El mito de las relaciones

¿Recuerdas el día en el que descubriste que los Reyes Magos eran los padres? ¿Te acuerdas de la confusión que sentiste cuando alguien te contó la verdad? Al principio no querías creerlo. De hecho, durante algún tiempo te engañaste a ti mismo, pues una parte de ti quería preservar la magia de la Navidad. Sin embargo, finalmente fuiste consciente de cómo la sociedad en general -y tus padres en particular- te estuvieron mintiendo durante años. Fue un golpe muy duro para tu inocencia. Eso sí, se trataba de un engaño justificado por la ilusión que te hacía…
Pues bien, algo similar te ha venido ocurriendo con respecto al verdadero valor que la vida social aporta a tu vida. Es muy probable que creas que la compañía ajena es la principal fuente de felicidad, así como el mejor antídoto contra la soledad que crees que te genera el estar solo. Sin embargo, se trata de una mera convención. En este caso, cuando le quitas el velo de fantasía a aquello que te han venido contando, tarde o temprano descubres que -en muchas ocasiones- las relaciones humanas están sobrevaloradas. Sobre todo las que estableces con otros sociodependientes. Evidentemente, no es algo fácil ni cómodo de asumir. Tanto es así, que lo normal es que ahora mismo te estés poniendo a la defensiva. Y que una parte de ti rechace lo que acabas de leer.
Si ése es el caso, que sepas que estás siendo víctima de un mecanismo de defensa llamado «disonancia cognitiva». Se trata del malestar mental que experimentas como efecto de recibir información nueva que atenta contra tu viejo sistema de creencias. No en vano, para operar funcionalmente necesitas que exista coherencia entre tu percepción de la realidad y tu consiguiente manera de actuar. Es decir, entre lo que piensas y lo que haces. De ahí que de entrada te opongas a cualquier idea contraria a tu forma habitual de pensar y de comportarte.
Deja de engañarte a ti mismo
No te preocupes. Sentir esta incomodidad forma parte de tu proceso de desintoxicación. Recuerda que tanto tu herencia genética como tu condicionamiento psicológico te hacen creer que aquello que inconscientemente estás buscando -ya sea seguridad, amor o bienestar- se halla en las personas con las que te relacionas. De hecho, cuanto más desconectado y alejado estás de ti mismo, más proyectas en los demás tu anhelo de conexión y plenitud. Ésta es la razón por la que le das a las relaciones un valor excesivo que en realidad no tienen.
Sin embargo, por más cantidad de vínculos que mantengas el sentimiento de soledad te persigue como una sombra. Y es que no hay gente suficiente en este mundo capaz de llenar el vacío de una persona que no sabe hacerse compañía a sí misma. En vez de mirarte en el espejo de tu alma y confrontar tu miedo, tu dolor y tu ignorancia, lo más habitual es que te engañes a ti mismo. Por eso sueles idealizar el papel que los demás juegan en tu existencia. Todo con tal de no cuestionar y vencer tu adicción a la nicotina social.
Si bien no es fácil encontrar la felicidad dentro de ti, es imposible que la encuentres en ninguna otra parte. Esencialmente porque la plenitud que anhelas procede de dentro, no de fuera. Los demás pueden proveerte protección, apoyo, complicidad, afecto, placer, entretenimiento, recursos, servicios, oportunidades… Pero no te pueden dar felicidad ni tampoco hacerte feliz. Más que nada porque se trata del estado natural de tu ser. Eres feliz cuando vives conectado y en armonía contigo mismo, con tu verdadera esencia. Y sobre todo cuando amas. Desmitificar las relaciones humanas pasa irremediablemente por entender que más que generadoras de bienestar, en realidad son potenciadoras de lo que llevas dentro.
