El estigma de la solitud

La consecuencia directa de creer que soledad y solitud son sinónimos es que estar solo está muy mal visto en nuestra sociedad. De hecho, tiene una connotación muy negativa. Especialmente en España y Latinoamérica. En estos países, la inmensa mayoría de las personas ensalza el colectivo y demoniza la individualidad. Es una cuestión cultural, totalmente arraigada en lo más profundo de nuestro subconsciente.
No sé si te has fijado, pero el adjetivo «solitario» suele utilizarse de forma peyorativa. ¿Cómo ve la sociedad a las personas de más de 30 años que todavía no se han establecido en pareja? ¡Y ya no digamos a las de más de 40 años! En general se las mira con cierta lástima y se las percibe como «bichos raros». Principalmente porque se salen de la norma socialmente establecida: áquella que dictamina que lo normal es que compartas tu existencia con otro ser humano hasta que la muerte os separe…
Sea como fuere, las personas extremadamente sociales son valoradas y aplaudidas, sin importar si el motor de su sociabilidad reside en escapar de sí mismas, utilizando a los demás como parches para tapar su vacío existencial. Por el contrario, los individuos más solitarios son juzgados e incluso tachados de «egoístas». Irónicamente, a menudo gozan de mucha más inteligencia, sensibilidad y mundo interior que la mayoría que los rechaza y condena.
La sociedad repudia al solitario
Detrás de estos prejuicios se esconde una incómoda verdad que muy pocos están dispuestos a reconocer: que de forma inconsciente e infantil se sigue teniendo un terror irracional a la soledad. Y el hecho de que se siga superponiendo sistemáticamente esta emoción sobre la solitud pone de manifiesto que a día de hoy casi nadie sabe estar verdaderamente solo, a gusto consigo mismo. ¿Cómo podrían si la simple idea de estar a solas con ellos mismos les horroriza?
Pobre de ti como se te ocurra expresar en voz alta que estás cansado de tanta interacción social por resultarte a menudo tan falsa, superficial y aburrida. ¡No te lo perdonarán! La sociedad repudia al individuo solitario, a quien percibe como alguien marginado, loco y antisocial. Esencialmente porque no puede entender que prefiera estar consigo mismo que con los demás. ¿Cómo no va a hacerlo? Éste le recuerda el estado de dependencia a la nicotina social en el que malvive la mayoría. De ahí que la solitud se estigmatice.
Si eres como la mayoría puede que sigas asociando el disfrute a la compañía ajena y la amargura a la solitud. Y no es para menos. La propaganda de la sociedad te ha hecho creer que estando solo no puedes hacer ningún plan. Ni mucho menos pasártelo bien. Una imagen arquetípica que la gente inconsciente tiene de la solitud es estar solo en casa, sentado en el sofá y haciendo nada. Y solo de pensarlo le entran escalofríos… Por eso hacen cualquier cosa -por más absurda, nociva o decadente que sea- para evitar estar a solas consigo mismas.
Cuestionar la percepción cultural
Llegados a este punto, es fundamental que seas consciente de que formas parte de una sociedad muy enferma y neurótica. No es un juicio subjetivo, sino una mera descripción objetiva. De ahí la importancia de que te atrevas a desafiar y cuestionar la percepción cultural tan extendida y distorsionada que se tiene de la solitud. Es fundamental que comprendas -e interiorices- que estar solo no tiene nada que ver con el rechazo, el abandono, el aislamiento o la exclusión social. Por el contrario, la solitud consiste en estar y conectar contigo. Es decir, con pasar tiempo de calidad con la persona más importante de tu vida, la única con la que convives 24 horas al día los 365 días al año: tú.
Evidentemente no es lo mismo la solitud impuesta que la escogida de forma libre y voluntaria. El ejemplo que suele ponerse es el de las personas mayores que pasan sus últimos años de vida solos, aparcados en una habitación lúgubre de una inhóspita residencia de ancianos… Es muy cierto que no siempre puedes gozar de la compañía de los demás. Y que tarde o temprano llegará un día en que tengas que afrontar tu final estando solo. De ahí la suprema importancia de que aprendas a ser un buen compañero para ti mismo, buscando la solitud de forma proactiva siempre que puedas para ir poco a poco afianzando la relación contigo.
Dicho esto, ¿cuánto tiempo pasas a solas? ¿Qué tal te llevas con la persona que ves en el espejo cada mañana? ¿Te caes bien? Y más importante aún: ¿cómo te sientes cuando estás solo, sin nadie a tu alrededor? ¿Y qué sueles hacer cuando la soledad viene a visitarte? ¿Sabes hacerte compañía? Tú eres el único que puedes saber realmente el tipo de vínculo intelectual, emocional y espiritual que estás manteniendo contigo mismo. Ser radicalmente honesto es fundamental para llevar a buen puerto tu transformación.