Qué es el ego según el Eneagrama

El Eneagrama es una herramienta muy útil para ser conscientes de cómo nos manipula el «ego», que en latín significa «yo». Y básicamente es un mecanismo de defensa. Tiene una función muy primaria: ayudarnos a sobrevivir al abismo emocional que suponen los primeros años de nuestra existencia, protegiéndonos del angustioso dolor que nos causa la herida de separación. El ego es el escudo con el que nos protegemos y la coraza con la que nos defendemos. Es un impostor que actúa como un falso concepto de identidad: lo que creemos ser pero que en realidad no somos. El ego es un farsante. Nos engaña cada día, convenciéndonos de que somos nuestra mente y nuestro cuerpo.

El ego es condicionamiento. Es un producto del entorno social y familiar en el que nos hemos criado. El ego es egocéntrico: todo gira entorno a sus necesidades y deseos. Siempre se toma lo que sucede como algo personal. Nos convierte en el ombligo del mundo. Y nos ciega por completo, provocando que solo nos veamos a nosotros mismos. El ego es reactivo; la reactividad es su actividad favorita. De ahí que reaccionemos impulsivamente frente a cualquier estímulo que no nos beneficia o nos perjudica.

El ego es sufrimiento: se perturba a sí mismo cada vez que la realidad no se ajusta a sus expectativas. Y con cada perturbación es como si nos tomáramos un chupito de cianuro. El ego es victimista: no asume nunca su parte de responsabilidad. Y nos instala en la queja y en la culpa. El ego es prepotente y arrogante: se cree mejor y superior que el resto. Además, el orgullo y la soberbia le impiden hacer autocrítica. Por eso en general no cuestionamos nuestra forma de pensar ni nuestro sistema de creencias.

El ego es una máscara y un disfraz: tiende a fingir y aparentar para causar una buena impresión en los demás. El ego es infantil. Nos lleva a comportarnos como niños pequeños. Cada uno con sus juguetes y sus pataletas. El ego es dependiente y apegado. Nos hace creer que necesitamos algo de fuera para sentirnos felices. El ego es celoso y posesivo. Nos vuelve temerosos de perder aquello que creemos nuestro. El ego es envidioso. Se compara todo el rato con quienes le rodean, haciéndonos sentir inferiores y acomplejados.

El ego es un carcelero. Nos somete a cumplir cadena perpetua en una invisible mazmorra mental y psicológica. El ego es neblina. Nos lleva a filtrar e interpretar la realidad de forma excesivamente distorsionada y subjetiva. El ego es oscuridad. Representa nuestro lado oscuro y nuestras sombras más tenebrosas. Se alimenta de nuestras heridas y traumas de infancia, así como de nuestros demonios internos. El ego es ruido. Es la vocecita que oímos en nuestra cabeza y que no se calla nunca. Su alimento preferido son los pensamientos, a poder ser negativos. El ego es cínico y nihilista. No cree en nada porque no cree en sí mismo. Bajo su embrujo nuestras vidas carecen de propósito y sentido.

El ego crea una dualidad cognitiva

El ego es un constructo mental ilusorio. Está construido a base de creencias y pensamientos ficticios. No es real. Solo existe en nuestra mente. El ego crea una dualidad cognitiva: yo-tú / nosotros-ellos / dentro-fuera / bueno-malo… Nos hace creer que somos un ente separado, totalmente desconectado de nuestro ser esencial, de los demás y de la vida. El ego es conflictivo. Es la causa de la división, la lucha y la guerra permanentes que padece desde siempre la humanidad.

El ego es ignorante. Ignora su propia ignorancia: que no somos el ego. Funciona con creencias falsas y erróneas que limitan nuestra manera de entender la vida. El ego es inconsciente. No es consciente de su propia inconsciencia. Y tampoco quiere saberlo. Por eso en general vivimos dormidos, con el piloto automático siempre puesto. El ego es acomodado y tiene mucho miedo al cambio. Vive dentro de una cerca llamada «zona de comodidad». El ego es borrego. Tiende a seguir al rebaño. Prueba de ello es que son muy pocos los que se atreven a cuestionar el orden social establecido. Y sin embargo el ego es un dictador. Siempre quiere tener la razón, imponer su punto de vista y salirse con la suya. Es capaz de confrontar cualquier cosa menos a sí mismo.

El ego es infeliz. Se siente permanentemente insatisfecho. Siempre le falta algo pero no sabe el qué. El ego es neurótico. Se cuenta todo tipo de historias y se monta todo tipo de películas en su cabeza. Nos hace perder de vista lo auténticamente real que está pasando aquí y ahora. El ego es paranoico. Se inventa diferentes amenazas y peligros para justificar su miedo. El ego es adicto al drama; es un artista a la hora de hacer montañas a partir de granitos de arena. El ego es enfermizo. Como consecuencia de su nociva forma de pensar, sentir y comportarse nos lleva a padecer numerosas enfermedades psicosomáticas, como el estrés, la ansiedad y la depresión.

El ego es insaciable: siempre quiere y necesita más. Bajo la influencia de este yo ilusorio sentimos un enorme vacío en nuestro interior. Y equivocadamente buscamos la manera de taparlo y de llenarlo con cosas del exterior. Por eso somos tan consumistas y materialistas. Pero nada de lo que conseguimos nunca es suficiente. La codicia y avaricia del ego no tiene límites. No solo no valora lo que tiene, sino que nos lleva a querer constantemente aquello que no tenemos. El ego es un parche. Al desconectarnos del ser esencial lo utilizamos para ir tirando. Pero es una simple cuestión de tiempo que termine reventando, provocando que nos estampemos contra el suelo…

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