Reconcíliate con tu niño interior

Más allá de cómo se comportaron contigo tus padres durante tu infancia, trascender tu sentimiento soledad pasa por transformar la relación que mantienes contigo ahora que eres adulto. Recuerda que lo pasado, pasado está. La clave consiste en centrarte en lo que depende de ti en el presente. No importa si ya te han salido arrugas en la cara. O canas en el pelo. En tu interior sigue habitando una niña (o un niño) que necesita ser cuidado, valorado y protegido por el adulto en el que te has convertido. En la jerga psicológica se le conoce como «el niño o la niña interior». Se trata de una metáfora para describir tu «capa de vulnerabilidad». Es decir, tu parte frágil, herida e infantil: el sótano en el que albergas tus emociones más inconscientes y sombrías.

El niño interior representa todo aquello que necesitaste de tus padres para sentirte seguro y amado. Y que éstos -por los motivos que fuera- no fueron capaces de darte. Debido a los traumas que sufriste cuando eras pequeño suele estar dañado y asustado. Ahora que eres un adulto tu niño interior se siente solo y abandonado por ti. ¿Cómo no va a sentirse así si no le haces ni caso? No lo escuchas. Tampoco lo atiendes. Ni siquiera le permites jugar… Y dado que acumula mucha tristeza, ansiedad y resentimiento, de vez en cuando se manifiesta por medio de berrinches y pataletas irracionales. Es puro dolor. Ésta es la razón por la que niegas su existencia dentro de ti.

Tu niño interior necesita desesperadamente que te hagas cargo de él. Que lo acunes entre tus brazos. Y que le des lugar en tu vida. Sin embargo, tú te empeñas en hacer lo contrario. Escapas y miras para otro lado. El adulto que hoy eres sigue rechazando al niño que fuiste. Por eso tu herida de abandono sigue abierta. Y no es para menos. Tienes mucho miedo de volver a sufrir lo que sufriste por no haberte sentido querido por tus padres. De ahí que inconscientemente hayas creado una «capa de protección» alrededor de él en forma de coraza y máscara, la cual no sólo te desconecta de tu verdadera esencia, sino que te impide conectar emocionalmente con los demás. Todo con tal de no sentir el desgarrador llanto de tu niño interior. El quid de la cuestión es que a menos que te reconcilies con él, esta parte de ti seguirá boicoteando tus relaciones íntimas, saboteando tu felicidad como adulto.

Cómo sanar a tu niño interior

Sanar tu niño interior es un aprendizaje intransferible. Nadie más puede hacerlo por ti. Y está compuesto por una serie de fases. La primera consiste en «ser consciente de lo que sucedió cuando eras pequeño» de la forma más objetiva y neutra posible. Sólo de pensarlo, a muchos este ejercicio les causa pereza y pavor. ¿Para qué revisitar la infancia cuando ha sido fuente de dolor y sufrimiento? ¿Qué sentido tiene desenterrar los fantasmas del pasado? Por más fastidioso que sea al principio, tu curación emocional pasa por rememorar aquellos acontecimientos que más te marcaron a lo largo de tu niñez y adolescencia. Eso sí, quédate solamente con los hechos, desechando las historias que te has montado en tu cabeza acerca de ellos. Más que nada porque éstas están -inevitablemente- distorsionadas por tu egocentrismo. Y por tanto, suelen estar teñidas de cierto drama y victimismo.

A su vez, es muy recomendable que realices un exhaustivo trabajo de investigación para conocer en profundidad los traumas transgeneracionales que forman parte de tu árbol genealógico. ¿Quiénes fueron tus abuelos? ¿Qué tipo de infancia vivieron tus padres? ¿Qué circunstancias adversas tuvieron que hacer frente? Saber la respuesta a estas preguntas es fundamental para entender de dónde vienes, qué carga genética te configura y -en definitiva- por qué eres como eres. De lo que se trata es de que crezcas en comprensión y sabiduría acerca de los entresijos de tu linaje emocional. Conocer la verdad sobre tu familia te hace libre.

La segunda fase consiste en «sentir el dolor que sintió tu niño interior» durante los momentos más tenebrosos y sombríos de tu infancia. En vez de huir de tus demonios internos, ármate de valor y déjate transformar por ellos. Y esto pasa por hacer lo que más temes: permitir que el trauma que has enterrado dentro de ti aflore hasta la superficie, entrando en contacto con emociones intensas y angustiosas que durante demasiado tiempo has venido reprimiendo. El secreto para liberarte del dolor es sentirlo plenamente en el momento presente. Sin embargo, es aquí donde la mayoría sucumbe, pues son muy pocos los que pueden soportarlo. Y muchos menos los que consiguen trascenderlo.

