La ilusión de la separatividad

Hoy en día el inconsciente colectivo de la sociedad sigue secuestrado por la creencia de la «separatividad», una ilusión cognitiva que nos hace creer que somos seres separados, desconectados y aislados los unos de los otros. Es la raíz desde la que surgen todas las neurosis de la humanidad. Y la razón por la que a menudo te sientes tan solo y desdichado. Pero ¿cuál es el origen de esta creencia?
Para responder a esta pregunta hemos de remontarnos al instante de tu concepción. Hubo un tiempo en el que fuiste un diminuto embrión que se formó dentro del útero de tu madre. Y tanto física como espiritualmente erais uno. No había distancia ni separación entre vosotros. A través del cordón umbilical os unía una agradable sensación de conexión y fusión. De hecho, a lo largo de los nueve meses que duró el embarazo sentiste en todo momento lo que ella experimentaba.
Este tipo de vivencias intrauterinas dejaron huella sobre tu psique. En lo más profundo de tu subconsciente albergas memorias vinculadas con «la consciencia de unidad». Es decir, con la certeza de que a nivel esencial estás intrínsecamente unido con tu madre, así como con la realidad, la vida, dios, el universo o como prefieras llamarlo. Hay una parte de ti -tu dimensión espiritual- que está íntimamente conectada con el resto de seres humanos que forman parte de la existencia. El quid de la cuestión es que te has olvidado de ello. Y en general sigues tan desconectado de tu ser esencial que ahora mismo esta afirmación te parece una hierbada de las buenas…
El nacimiento del yo
Tu nacimiento físico y tu nacimiento psicológico no coincidieron en el tiempo. El primero se produjo durante el parto, cuando literalmente te desgajaron de tu madre. Sin duda alguna, se trata de un acontecimiento muy traumático que te llenó de angustia, pánico y terror. Lo viviste como una experiencia cercana a la muerte… A partir de ahí, iniciaste tu «proceso de individuación», un fenómeno psíquico que se desarrolló lenta y progresivamente durante tus primeros tres años de vida.
Durante el primer mes de tu existencia pasaste por la «fase autista». Te relacionabas con la realidad como un organismo puramente biológico: tus reacciones instintivas eran meros actos reflejos carentes de voluntad e intención. En dicho estado no discriminabas entre dentro y fuera. Estabas inmerso en una especie de alucinación psicodélica, sin límites ni fronteras de ningún tipo. Tan solo comías, hacías tus necesidades fisiológicas y dormías. Y empleabas el llanto para expresar cualquier sensación física que te invadiera.
A partir de ahí -y durante los siguientes cinco meses- atravesaste la «fase simbiótica». A pesar de haberte desligado físicamente de tu madre, espiritualmente seguías sintiendo que erais uno. Y en la medida en la que tu cerebro se fue desarrollando tus sentidos fueron cobrando un poquito más de protagonismo. Es entonces cuando empezaste a responder tímidamente a los estímulos externos que percibías, manteniendo en todo momento la consciencia de unidad con tu entorno. Y especialmente con tu madre.
Finalmente, entre los seis meses y los tres años completaste la fase de «separación e individuación». A lo largo de ese tiempo apareció de forma gradual la mente. Y con ella poco a poco comenzaste a emplear el lenguaje, produciéndose el nacimiento del ego. No sé si lo recuerdas, pero una de las primeras palabras que pronunciaste fue «yo». Y seguramente lo hiciste orgulloso, señalándote con el dedo hacia el pecho. De pronto empezaste a experimentarte como un ente separado no sólo de tu madre, sino también de todo lo que percibías a través de tus sentidos físicos. Fue entonces cuando la sensación de soledad, abandono y falta de amor empezó a instalarse dentro de ti de forma permanente.
