Los 11 errores que cometemos al utilizar el Eneagrama

El Eneagrama es una herramienta. Y como tal, es neutra. Todo depende del uso que se le dé. Es como un cuchillo. Lo podemos utilizar para pelar y cortar cebollas. Pero también para hacer apuñalar a otra persona. Sin embargo el desconocimiento ha llevado a proyectar en el Eneagrama un lado oscuro que no tiene tanto que ver con este mapa, sino como el modo erróneo en el que lo utilizamos. En este sentido hemos de tener en cuenta las 11 formas más habituales en las que podemos corromperlo.

La primera es que no hay un «único criterio» compartido por todos los profesores y divulgadores que hoy en día nos dedicamos a compartir este manual de instrucciones. Cada uno lo explicamos a nuestra manera, poniendo el énfasis en aquellas cuestiones que consideramos más importantes. Esta es la razón por la que existen diferentes líneas, tendencias y corrientes a la hora de presentar los nueve eneatipos. Para combatir esta subjetividad divulgativa lo mejor es aprender de diferentes autores y escuchar distintos puntos de vista, de manera que podamos crear el nuestro basado en nuestra propia experiencia personal.

La segunda forma en la que podemos pervertir esta herramienta es el «encasillamiento», creyéndonos que somos un eneatipo en concreto y reduciendo nuestra identidad a un número. Es muy típico escuchar decir «soy un 4» o «soy un 7», lo cual refuerza la identificación egoica con nuestro eneatipo, añadiendo una capa conceptual más sobre nuestra verdadera esencia. Esta es la razón por la que la principal crítica compartida por todos sus detractores es que el Eneagrama nos encierra en una caja. Irónicamente, este espejo nos muestra la prisión psíquica en la que estamos atrapados inconscientemente. De ahí que el identificarnos de forma consciente con alguno de los eneatipos sea un paso previo necesario para poder desidentificarnos del ego, saliendo finalmente de la caja en la que ya estábamos.

El tercer error más común que cometemos muchos de los que usamos esta herramienta es realizar un «autodiagnóstico equivocado». Es muy habitual ⎯especialmente al principio⎯ identificarnos con un eneatipo erróneo. Y esto suele suceder porque nos quedamos en la superficie de las actitudes y las conductas que describe el Eneagrama, en vez de ir a la profundidad de las motivaciones inconscientes que hay detrás. El hecho de que dudemos mucho no necesariamente quiere decir que nuestro eneatipo dominante sea el 6. A la hora de identificarnos hemos de descubrir la razón oculta que nos hace dudar. Un eneatipo 6 duda porque desconfía de sí mismo y busca la opción que le garantice mayor seguridad y certidumbre. En cambio, un eneatipo 1 también duda, pero porque se siente imperfecto y quiere tomar el camino correcto.

La cuarta manera de mancillar el Eneagrama es empleándolo para «justificar nuestros defectos». Así, podemos escuchar frases del tipo: «Como soy un eneatipo 4 me cuesta mucho ser feliz». O «dado que soy un 2 no sé estar solo». Por medio de estas excusas no solo nos perpetuamos en nuestro encarcelamiento psicológico, sino que podemos llegar a autoconvencernos de que es imposible actuar de otro modo. En vez de autojustificarnos, podemos usar esta herramienta para hacer autocrítica, cuestionar nuestra forma de pensar y salir de nuestra zona de comodidad egoica.

El quinto error más habitual que cometemos es preguntarle a una «figura de autoridad» que nos diga cuál es nuestro eneatipo. Puede ser nuestro profesor de Eneagrama, nuestro psicólogo o un amigo cercano que sepa mucho sobre el tema. En última instancia, solo nosotros podemos saber quienes verdaderamente somos y cuáles son nuestras motivaciones más profundas. Y es que los demás no nos ven como somos, sino como son ellos. Por eso en muchas ocasiones sucede que otras personas proyectan su propio eneatipo sobre nosotros. Conocerse a uno mismo es un camino intransferible. Nadie puede recorrerlo por nosotros. Esta herramienta nos enseña a ser nuestro propio gurú.

