La pareja: la gran proyección

La madre de todas las creencias limitantes que gobiernan inconscientemente tu mentalidad es que necesitas compartir tu vida con otra persona para sentirte completo. Es sin duda alguna el parche de los parches. Y la mayor de tus proyecciones. De hecho, incluso existe el término «anuptafobia», que significa «miedo a estar soltero y no encontrar compañero sentimental». Movido por una irracionalidad completamente infantil, proyectas en la pareja todos tus delirios relacionados con la búsqueda de la felicidad. Y entre otras barbaridades le llamas «alma gemela», «media naranja» e incluso el «amor de mi vida».

Sin embargo, estas desorbitadas expectativas son sólo una cortina de humo. Lo que en realidad anhelas es transferir la responsabilidad a otro ser humano para que extirpe de raíz tu miedo a la soledad y cure para siempre tu herida de abandono. Y no sólo eso. Bajo el hechizo biológico que te mueve a reproducirte y perpetuar la especie, formar una familia junto a otra persona te parece la opción más lógica y razonable. Y si bien prácticamente todos pasamos por este aro, son muy pocos los que no salen escaldados.

Hoy en día las rupturas de pareja no sólo son masivas, sino tremendamente dolorosas y desagradables. Especialmente cuando hay hijos de por medio. Es increíble lo destructiva que puede llegar a ser una separación. Y es surrealista lo que dos amantes que supuestamente se han querido pueden llegar a odiarse… Los divorcios sacan lo peor de nuestra condición humana. Prueba de ello son los abogados matrimonialistas, quienes lamentablemente -como consecuencia de su actividad profesional- se han convertido en uno de los colectivos más cínicos del planeta.

Mendigos emocionales

Al analizar con detalle las relaciones de pareja observamos que la mayoría de ellas atraviesa una misma secuencia: enamoramiento, noviazgo, convivencia, matrimonio, hijos, monotonía, conflicto, sufrimiento, infidelidad y separación. Y entonces ¿a qué se debe que el romance suela terminar en tragedia? ¿Qué provoca que este tipo de vínculos íntimos haga aflorar tu lado más oscuro y tenebroso? Nuevamente, la respuesta tiene que ver con el ego y su principal veneno: el «apego insano», el cual te lleva a necesitar y depender excesivamente del ser humano al que te has emparejado.

Todo comienza -como siempre- con la falta de autoestima, que te lleva a entrar en el mercado del amor como un «mendigo emocional». Debido a tu pobreza espiritual -principal herencia psicológica de tu infancia- eres incapaz de sentirte feliz por ti mismo. Ésta es la razón por la que tiendes a proyectar en otro ser humano el amor que no eres capaz de encontrar en tu interior. De ahí que idealices lo que una potencial pareja puede aportar a tu existencia, viéndola como la solución para llenar tu vacío existencial.

De hecho, uno de los principales motivos por los que sueles emparejarte es para poder gozar de afecto y estabilidad emocional. El quid de la cuestión es que al estar tan desconectado de tu verdadera esencia sueles vivir la sexualidad de forma mecánica, inconsciente y repetitiva. En muchas ocasiones, el coito se convierte en un analgésico más con el que tapar tu dolor. Y finalmente llega un día en el que lo que te aporta es inferior a lo que te resta. Es entonces cuando -en demasiadas ocasiones- el sexo desaparece por completo de la ecuación. Al menos el que practicas con tu pareja.

Codependientes

Irónicamente, atraes a tu vida lo que eres. Por eso sueles terminar juntándote como otro mendigo emocional que tampoco se quiere a sí mismo. Y que está buscando solventar -equivocadamente- el mismo problema que tú: que alguien le complete y le haga feliz. A pesar de que esta creencia está profundamente arraigada en el inconsciente colectivo de la sociedad, es completamente irrealizable. De ahí que tarde o temprano provoque que tu relación de pareja se deteriore, conduciéndote irremediablemente a un estado de frustración e insatisfacción permanente.

La sensación de fracaso inherente a tus vínculos íntimos esconde otra incómoda verdad. Y ésta tiene que ver con el legado emocional de tus padres, el cual influye mucho más de lo que imaginas en las dinámicas que estableces con tu compañero sentimental. A menos que sanes los traumas transgeneracionales que carga tu niño (o niña) interior, tiendes a pedirle inconscientemente a tu pareja que te dé lo que tu madre (o padre) fue incapaz de darte durante tu infancia. Ésta es la razón por la que en demasiadas ocasiones sueles reproducir los patrones de comportamiento que mamaste en casa. Y por la que el conflicto y el drama están absolutamente garantizados.

Llegados a este punto, resulta obvio entender por qué en general la gran mayoría de nosotros tendemos a establecer relaciones patológicas, tóxicas y enfermizas basadas en la mutua «codependencia». La paradoja del apego insano es que te hace creer que necesitas a tu pareja para ser feliz. Sin embargo, se convierte en la causa última de tu infelicidad. Esencialmente porque encarcela el amor y aprisiona la libertad. El indicador definitivo de que estáis entrando en la fase terminal es que ambos queréis que el otro cambie, culpándoos mutuamente de vuestro respectivo sufrimiento.

Para evitar terminar como acaba casi todo el mundo, es fundamental que comprendas que aquello que deseas cambiar de tu pareja pone de manifiesto lo que todavía no has resuelto dentro de ti. Tu pareja en realidad es un espejo: te muestra tus demonios internos y los fantasmas de tu pasado. Junto con tus hijos, te brinda la oportunidad de cultivar el Amor con mayúsculas, lo cual pasa por trascender de una vez por todas tus heridas de infancia. Y por ende, tu narcisismo. En vez de usarla como un parche para no sentirte solo, aprovéchala para tu propia curación y transformación. Mientras la sigas necesitando es imposible que puedas amarla de verdad.

El mejor regalo que puedes hacerle a tu pareja
es evitar hacerle responsable de tu felicidad.
LOUIS HAY

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