Envenenados por el estrés

Cuanto más identificado estás con tu mente, con más frecuencia te crees y te enganchas con ciertos pensamientos. Y si bien todos ellos son ficticios terminan creando realidades, especialmente dentro de ti. Es lo que se conoce como «sugestión»: el efecto psicosomático que la mente produce sobre tu cuerpo. Y dado que sueles estar hipnotizado por el ego, lo más probable es que el relato de tus historias mentales suela ser egocéntrico y negativo, generándote las emociones correspondientes.

El ciclo es muy simple: lo que piensas determina lo que sientes. Y lo que sientes influye en lo que piensas. Si por ejemplo te obsesionas con el pensamiento de que tu empresa va a despedirte, enseguida vas a sentir miedo y ansiedad. A su vez, este tipo de emociones provocan que no puedas dejar de pensar en que te van a echar del trabajo, entrando en una espiral de negatividad muy autodestructiva. Pero ahí no termina la cosa. Si este estado emocional se cronifica, con el paso del tiempo acabas somatizando dichos pensamientos y sentimientos. Y llega un día en que estos se transforman en dolencias reales que aparecen en el plano físico, afectando directamente a tu salud.

Dicho de otra forma: por medio de la autosugestión tienes el poder de enfermar tu cuerpo. Y debido al momento histórico que te ha tocado vivir ⎯cada vez más acelerado⎯, la manera más común en la que lo haces es envenenándote de «estrés crónico». Se trata de un estado de tensión constante, de preocupación prolongado y de irritabilidad desmesurada por sentirte desbordado por tu ajetreado estilo de vida.

Altera la bioquímica de tu cerebro

Llevar a los niños al cole. Los atascos de tráfico. La acumulación de correos electrónicos. Las responsabilidades familiares. Los mensajes de WhatsApp sin responder. Las obligaciones laborales. Los plazos que has de cumplir. Los compromisos sociales. Las facturas que has de pagar. Los imprevistos que van emergiendo. Los problemas y conflictos con otras personas. El ruido. La velocidad. Los cambios. La incertidumbre… Para hacer frente a tu realidad, vas generando y acumulando estrés sin darte cuenta. Metafóricamente es como si cargaras sobre tus espaldas una mochila en la que a diario se meten unas cuantas piedras. Y cada nuevo día se añaden unas cuantas más… Inevitablemente, cuando el peso de la mochila se te hace insoportable entras en un estado de agotamiento físico y de colapso mental.

Si bien un punto de estrés es necesario para gozar de la motivación y la energía necesarias para operar de forma funcional, el estrés crónico se ha convertido en uno de los grandes aliados de la infelicidad humana. Como todo, el veneno está en la dosis. Está demostrado científicamente que vivir estresado modifica la bioquímica de tu cerebro, alterando negativamente la producción, la liberación y el equilibrio de tus «neurotransmisores». Estas sustancias químicas hacen de puente entre tu cerebro y tu sistema nervioso a través del torrente sanguíneo. Y en última instancia son las responsables de cómo te sientes y cómo respondes frente a tus circunstancias. De ahí la importancia de que operen en su justa medida.

Lamentablemente, el estrés crónico desregula y desestabiliza tu sistema nervioso. Por un lado bloquea e inhibe tu capacidad de descanso y relajación. Y por el otro, refuerza y potencia tu predisposición a estar en modo lucha o huida, manteniéndote en un permanente estado de alerta. Así, la acumulación de estrés te impide bioquímicamente sentirte feliz e interactuar con los demás y con tus circunstancias de forma inteligente y funcional.

Vivir a la defensiva

Más concretamente, el estrés crónico eleva los niveles de «noradrenalina» de tu cuerpo, volviéndote mucho más susceptible y haciendo que vivas a la defensiva. A su vez, te lleva a reaccionar desproporcionalmente por sentirte amenazado o atacado. También hace que te frustres y te irrites con más facilidad, en ocasiones sin ningún motivo aparente. Y te impide relajarte, provocando que padezcas de insomnio por la noche y malhumor durante el día.

En paralelo, el estrés crónico reduce la producción de «serotonina», que es clave para la regulación de tu estado de ánimo, generando que seas más proclive de padecer ansiedad o depresión. Y hace exactamente lo mismo con la «dopamina», afectando a tu motivación vital, limitando tu capacidad para sentir placer y haciendo que te sientas vacío.

Eso sí, de todas las alteraciones que produce el estrés crónico sobre tu organismo, la más nociva tiene que ver con el aumento de los niveles de «cortisol». Entre otros efectos eleva tu presión arterial, sube tu frecuencia cardiaca y debilita tu sistema inmunológico, potenciando el riesgo de que sufras una úlcera, un ataque al corazón o un derrame cerebral, entre otras enfermedades cardiovasculares. Y te adentra en un círculo vicioso, pues el estrés y el cortisol se retroalimentan: cuanto más estresado estás, más cortisol se libera en tu sangre y más estrés te genera. Esta es la razón por la que sueles relacionarte con lo que sucede de forma más instintiva, primaria y visceral, priorizando tu supervivencia en detrimento de tu felicidad.

El estrés es la prisión de una mente atrapada en la ilusión del control.
ALAN WATTS

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