Relación entre el adulto y el niño

La tercera fase consiste en «establecer una relación entre tu parte adulta y tu lado infantil». Y que este vínculo sea el inicio de una gran amistad. De hecho, convertirte en un verdadero adulto implica comprometerte contigo mismo a sanar las heridas forjadas durante tu infancia. ¿Y cómo se hace eso? Pues del mismo modo que si te encontraras con un crío sufriendo solo en medio de la calle. ¿Acaso no te sentarías y hablarías con él? ¿No lo escucharías y tratarías de consolarlo? ¿No lo abrazarías? Pues eso es precisamente lo que has de hacer metafóricamente con tu propio niño interior.

En esta parte del proceso terapéutico lo importante es que te comuniques con él. Simplemente ponle intención. Establece un diálogo constructivo entre el adulto que eres y el niño que has sido. Coge una foto de cuando eras pequeño. Y mírate a ti mismo en el espejo fijamente a los ojos. Conecta de corazón con tu niño interior. Siente su presencia. Por más absurdo que te parezca sigue habitando dentro de ti. De hecho, siempre ha estado ahí. Y ya sea hablándole o escribiéndole una carta, dile las cosas que te hubiera gustado que tus padres te dijeran. Hazle sentir que a partir de ahora siempre vas a estar con él. Que nunca más va a volver a sentirse solo porque no vas a volver a abandonarlo. Y fúndete con él en un abrazo eterno, consiguiendo que estas dos partes de ti -antaño tan separadas y distanciadas- vuelvan a ser una.

La cuarta y última fase consiste en «asumir -de ahora en adelante- el rol de padre (o madre) de tu propio niño interior», liberando al resto de los adultos de proveerte de cualquier sostén o suministro emocional. Dicha sanación concluye el día en el que tú mismo te conviertes en tu propio referente, tu mejor amigo y tu principal fuente de amor y de felicidad. Así es como finalmente alcanzas la independencia emocional y la madurez espiritual. El indicador más irrefutable para saber si has concluido este proceso terapéutico es que ya no tienes miedo de lo que pueda sucederte en la vida. Tu niño interior por fin se siente acompañado por un adulto. Ocurra lo que ocurra sabes que te tienes a ti mismo y que puedes contar contigo.

La sonrisa interior

Al completar estas cuatro fases notas física y emocionalmente cómo tu niño interior pasa de sentirse abandonado a sentirse amado por ti. Y este cambio interno transforma por completo tu existencia. Para empezar, tus ojos recuperan el brillo que tenías cuando eras un niño inocente, sintiéndote rejuvenecido y revitalizado. Al atravesar y sanar tu capa de vulnerabilidad te desprendes automáticamente de la coraza y la máscara que utilizabas para protegerte, accediendo al núcleo de tu ser esencial. Y dicha conexión profunda te revela quién verdaderamente eres en forma de curiosidad, motivación, entusiasmo, pasión y dicha. Es entonces cuando se dibuja una enorme sonrisa dentro de ti.

Al reconectar con tu niño interior, te atreves a ser y hacer lo que te dicte el corazón y no tanto lo que la sociedad espera de ti. De pronto te permites jugar con espontaneidad y disfrutar más plenamente de la vida. De hecho, sientes una inmensa alegría simplemente por el hecho de estar vivo. Así es como descubres que te gusta estar contigo mismo más que con ninguna otra persona. Y este descubrimiento te libera de tu adicción a la nicotina social, superando así tu sociodependencia. Como consecuencia, por fin estás capacitado para establecer vínculos íntimos genuinamente libres y amorosos. Y en el caso de que seas madre (o padre) empiezas a amar incondicionalmente a tus hijos, evitando caer en los mismos errores que tus padres cometieron contigo…

Pensar que tu infancia debería haber sido diferente de como fue no sólo es absurdo, sino que también es incorrecto. Del mismo modo que la flor de loto no puede crecer sin lodo, al reconciliarte con tu niño interior tomas consciencia de que la adversidad y el sufrimiento derivados de tu infancia son los que han posibilitado tu crecimiento y florecimiento como adulto. Todo se reduce a tu capacidad para reinterpretar y reescribir tu historia, aprendiendo a separar el grano de la paja. Y esto pasa por comprender que una cosa es lo que sucedió -circunstancias y hechos objetivos- y otra muy distinta, lo que hiciste con ello por medio de tus interpretaciones subjetivas. Estar en paz y agradecido con tu pasado te permite estar a gusto y ser feliz en tu presente, mirando al futuro con confianza y optimismo.

Nunca es tarde para tener una infancia feliz.
MILTON ERICKSON

¡Comparte este post!

¡Apúntate a la Newsletter!

    Acepto la Política de privacidad y la Política de cookies


    Próximo curso presencial

    Categorías

    Autoconocimiento y crecimiento personal

    Relación con uno mismo

    Eneagrama

    Relación con el Eneagrama

    Familia y pareja

    Relación con los demás

    Filosofía y espiritualidad

    Relación con la vida

    Reinvención y desarrollo profesional

    Relación con el mercado laboral

    Economía, sociedad y educación

    Relación con el sistema económico