El peligro de poner etiquetas

La sexta forma de corromper el Eneagrama es «hablar de esta herramienta delante de personas que no están comprometidas con su autoconocimiento» y a quienes no les interesa. Al no tener la mente ni el corazón abiertos, en vez de recibir esta información con curiosidad y receptividad, suele provocar el efecto contrario: que se cierren todavía más. Al oír hablar acerca de números y eneatipos indiscriminadamente, el ego tiende a ponerse a la defensiva, ridiculizando este mapa y proyectando sobre él todo tipo de prejuicios. Y no solo eso: también tacha de «hierbas» y «esotéricos» a quienes lo estamos compartiendo con tanta frugalidad. De ahí que hemos de vigilar delante de quién hablamos sobre el Eneagrama, escogiendo con sabiduría cuándo y cómo lo compartimos.

La séptima forma de viciar el Eneagrama es «etiquetar a los demás», creyendo que los conocemos mejor que ellos a sí mismos. En un alarde de soberbia y cierto complejo de superioridad, llegamos incluso a corregirlos, afirmando categóricamente que son un eneatipo diferente de aquel con el que se han identificado. Curiosamente, quienes actúan así suelen haber sido personas a quienes otros han etiquetado, poniendo de manifiesto su propia confusión y desconocimiento. Otra cosa muy diferente es tratar de averiguar ⎯en nuestro fuero interno⎯ el eneatipo de otra persona con la finalidad de cultivar la empatía y la compasión. Y poder así mejorar nuestra relación con ella.

La octava manera de manchar esta herramienta es la «banalización comercial». Es muy común ver el Eneagrama vinculado con el nombre de personas famosas a quienes se les atribuye un eneatipo en concreto sin tener ningún tipo de certeza acerca de si realmente es el acertado. Prueba de ello es que navegando por internet encontramos numerosas páginas etiquetando de forma diferente a según qué personajes históricos. Y en demasiadas ocasiones, estas fotografías van acompañadas por descripciones psicológicas muy breves y superficiales, las cuales contribuyen a estigmatizar el Eneagrama.

La novena forma de pervertir este mapa es «juzgar a alguien según su eneatipo». Detrás de cualquier juicio moral que realizamos se encuentra siempre el ego. En este caso nos lleva a caer en generalizaciones neuróticas de los eneatipos, diciendo cosas como: «Los 9 son todos unos vagos». O «Los 5 son todos indiferentes». Este tipo de estereotipos no solo no son ciertos, sino que además impiden que nos relacionemos con el ser humano sobre el que los proyectamos. Caer en este reduccionismo infantil es un flaco favor que le hacemos a esta herramienta.

La décima manera de ensuciar el Eneagrama es «darle excesivo valor a los test de personalidad». Si bien son otra manera de hacernos reflexionar, es importante concebirlos como lo que en realidad son: un pasatiempo psicológico. Es una equivocación pretender que un test nos diga cuál es nuestro eneatipo. Es como si frente a un problema matemático alguien nos diera la solución. ¿De qué nos sirve si no sabemos cómo resolverlo? Independientemente de que el test acierte en su diagnóstico, el valor de esta herramienta radica en el proceso de aprendizaje que nos lleva a descubrirlo. El verdadero test de Eneagrama está dentro: somos nosotros mismos. Es decir, lo que experimentamos mientras investigamos acerca de los nueve eneatipos.

El undécimo y último error que cometemos es pretender que el Eneagrama «lo explique todo» acerca de nuestra condición humana. Para empezar, porque hay muchos aspectos de nuestra vida que van mucho más allá de esta herramienta. Además, cada eneatipo es un «arquetipo». Es decir, un modelo, un patrón y una referencia que alude a una serie de características comunes compartidas. A lo máximo que puede aspirar este mapa es a describir ciertas tendencias generales de pensamiento, sentimiento y comportamiento. Y es que lo que «somos» no cabe en ningún eneatipo. Nuestra verdadera esencia no solo es inabarcable, sino que es imposible de definir con palabras.

Al margen de estas 11 perversiones, bien empleado el Eneagrama nos confiere un gran poder: el de cuestionar y transformar el núcleo de nuestra identidad, despertando nuestra consciencia dormida. Y este aprendizaje es algo que no tiene precio, pues con el tiempo cambia por completo el modo en el que nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con la vida. Por todo ello, la mejor forma honrar esta maravillosa herramienta de autoconocimiento es utilizándola con madurez y responsabilidad. Que así sea.

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