El amor evolucionado

Por más a gusto que puedas llegar a estar en un momento dado contigo mismo, tarde o temprano vas a sentir el anhelo de compartir tu vida -en el formato que sea- con un compañero sentimental. Está escrito en tus genes. Desde una perspectiva biológica, estás programado para desear fusionarte con otro ser humano, al que coloquialmente sueles llamar «pareja». De hecho, cuando estableces un vínculo afectivo con alguien así ambos dejáis de ser dos entidades separadas y pasáis a formar una unidad psicológica. Y una vez dicha relación se ha consolidado, no tiene sentido preguntarse si existe o no dependencia: siempre la hay.
Ahora bien, la clave para evitar el exceso de codependencia -así como la toxicidad que ésta acarrea- es que tanto tú como tu pareja aprendáis a desarrollar un «apego seguro». Y esto pasa por que ambos gocéis de una sana autoestima y pongáis vuestro bienestar al servicio del otro. Por crear una relación basada en la confianza y la lealtad, honrando los acuerdos que establezcáis de forma honesta y madura. Por confiar de verdad el uno en el otro y ser una constante fuente de apoyo y respaldo mutuos. Y sobre todo, por gozar de la inteligencia emocional necesaria para relacionaros con empatía y comunicaros con asertividad. Contar con alguien así te aporta la estabilidad y la tranquilidad necesarias para alcanzar cotas de bienestar que difícilmente logras cuando estás solo.
La cruda realidad es que es bastante probable que este apego seguro no sea la base sobre la que has cimentado tus vínculos afectivos. ¿Cómo iba a serlo si lo más probable es que tus padres no te proveyeron de la estima que necesitabas durante tu infancia? ¿De qué manera podías haberla construido si a lo largo de tu juventud tampoco recibiste en la escuela educación emocional? Como consecuencia de la herida de abandono que -en mayor o menor medida- sigue presente en tu niño (o niña) interior, seguramente creciste con un vacío emocional en tu corazón. Y esta sensación de carencia y escasez es la que te llevó a entrar equivocadamente en el mercado del amor buscando a alguien que lo llenara. Sin duda alguna, se trata de la receta perfecta para el fracaso sentimental.
Ansiosos y evasivos
Si observas con lupa las dinámicas emocionales que protagonizan tus relaciones de pareja, es muy posible que descubras que suelen estar motivadas por el «apego ansioso» y el «apego evasivo». Son la forma en la que el ego distorsiona y corrompe cualquier posibilidad de cosechar un bienestar emocional sano y duradero cuando te vinculas sexual y afectivamente. Y ambos parten de heridas no resueltas y sombras no iluminadas.
El apego ansioso se caracteriza por un irracional miedo al abandono, el cual provoca que la persona que lo padece sienta su relación amenazada. Sobre todo cuando aparecen los desacuerdos y el conflicto. De ahí que requiera de constantes muestras de complicidad que reafirmen y refuercen el vínculo afectivo. Por el contrario, el apego evasivo destaca por el temor a la pérdida de libertad que supone vincularse íntimamente con otra persona. Quien lo sufre manifiesta conductas confusas y ambivalentes por no querer comprometerse nunca del todo con su compañero sentimental. Estos dos tipos de apego son disfuncionales y terminan boicoteando y destruyendo la relación.
La única fórmula 100% eficaz para evitar perpetuar los apegos ansiosos y evasivos -y poder desarrollar un apego seguro- es aprender a ser feliz por ti mismo. En un mundo ideal, antes de empezar a vincularte emocional y sexualmente con otros seres humanos como mínimo sería recomendable que durante al menos un año de tu vida te levantarás solo cada mañana y te acostarás solo cada noche, sintiéndote verdaderamente completo. Y es que solamente a base de cultivar la solitud y de abrazar la soledad puedes verificar empíricamente que no necesitas a nadie más para disfrutar de tu existencia.
