, permitiendo que nos invada la incertidumbre, el miedo y la inseguridad. Con ello, fortalecemos nuestro arraigado sentido de conservación e inmovilidad existencial. Así, en vez de ver e interpretar la crisis como nuestra enemiga, hemos de comprender que se trata de un proceso totalmente necesario: es el escenario donde se fraguan las transformaciones que nos permiten seguir creciendo individual y colectivamente. De ahí que sea mucho más eficiente ver la situación actual como una oportunidad para atrevernos a cambiar y evolucionar como personas y, en consecuencia, como profesionales.
Se dice que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado. Es decir, que las cosas suceden justo cuando tienen que suceder. Como sociedad, poco a poco estamos tomando conciencia de la insostenibilidad del sistema capitalista, así como de la decadencia de la filosofía y los valores imperantes, basados en el individualismo, en el egoísmo, en el trabajar solamente para nuestro propio beneficio (y el de los nuestros) sin importar(nos) todo(s) lo(s) demás… Por más que nos resistamos y nos aferremos al pasado, es hora de cambiar en el presente para alinearnos con el futuro que viene.
DEL TENER AL SER
“Se ríen de mí porque soy diferente. Yo me río de ellos porque son todos iguales.”
(Kurt Cobain)
Algunos economistas aseguran que se avecinan cambios y transformaciones imparables e irreversibles. Nos estamos acercando al despertar de un nuevo paradigma basado en “lo que somos”, relegando a un segundo plano “lo que tenemos”. Y las consecuencias de este salto evolutivo se verán reflejadas precisamente en “lo que hacemos”.
Los sociólogos, por su parte, afirman que el puente entre estas dos maneras de pensar, de ser y de actuar se construirá por medio de la responsabilidad y el liderazgo personal. Aunque nos hayan hecho creer que somos víctimas de nuestras circunstancias, y que lo mejor que podemos hacer es conformarnos para evitar nuevas frustraciones, en última instancia gozamos de libertad para tomar decisiones y elegir conscientemente nuestro camino en la vida.
Para saber si estamos preparados para encarnar el cambio que queremos ver en el mundo, los psicólogos y coachs especializados en orientación profesional suelen formular las siguientes preguntas: ¿Cómo te levantas y encaras los lunes por la mañana? ¿Lo haces con vitalidad, entusiasmo y alegría? ¿O más bien con desgana, frustración y resignación? ¿Disfrutas de tu profesión y das gracias por poder desempeñarla? ¿O sueles quejarte y lamentarte por tus actuales condiciones laborales, deseando que llegue el viernes cuanto antes? ¿Sueles mirar el reloj mientras trabajas? ¿O más bien pierdes por completo la noción del tiempo?
Entre otras cuestiones, estos expertos también promueven otro tipo de reflexiones, interesándose por aspectos más intangibles y relevantes: ¿Tu profesión ayuda y beneficia realmente a otros seres humanos? ¿Atiende y cubre alguna de sus necesidades básicas? ¿Tiene algún sentido lo que haces? ¿Qué es lo que te retiene en tu actual puesto de trabajo? ¿Qué perderías si lo dejaras? ¿Y qué ganarías si te atrevieras a abandonarlo? Y por último y tal vez más importante: ¿Qué harías si no tuvieras miedo?
EL SENTIDO DEL TRABAJO
“La vida nos exige una contribución, y depende de cada uno de nosotros descubrir en qué consiste.”
(Viktor Frankl)
Aunque no es nada fácil enfrentarse a uno mismo, cada vez más seres humanos están siendo coherentes con las respuestas que obtienen en su interior. De ahí que se esfuercen en concebir su función laboral como una oportunidad para contribuir con su granito de arena en la evolución consciente de la humanidad. Desean construir valor a través de sus valores, y disfrutar de otro tipo de riquezas menos materiales creando riqueza real para la sociedad.
Muchos han descubierto que no hay nada más gratificante que poder ofrecer, dar, servir y contribuir de alguna u otra forma en mejorar la vida de los demás. Y es precisamente este poder el que andan buscando. Más allá de concebirse como un fin en sí mismos –dando lugar a la peligrosa enfermedad del “egocentrismo”–, parte de su profesión consiste en “trabajarse a sí mismos” para ser medios al servicio de los demás. Sólo así es posible despertar y potenciar el altruismo que anida en lo más profundo de cada corazón humano.
Eso sí, para poder ejercer nuestra profesión con este sentido trascendente, primero hemos de descubrir quiénes somos (cuál es la verdadera esencia que se oculta tras la máscara que nos ha sido impuesta por la sociedad); qué nos hace vibrar (qué materias o áreas de la realidad nos ilusionan y apasionan) y, por último, qué formación –tanto académica como autodidacta– podemos adoptar para potenciar nuestras virtudes y nuestros talentos innatos.
REDEFINIR EL ÉXITO
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?”
(Jesús de Nazaret)
El objetivo de este autoconocimiento y desarrollo personal es dar lo mejor de nosotros mismos a través del ejercicio de una profesión útil y con sentido, lo que a su vez repercute directamente sobre nuestro bienestar emocional. Ya lo afirmó el filósofo Voltaire: “He decidido hacer lo que me gusta porque es bueno para mi salud”. Para lograrlo, hemos de echar un vistazo al mercado y ver qué podemos aportar en este momento a la sociedad. Así, el cambio de paradigma que surge al descubrir y alinearnos con nuestra verdadera vocación profesional consiste en concebirnos como lo que en realidad somos, la “oferta”, y no la “demanda”, como tan acostumbrados estamos a vernos.
La finalidad de este viaje hacia dentro es redescubrir que es para cada uno de nosotros el “éxito”. Según los dos filósofos más destacados del management actual –Steven Covey y Fredy Kofman–, en la nueva economía que se avecina el verdadero éxito implicará tres cosas: “hacer lo que amamos” (estrechamente relacionado con lo que somos en esencia, de ahí que nos apasione y nos haga vibrar), “amar lo que hacemos” (vivir nuestra función con coraje, compromiso y entusiasmo, lo que depende, sobre todo, de nuestra actitud) y concebir dicha profesión con “vocación de servicio”, siendo muy conscientes de que la auténtica felicidad brota de nuestro interior al hacer felices a los demás. De ahí que el poeta y filosofó hindú Rabindranath Tagore expresara que “quién no vive para servir no sirve para vivir”.
Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 21 de junio de 2009.