Sucedáneos de felicidad
La auténtica felicidad es una experiencia intrínseca que no tiene ninguna causa externa. No te la puede suministrar nada ni te la puede proporcionar nadie. Deviene de forma natural cuando estás aquí y ahora, genuinamente consciente, despierto y presente. La cruda realidad es que -como consecuencia de la sociedad narcisista en la que vivimos- muy pocos seres humanos la han saboreado. Y por una simple cuestión matemática, seguramente no seas uno de ellos. Por eso sueles conformarte con los sucedáneos de felicidad -en forma de parches, alivio y anestesia- que te aportan las personas con las que te relacionas.
Para liberarte de tu adicción a la nicotina social has de hacer algo tremendamente difícil: practicar la honestidad radical contigo mismo. Y esto pasa por reconocer que eres sociodependiente. Es decir, adicto a la vida social. Este reconocimiento también pasa por asumir que cuando estás a solas te aburres por no saber hacerte compañía. Y, en definitiva, por ser consciente de que hoy en día todavía no eres tu mejor amigo, sino más bien un desconocido. Sólo entonces comprenderás por qué has venido idealizado tu relación con los demás, autoconvenciéndote de que necesitas y dependes emocionalmente de otros para sentirte bien contigo.
A partir de ahí, tu proceso de desintoxicación social pasa por recorrer metafóricamente «los mil pasos hacia la libertad». Recuerda que aprender a estar solo solamente se aprende estando solo. A base de practicar la solitud terminas por amar tu soledad. Así de simple. Eso sí, te hago un spoiler: los primeros pasos son -de largo- los más complicados y adversos de todos. Por eso casi nadie emprende este viaje. Al principio, cada vez que te retiras voluntariamente de la sociedad -y te atreves a pasar tiempo solo- es normal que te invada un intensísimo sentimiento de vacío, ansiedad, tristeza y angustia. Es el efecto de privar a tu organismo de la nicotina social, sintiendo instantáneamente el miedo a perderse algo (FOMO). Tu herida de abandono se abre de inmediato y empieza a supurar pus por todas partes. Tanto que en ocasiones el dolor es bastante insoportable. Puede que incluso no puedas dejar de llorar… Sin embargo, en la medida en que vas avanzando -paso a paso- la sensación de soledad cada vez es menos dolorosa e intensa.
Muerte psicológica
El quid de la cuestión es que a lo largo de este proceso de desintoxicación social una parte de ti ha de morir para que nazca una nueva, mucho más consciente, madura y evolucionada. Y para que suceda esta muerte psicológica en algún momento vas a experimentar -inevitablemente- ciertas dosis de pánico y terror. Literalmente vas a sentir que te mueres… Es entonces cuando tienes que armarte de valor y de fortaleza, siendo consciente de que estás afrontando uno de los momentos más importantes y trascendentes de tu vida.
Es fundamental que comprendas que tu transformación no es gratis. Requiere que pagues un precio: el dolor inherente a soltar aquellos apegos que te han venido proporcionando -en el ámbito de las relaciones sociales- una falsa sensación de pertenencia, protección y seguridad. Eso sí, al hacerlo algo se desbloquea dentro de ti, obteniendo una suculenta recompensa. Dado que tu principal apego es ser amado por otros -y que nunca te dejen solo-, el beneficio que obtienes cuando sueltas dicho apego es aprender a atender y consolar esa parte interna de ti que teme a la soledad. Así es como aprendes a amarte a ti mismo, volviéndote un ser emocionalmente libre y autosuficiente.
A lo largo de este camino vas a desprenderte de muchas creencias irracionales sobre la vida social. Y con el tiempo y la práctica acabas enamorándote de la solitud. Te aseguro que llega un día en el que estar a solas se convierte en tu templo, tu refugio y tu paraíso. De hecho, una vez que has recorrido los primeros mil pasos no vuelves a sentirte solo. Te sientes acompañado por ti mismo. Y si en algún momento vuelve a aparecer la sensación de soledad, sabes perfectamente cómo lidiar con ella. Y este aprendizaje lo cambia todo. Absolutamente todo. Al sentirte libre para ser quien verdaderamente eres, tus relaciones con los demás nunca vuelven a ser las mismas. Devienen mucho más auténticas y plenas.