Huérfanos emocionales

Nuestra condición humana está regida por una perversa paradoja. Necesitamos amor para funcionar óptimamente y vivir plenamente. Y sin embargo, a lo largo de nuestra historia como especie éste ha brillado por su ausencia. El amor es nuestra gasolina existencial, pero a día de hoy sigue siendo un recurso muy escaso. Muy pocas personas han sido verdaderamente amadas durante su infancia. Poquísimas. Por eso seguramente desconoces lo que es el verdadero amor. Piénsalo bien: ¿cómo vas a saber amar si en ningún momento de tu desarrollo psicológico fuiste amado?
Volvamos al día de tu nacimiento. Por aquel entonces eras absolutamente dependiente de tus padres. O de aquellos adultos que ejercieron el rol de cuidadores. Dependías del contacto físico para sobrevivir. La falta de cariño y afecto maternal podía provocarte la muerte. Está demostrado que el desarrollo cerebral de los bebés que se alimentan del pecho de sus madres -y que son acariciados con frecuencia durante las primeras semanas de vida- es mucho mayor que el de aquellos que han pasado ese mismo periodo de tiempo aislados en una incubadora.
A partir de ahí, los siguientes años determinaron los cimientos psíquicos sobre los que has construido tu personalidad. Y la solidez de estos pilares depende -en gran medida- de la calidad de tu autoestima. Es decir, de la calidad del amor que te profesas a ti mismo. El quid de la cuestión es que cuando eras un niño pequeño no sabías cubrir tus necesidades emocionales, con lo que quedaste a merced de que un adulto las cubriera por ti. Y aquí es donde se origina el drama de toda nuestra especie: en la incapacidad de los padres y de las madres de amar a sus hijos como éstos necesitan ser amados para que -a su debido momento- éstos aprendan a amarse a sí mismos. Y por ende, a su descendencia.
El desarrollo de la autoestima
Al principio tu autoestima es amor que procede del exterior. Especialmente de mamá y papá -o de los adultos que te cuidaron-, que vienen a ser tus proveedores de alimento, calor, conexión, cariño, afecto, seguridad y protección. Para crecer de forma sana es fundamental que goces de rutinas y experiencias predecibles, repetidas y consistentes que te permitan establecer un «apego seguro». Éste viene a ser una sensación de incondicionalidad y de certeza absoluta de que alguien te va a cuidar en todo momento. Al no ser autosuficiente emocionalmente, es imprescindible que te apegues a los adultos que se ocupan de ti. No en vano, tu supervivencia depende enteramente de ellos.
Con el paso del tiempo -y de tu evolución psicológica- finalmente tu estima se interioriza, adquiriendo una fuente interna. Es entonces cuando le añades el prefijo «auto». Ésta es la razón por la que cuanto más afecto, respeto, aceptación y valoración hayas recibido durante tu infancia, mejor será tu autoestima en la edad adulta. Dicho de otra forma, cuanto mejor haya sido el suministro externo de tu autoestima, mayor será tu capacidad para suministrártela de forma interna. De ahí que no sea exagerado afirmar que la relación que estableces con tus padres -o cuidadores- durante tus primeros años de existencia determina la forma en la que te relacionas contigo mismo, los demás y con el mundo el resto de tu vida.
La gran tragedia de nuestro tiempo es que la mayoría de padres y madres siguen atrapados por su narcisismo y su inmadurez emocional. Y al no ser felices y estar mal consigo mismos, son incapaces de satisfacer de forma correcta y de manera oportuna las necesidades emocionales de sus hijos. De ahí que muchos de éstos crezcan y se desarrollen con un déficit estructural de amor propio, entrando en la adultez con graves carencias afectivas.
Sensación de orfandad
Me sabe mal decirte que es imposible atravesar la infancia sin sufrir algún tipo de trauma psicológico. Y uno de los más comunes es «la herida de abandono». Es decir, la sensación de soledad y falta de amor que experimentaste en relación con tus padres cuando eras un niño (o una niña) dependiente, vulnerable e indefenso. No importa tanto el afecto que tus progenitores te dieron, sino el que creíste haber recibido. Y lo cierto es que en muchos momentos no te sentiste verdaderamente querido por ellos. Todo lo contrario: en demasiadas ocasiones experimentaste sentimientos de soledad, rechazo y abandono. Por eso hay una parte de ti que se siente un «huérfano emocional».
Cabe señalar que cuando eras un niño pequeño interpretabas todas las cosas que te pasaban de forma excesivamente egocéntrica. De ahí que te tomaras la actitud y el comportamiento de tus padres como algo personal. Sin embargo, la incapacidad que tuvieron tus padres para amarte no tuvo nada que ver contigo. ¿Cómo podían quererte si tampoco fueron amados por sus padres cuando eran niños? ¿De qué manera podían amarte si carecían de amor propio?
El quid de la cuestión es que debido a que el suministro externo de tu estima fue del todo deficitario, desarrollaste la creencia inconsciente de que no te querían porque eras inherentemente defectuoso y no merecedor de amor. Como consecuencia, creciste pensando que no estaba bien ser como eras. Y poco a poco se fue instalando en tu subconsciente un sentimiento crónico de inutilidad, baja autoestima y odio hacia ti mismo, conocido en la jerga psicológica como «vergüenza tóxica». Así fue como la voz de tus padres se convirtió en tu propio diálogo interno, tratándote a ti mismo como eras tratado por ellos.
El rechazo de tu auténtico ser
A partir de entonces, empezaste a comportarte del modo en el que creías que tenías que actuar para ser aceptado y querido por tus padres. Y por ende, por la sociedad. Así es como rechazaste tu auténtico ser, convirtiéndote en un sucedáneo de quien esencialmente eres. Por una simple cuestión de supervivencia, no te quedó más remedio que desarrollar una personalidad ficticia con la que protegerte del dolor.
Sin embargo, este falso concepto de identidad es un pseudotú con el que reemplazaste la expresión espontánea de tu ser. Así fue como te traicionaste, te rechazaste y te abandonaste a ti mismo. Es el motivo principal por el que en la edad adulta experimentas soledad cuando te quedas a solas contigo mismo. Y por el que te cuesta intimar con los demás y relacionarte de forma auténtica. Piénsalo detenidamente: ¿cómo puedes compartirte y crear vínculos de intimidad si no te permites ser quien genuinamente eres?
La herida de abandono originada durante tu infancia es la raíz desde la que brotan el resto de conflictos emocionales que se manifiestan en tu vida adulta, empezando -cómo no- por la falta de autoestima. Si bien la lista es prácticamente interminable, en la medida en que sigues sin sanar ni transformar tus traumas psicológicos también pueden aparecer los siguientes síntomas: susceptibilidad, irritabilidad y malhumor crónicos. Insomnio. Sensación permanente de vacío y de insatisfacción. Dependencia emocional. Ansiedad, estrés y depresión. Anulación y negación de uno mismo. Autosabotajes y procrastinación. Fobia social y paranoia. Ataques de pánico. Trastornos de la personalidad. Atracones de comida. Anorexia y bulimia. Dificultad para establecer relaciones sanas y duraderas. Adicción al tabaco, el alcohol y otras drogas como forma de automedicación. Autolesiones. Pensamientos suicidas… En el caso de que padezcas alguno de estos problemas, no lo dudes: pide ayuda y ve a terapia cuanto antes. Tu descendencia te lo agradecerá.