Maestría en amor
El principal beneficio de no tener a otra persona a quien amar es que llega un punto en que no te queda más remedio que aprender a amarte a ti mismo. Y como sucede con cualquier otro aprendizaje vital, a base de entrenar y practicar el amor propio finalmente consigues un cierto nivel de maestría en el sublime arte de sentirte bien y a gusto estando solo, sin utilizar a ningún compañero sentimental como parche. Sólo entonces estás verdaderamente preparado para cultivar el apego seguro, vinculándote emocionalmente desde la no-necesidad. Y es que una cosa es querer estar en pareja. Y otra muy distinta, necesitar tener una.
El quid de la cuestión es que hoy en día muy pocos han alcanzado este estadio evolutivo. Más que nada porque implica un trabajo interior tan peliagudo como doloroso. Para empezar has de limpiar y reprogramar tu subconsciente, sanando los traumas transgeneracionales que se originaron en tu niñez. También has de estar en paz genuinamente con tus padres, liberándote de su influencia psicológica. Y por supuesto, es fundamental que te reconcilies con tu niña (o niño) interior, trascendiendo tu herida de abandono. Sólo así llega un día en el que caminas por la vida sintiendo que todo está bien y que no te falta de nada.
Culminar con éxito estos tres grandes aprendizajes vitales te convierte oficialmente en un adulto consciente y sano, realmente preparado para amar de forma libre y desapegada. Coloquialmente se le conoce como «amor consciente», «amor trascendente» o «amor evolucionado». Se trata de la energía más poderosa que hay en todo el universo. Brota directamente de tu verdadera esencia cuando estás plenamente presente. Y es la forma más contundente de triturar el ego. Más que nada porque consiste en dejar de mirarte tanto el ombligo, dejando a un lado tus deseos, necesidades y expectativas narcisistas y egocéntricos.
El amor no duele, sana
El amor evolucionado no pide, da. No juzga, comprende. No espera, fluye. No controla, confía. No culpa, toma responsabilidad. No limita, potencia. No encarcela, libera. No posee, suelta. No necesita, ofrece. No discute, acepta. No exige, sirve. No mendiga, genera. No retiene, entrega. No depende, expande. No teoriza, practica. No piensa, siente. No duele, sana. Y en definitiva, el amor evolucionado no quiere, ama. Nace de tu propia felicidad. Te hace sentir abundante y pleno. Te lleva a priorizar al ser humano que tienes delante de ti. Y a ver de qué modo puedes ser cómplice de su bienestar. Eso sí, respetando tus propios límites y sin llegar nunca a perderte en el otro.
Cuando amas de manera consciente te das cuenta de que el otro también eres tú. Así es como comprendes que amar a los demás es otra forma de amarte a ti. El amor evolucionado te lleva a valorar y agradecer la compañía ajena, aun sabiendo que no la necesitas. Al menos no en exceso. Y te inmuniza de cualquier posibilidad de cultivar una dependencia enfermiza. Parte de la premisa de que estabas en paz antes de estar con esa persona especial, con lo que sabes que seguirás estando en paz en caso de que deje de estar en tu vida. Evidentemente, el dolor es inherente a cualquier ruptura sentimental. Sin embargo, cuando amas de forma trascendente no sufres tanto durante el proceso de duelo, pues en el fondo deseas genuinamente que el otro sea feliz, aunque sea sin ti.
El denominador común que tienen todas las personas que practican el amor evolucionado es que en algún momento de su existencia han atravesado la noche oscura del alma. Si aspiras a ser una de ellas, es fundamental que en esos momentos de tinieblas y oscuridad te sumerjas en lo más profundo de tu vacío y de tu dolor. Y que en vez de tomar el camino trillado que suelen escoger los sociodependientes -volverte adicto a la vida social en general y a una pareja en particular- optes por recorrer la senda del autoconocimiento en solitud. Sólo así encontrarás finalmente un interruptor en tu interior que te lleve a despertar del sueño egoico, empezando a vivir conscientemente. No lo olvides: amar tu soledad es imprescindible para poder cultivar el amor evolucionado.