Los 11 principales defectos egoicos del eneatipo 1
Los «defectos egoicos» son los rasgos obsesivos que manifestamos con mayor frecuencia cuando vivimos esclavizados por el ego. También son las reacciones impulsivas y automáticas que se desencadenan para proteger la imagen idealizada de nosotros mismos. E incluso los mecanismos de defensa y los trastornos de personalidad que devienen cuando nos obsesionamos con conseguir hacer realidad nuestra motivación egocéntrica. A pesar de ser profundamente neuróticos, estos patrones de conducta inconscientes ⎯forjados durante nuestra infancia⎯ constituyen la base de nuestra personalidad.
En el caso del eneatipo 1, estos son los principales 11 defectos egoicos:
Dogmatismo. Suele creer que su forma de pensar es la forma de pensar y que quien piensa de manera distinta está equivocado. Y tiende a exponer sus argumentos con cierto dogmatismo, como si fuera el portavoz de la verdad absoluta. Cree que solo existe una solución correcta para cada situación: la suya.
Exigencia. Tiende a ser muy perfeccionista con aquello que le importa de verdad, desarrollando una habilidad especial para detectar fallos e imperfecciones allá donde mira. Suele ser demasiado exigente consigo mismo, con los demás y con las situaciones que lo rodean, centrándose siempre en lo que debería mejorarse.
Idealismo. Se esfuerza más que nadie por hacer realidad su ideal de perfección en aquellos ámbitos que más le motivan, persiguiendo objetivos poco realistas y muchas veces inalcanzables. No se ve a sí mismo, a los demás ni al mundo como son, sino como tienen que ser para cumplir con sus exigentes expectativas.
Incoherencia. Quiere ser coherente con lo que predica, pero su discurso es tan elevado que es incapaz de practicarlo. Al esforzarse tanto para estar a la altura de la versión idealizada de sí mismo, emplea válvulas de escape para liberarse de la tensión acumulada, adoptando en privado conductas que condena públicamente.
Juicio. Tiene un juez interno que constantemente le está analizando, machacando y corrigiendo. Y suele criticar, instruir y sermonear con la misma dureza a los demás, especialmente cuando se equivocan, actúan con mediocridad o no muestran compromiso ni voluntad por querer mejorar.
Moralidad. Su puritanismo le lleva a condenar ciertos deseos e impulsos, los cuales tiende a reprimir inconscientemente por considerarlos inadecuados. Tiene muy clara la línea que separa el bien del mal. Y se esfuerza por vivir de acuerdo con su propia moralidad, siendo muy estricto consigo mismo y con los demás.
Prepotencia. Tiende a emanar un aura de superioridad ética y moral, creyéndose mejor que el resto. Cuando se siente juzgado se vuelve muy arrogante, tratando con cierto desprecio a quienes no están de acuerdo con sus argumentos. No entiende cómo los demás no comparten siempre sus puntos de vista.
Queja. Su foco de atención suele estar puesto en aquellas cosas que podrían ser mejor o diferentes a como son en cada momento. Se indigna con facilidad y no duda en protestar cuando percibe algo con lo que no está de acuerdo. Malvive instalado en la queja permanente.
Radicalismo. Tiende a ver las cosas blancas o negras, obviando la zona gris que se encuentra en el medio. Suele llevar al extremo sus posiciones ideológicas, las cuales expone con cierta agresividad y vehemencia, especialmente cuando siente que no son aceptadas como obvias. A menudo le pierden las formas.
Rigidez. Es adicto a dar su opinión y a tener la razón. Le cuesta mucho cuestionar sus creencias, las cuales defiende con rigidez. Se muestra inflexible frente a puntos de vista que difieren a los suyos. Cuando está convencido de algo es prácticamente imposible que cambie de opinión. Es muy cabezota y sabelotodo.
Susceptibilidad. Tiene la piel demasiado fina. Su enorme susceptibilidad provoca que enseguida se sienta criticado aunque nadie lo esté criticando directamente. Y tiende a ofenderse con mucha facilidad cuando alguien no apoya o no está de acuerdo con algo que ha dicho o ha hecho. No soporta sentirse juzgado.