La mayor neurosis del ego
Una vez superadas estas tres fases iniciales, la ilusión de la separatividad culminó cuando se produjo la identificación plena con la mente y, por ende, con el ego. Esto sucedió alrededor de los 7 años, que es cuando cristalizó tu «personalidad». Esta palabra procede del griego «prósopon», que significa «máscara» o «disfraz». Es entonces cuando se apoderó de ti -y de todos nosotros- una neurosis invisible y generalizada: la de creer que lo que piensas no sólo es verdad, sino que es la realidad, lo cual es totalmente mentira. Tus pensamientos son siempre interpretaciones subjetivas y distorsionadas que haces de la realidad en base a tu sistema de creencias y el estado emocional en el que te encuentras en un momento dado.
La personalidad, el ego y el yo ilusorio son sinónimos. Y vienen a ser un falso concepto de identidad creado inconscientemente por medio de creencias y pensamientos con los que fuiste condicionado cuando todavía eras un niño (o una niña) inocente y vulnerable. En esencia, son el mecanismo de defensa que desarrollaste para sobrevivir y adaptarte a las circunstancias que te tocó vivir durante tu infancia, especialmente en relación con tus padres. Y cuanto más traumática fue tu niñez -o más traumática crees que fue- mayor poder e influencia tiene el ego durante tu adultez.
El hecho de que ahora mismo sigas creyendo que eres un yo separado de la realidad es un sutil engaño perceptivo. El ego actúa como un parásito psíquico, manteniéndote encerrado en una cárcel mental. Y te convierte en una persona egocéntrica, apegada, reactiva y victimista. Te lleva a vivir tan centrado en ti mismo que te tomas todo lo que sucede como algo personal. Por otro lado, el ego se aburre con frecuencia de sí mismo. A menudo le falta algo. Y con frecuencia necesita a alguien. ésta es la razón por la que te sientes permanentemente vacío e insatisfecho, deseando siempre más de lo que tienes. Y temiendo perderlo una vez que lo consigues.
El ego es tu carcelero
El ego es lo contrario del amor propio. Te transforma en alguien narcisista que sólo piensa en sí mismo. Por eso chocas y entras en conflicto constantemente con quienes te rodean. Frente a cualquier conflicto de intereses, el ego siempre barre para casa, procurando conseguir lo que quiere sin tener en cuenta las necesidades de los demás. Y bajo el embrujo de la separatividad, te hace sentir solo, abandonado y falto de amor. Por eso no sabes hacerte compañía. Y por la que a veces sientes soledad incluso estando cerca de tus seres queridos. La paradoja es que eres tú el que te has abandonado a ti mismo al perderte en el mundo exterior, marginando lo que pasa en tu interior.
El ego te hace creer que tu realidad se reduce a las necesidades, deseos y expectativas del yo desde el que percibes la existencia. Te condena a vivir en una jaula mental con barrotes invisibles, totalmente enganchado a tus procesos mentales y emocionales. Al estar tan mimetizado con el ego, te crees que eres los pensamientos que deambulan por tu mente y las emociones que transitan por tu cuerpo. Al sentirte solo y estar tan identificado con ese sentimiento, te crees que estás solo. Y al pensar que estás solo, sientes soledad, adentrándote en un círculo vicioso del que es muy difícil salir mientras vives enajenado de ti mismo.
La sensación de separatividad es un síntoma que pone de manifiesto dos cuestiones muy elementales: tu grado de desconexión interna con tu verdadera esencia. Y tu nivel de ignorancia e inconsciencia con respecto a tu auténtica identidad. El problema reside en que se trata de dos experiencias incomprensibles desde un entendimiento puramente teórico y racional. Tan sólo pueden comprehenderse -con «h» intercalada- a través de la propia vivencia transpersonal, la cual está más allá de la mente, del lenguaje y -obviamente- del propio ego. De ahí la importancia de que te mantengas abierto y receptivo a cualquier información o conocimiento que te lleve a cuestionar y confrontar precisamente la relación con este carcelero. Recuerda que el ego va a hacer todo lo posible para mantenerte preso, alejado de tu libertad.