Familias disfuncionales

La sociedad es siempre un fiel reflejo de cómo pensamos y nos comportamos la mayoría. Lo que vemos en el exterior es una proyección de nuestro interior. Nuestras creencias, pensamientos, emociones, decisiones y acciones son las que van dando forma a la realidad que percibimos y al sistema en el que vivimos. Y dado que seguimos embrujados por la ilusión de la separatividad, hemos construido una sociedad a imagen y semejanza del ego. Es decir, egocéntrica, neurótica e infeliz.

Tu gran problema existencial es que tiendes a vivir de fuera hacia dentro. Estás sometido a una presión social tan imperceptible como asfixiante. Y eres víctima inconsciente de las convenciones de tu tiempo. Tanto es así, que tu vida se ha convertido en «el día de la marmota». Repites una y otra vez las mismas rutinas, costumbres, tradiciones y festividades que te fueron inculcadas desde que naciste por la generación de adultos que te precedió. Y dado que casi nadie cuestiona la realidad normativa impuesta por la sociedad, esta noria social se perpetúa año tras año, ad infinitum

Supongo que a estas alturas ya te habrás dado cuenta: existe una propaganda feroz que te empuja a hacer lo que se supone que tienes que hacer para gozar de aprobación social. Y a convertirte en quien se supone que tienes ser para ser aceptado por tu entorno familiar. Así es como inconscientemente te traicionas a ti mismo, socavando tu amor propio y marginando tu verdadera esencia. La sociedad es en sí misma una conspiración en contra del individuo y su singularidad. Y este complot no está tramado desde las altas esferas de las élites que gobiernan desde la sombra. No. Sus perpetradores a menudo son los propios padres y madres, quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa por sus hijos menos dejarles ser ellos mismos.

Muertos vivientes

¿Por qué crees que tiendes a imitar y replicar el modo de vivir que llevaron tus progenitores? ¿Acaso sabes quién eres y para qué vives? ¿Tienes claro qué es lo que te ilusiona y te motiva? Lo más seguro es que te estás conformando con un estilo de vida completamente prefabricado. No fuiste educado para ser un individuo libre. Ni tampoco para seguir tu propio camino. Por el contrario, te condicionaron para adoptar un comportamiento gregario.

¿Te has fijado que en el lugar en el que te criaste todo el mundo tiende a parecerse a todo el mundo? Tus creencias y tu forma de pensar son de segunda mano. Los aprendiste tanto en casa como en la escuela. El sistema educativo industrial no fomenta la libertad de pensamiento, sino la sumisión y la obediencia. Su objetivo principal sigue siendo amaestrar a los niños y las niñas para que se amolden al orden social establecido, convirtiéndolos en un engranaje más del sistema. Ésta es la razón por la que muchos adultos se comportan como muertos vivientes. No piensan ni reflexionan. Viven por inercia. No van hacia ninguna parte. Y carecen de propósito.

Si bien desde la distancia la gente aparenta cierta normalidad, cuando miras de cerca -y quitas el velo de las apariencias- ves el estado patológico en el que se encuentra. En general estamos bastante traumatizados. Por un lado estamos psicológicamente desquiciados y, por el otro, espiritualmente vacíos. Sin embargo, de buenas a primeras nadie lo diría. Principalmente porque a los seres humanos se nos da muy bien tapar, fingir y disimular. A eso se refiere la expresión «los trapos sucios se lavan en casa». Pero ni siquiera eso, pues en el hogar tendemos a esconder los problemas debajo de la alfombra…

Maltrato psicológico

No te dejes engañar por la imagen de familia perfecta que muchas intentan proyectar cuando asisten a diferentes eventos sociales. La realidad que se esconde detrás de esa máscara social es mucho menos amable. Debido a la excesiva identificación con el ego, la sociedad está muy descentrada. Prueba de ello es que la inmensa mayoría de las familias son emocionalmente disfuncionales. No cumplen con su función psicológica: proveer a los niños y a las niñas de un entorno emocional estable, óptimo y seguro que les permita nutrir su autoestima y crecer de forma sana.

Curiosamente, el concepto de «familia feliz» suele ser el equivalente a un unicornio. En muchos casos las familias están tiranizadas por un conflicto estructural y endémico, el cual se traduce en discusiones, tensiones, peleas, enfados, gritos, dramas, insultos, abusos, agresiones… Y en definitiva, por una permanente y dañina violencia psicológica, la cual deja secuelas psíquicas que acompañan a los hijos el resto de sus vidas. Sin embargo, en muchas familias existe una especie de acuerdo tácito -totalmente tabú- por medio del que ningún miembro puede hablar mal de su clan en presencia de otras personas. Hacerlo es visto como la peor de las traiciones. Y puede traer consigo el rechazo y el ostracismo.

El quid de la cuestión es que este tipo de perversiones se trasladan de generación en generación por medio de nuestro árbol genealógico. De forma inconsciente, tendemos a tratar psicológicamente a nuestros hijos de un modo bastante similar al que nuestros padres nos trataron a nosotros. Evidentemente, este tipo de actitudes y conductas suele ser un reflejo de cómo nuestros progenitores fueron tratados por nuestros abuelos. Y se perpetúan y normalizan hasta tal punto que dichos comportamientos nocivos nos parecen algo habitual y cotidiano, tanto para quienes los generan como para quienes los reciben.

A la repetición de estas dinámicas familiares tóxicas se las denomina «traumas transgeneracionales». Es decir, que además de heredar el color de ojos de tus ancestros, también has heredado las heridas que éstos no fueron capaces de sanar ni de transformar. Y dado que seguramente ni tus abuelos ni tus padres fueron a terapia, lo más probable es que -si quieres romper el ciclo- a ti no te quede más remedio.

La familia es la institución más disfuncional que existe.
Es el lugar donde se originan todas las neurosis de la humanidad.
OSHO

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