El lado oscuro según el Eneagrama

Una de las contribuciones más significativas que aporta el Eneagrama es que hace una fiel radiografía de los nueve rostros del ego. Y lo cierto es que todos tenemos un poco de cada uno de ellos. Sin embargo, al adentrarnos en los nueve tipos de personalidad seguramente nos sentiremos más identificados un ego en particular: el de nuestro eneatipo principal. Y también con el de los números a los que nos centramos y descentramos, así como el de nuestra(s) ala(s). Es precisamente en estos cuatro (o cinco) eneatipos en dónde más atención hemos de poner para lograr nuestra sanación y transformación.
Con la intención de hacer consciente la influencia que este falso concepto de identidad ⎯o yo ilusorio⎯ tiene en nuestras vidas vamos a conocer más en profundidad seis aspectos principales del ego de cada eneatipo. Todos ellos representan las distintas capas del iceberg que simboliza nuestra psique. Vamos a verlas una por una, desde las más invisibles ⎯las que están por debajo de la superficie⎯ a las más visibles, que son las que están por encima.

El primer aspecto es la «herida de nacimiento». Se trata de la incómoda y desagradable sensación que sentimos cuando vivimos desconectados de nuestra esencia. Y difiere según el modelo mental inherente a cada eneatipo. Este dolor nos impide vivir conscientemente, estar presentes y sentir dicha aquí y ahora.
El segundo es la «percepción neurótica». Es la forma errónea y distorsionada en la que ego percibe quienes somos y cómo funciona la vida. Son todas aquellas ideas locas y creencias falsas acerca de quiénes se supone que tenemos que ser y de cómo consideramos que debería funcionar el mundo. El Eneagrama también las llama «fijaciones». Esencialmente porque se fijan en nuestra mente durante nuestra infancia en base al condicionamiento recibido por los egos de nuestro entorno social y familiar.
La percepción neurótica de los nueve eneatipos
El tercero es la «motivación egocéntrica». Es el motor enfermizo que nos mueve a convertirnos en una versión idealizada de nosotros mismos, orientando nuestra existencia al propio interés. También es la fuerza oscura que hay detrás de todas nuestras actitudes y conductas inconscientes.
La motivación egocéntrica de los nueve eneatipos
El cuarto son los «defectos egoicos». Es decir, los rasgos obsesivos que manifestamos con mayor frecuencia cuando vivimos esclavizados por el ego. También son las reacciones impulsivas y automáticas que se desencadenan para proteger la imagen idealizada de nosotros mismos. E incluso los mecanismos de defensa y los trastornos de personalidad que devienen cuando nos obsesionamos con conseguir hacer realidad nuestra motivación egocéntrica. A pesar de ser profundamente neuróticos, estos patrones de conducta inconscientes ⎯forjados durante nuestra infancia⎯ constituyen la base de nuestra personalidad.
El quinto son los «resultados insatisfactorios». Son las emociones más habituales que experimentamos en nuestro interior como consecuencia de vivir tiranizados psicológicamente por los defectos inconscientes, los mecanismos de defensa y las reacciones automáticas del ego. El Eneagrama también las denomina «pasiones», cuya etimología procede del latín «patior», que quiere decir «sufrir» o «padecer». Y tienden a manifestarse con tal fuerza e intensidad que en muchas ocasiones nos arrastran a sentimientos y estados de ánimo muy difíciles de gestionar.
El sexto es la «crisis existencial». Al vivir identificados con el ego ⎯y movidos por el descentramiento⎯, tarde o temprano llegamos a una saturación de sufrimiento que nos lleva a tocar fondo. Los místicos llaman a este acontecimiento «la noche oscura del alma». De pronto algo dentro nos hace clic, llevándonos a mirarnos en el espejo, saltar al vacío, adentrarnos a lo nuevo y lo desconocido, emprender una travesía por el desierto e iniciar nuestra propia búsqueda de la verdad. Y en definitiva, a emprender el viaje de autoconocimiento para confrontar nuestra ignorancia e inconsciencia. Y es precisamente en ese instante en el que el Eneagrama suele aparecer en nuestras vidas.
Sin embargo no todo el mundo que se sumerge en una crisis existencial la aprovecha para transformarse. En algunos casos, el dolor y el miedo que sienten algunas personas es tan grande que siguen resistiéndose al cambio, perpetuándose en un estado de incomodidad cómoda marcado por el autoengaño, el victimismo y el afán de culpa. Es entonces cuando algunos optan por automedicarse y ⎯en casos extremos⎯ incluso suicidarse.
Cómo es la crisis existencial de los 9 eneatipos
El ego espiritual
Recapitulando, la herida de nacimiento genera la percepción neurótica que a su vez produce la motivación egocéntrica, la cual está detrás de los defectos egoicos, que son los que provocan los resultados insatisfactorios, que finalmente nos sumergen en una crisis existencial. Todo está unido e interconectado. Del mismo modo que un determinado tipo de semilla contiene un determinado fruto, una determinada herida de nacimiento causa una determinada crisis existencial. De ahí la importancia de conocernos a nosotros mismos, aprendiendo a bucear en nuestras profundidades.
Por otro lado, además de mostrar la tríada, el descentramiento, las alas y los instintos (o subtipos) de cada eneatipo, también analizaremos otro aspecto fundamental: el «ego espiritual». Es el último disfraz que utiliza este falso concepto de identidad para seguirnos encarcelando. Una vez estamos inmersos en nuestro proceso de autoconocimiento y desidentificación, el ego se va adaptando y estilizando para sobrevivir. Y comienza a emplear nuevas estrategias de manipulación mucho más sofisticadas. Sin ir más lejos, toma una forma aparentemente espiritual con la finalidad de perpetuar su poder e influencia sobre nosotros. Para empezar, nos hace creer que estamos mucho más evolucionados de lo que en realidad estamos.
El ego espiritual de los 9 eneatipos
Llegados a este punto, es fundamental recordar que no hemos elegido tener ego. Surgió como consecuencia de perder el contacto con el ser durante una etapa muy dependiente y vulnerable de nuestra vida. Su función fue la de protegernos. Y si bien al llegar a la edad adulta nos quita mucho más de lo que nos da no hemos de caer en el error de juzgarlo, condenarlo ni demonizarlo. No podemos combatir el ego desde el ego y salir victoriosos. Lo único que necesitamos es comprenderlo, aceptarlo y amarlo. Solo así podremos verdaderamente integrarlo para posteriormente trascenderlo. Y esto pasa irremediablemente por comprometernos con nuestro propio proceso de transformación.