Por Borja Vilaseca
Este cuento filosófico trata de hacer consciente la zona de comodidad a la que estamos aferrados, promoviendo que seamos capaces de salir de ella de forma proactiva para construir una vida más plena.
Cuenta una historia que un joven discípulo vivía atormentado por no entender por qué la mayoría de personas se conformaba a padecer una vida de escasez y mediocridad. Al ver que aquella inquietud no se disipaba, su anciano y sabio maestro finalmente decidió ayudarle. Le pidió que le acompañara a visitar a una familia de amigos suyos que vivía en el campo. “Tengo que entregarles una caja muy importante. Además, te sentará muy bien salir de la ciudad y respirar aire fresco”, concluyó.
Tras varias horas de viaje, el joven comprobó con asombro que habían llegado a uno de los lugares más pobres y desolados de aquella provincia. De hecho, la familia de amigos de su maestro vivía en una casucha que estaba tan hecha polvo que parecía a punto de derrumbarse. En el terreno de alrededor se acumulaban todo tipo de escombros y de basura, los cuales emanaban un olor fétido y nauseabundo. Y no sólo eso: el techo tenía agujeros por donde se filtraba el agua, generando numerosas goteras.
Lo que más impactó al joven discípulo fue que en aquella inhóspita barraca de apenas 10 metros cuadrados vivían ocho personas: el padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos. Todos ellos vestían con ropa vieja y sucia. Y transmitían un halo de profunda resignación y tristeza. Realmente malvivían en un estado de profunda miseria. Lo único que esta familia poseía era una vaca famélica, la cual les proveía semanalmente de leche con muy poco valor nutricional. Este animal era lo único que les separaba de la quiebra total.
El anciano y el joven acamparon junto a la casucha y pasaron ahí la noche como pudieron. A la mañana siguiente, se levantaron muy temprano y sin despertar a ningún miembro de aquella familia, el sabio dejó la caja bajo unos matorrales plagados de desperdicios antes de emprender el viaje de vuelta. Y justo cuando estaban pasando por delante de la vaca, el maestro sacó una daga y degolló al pobre animal ante la incrédula mirada de su discípulo. “Pero, ¿qué has hecho? ¿Por qué le has arrebatado a esta familia su única posesión?”, le preguntó escandalizado.
Haciendo caso omiso a los interrogantes del joven, el anciano se dispuso a continuar la marcha. El asesinato de la vaca conmovió profundamente al joven. Estuvo varias semanas sin pegar ojo por las noches. La preocupación y la angustia le carcomían, impidiéndole conciliar el sueño. Por mucho que fueran pasando los meses, no podía dejar de pensar en que su maestro había condenado a aquella familia a morir de hambre. Y a pesar de insistirle a su maestro por qué lo había hecho, éste se negaba a responderle.
Un año más tarde y viendo que aquel joven era incapaz de olvidar lo sucedido, el anciano finalmente accedió a su petición de regresar al pueblo donde vivía aquella familia. Y nada más llegar, el discípulo se temió lo peor al constatar que la casucha había desaparecido. En su lugar, ahora había una vivienda nueva, de 100 metros cuadrados, mucho más grande y confortable. El terreno de alrededor estaba muy bien cuidado. Había una zona llena de plantas y flores de diferentes colores. Y otra, en la que habían plantado diferentes vegetales, legumbres y hortalizas. El techo era de piedra, realmente hermoso.
Era obvio que la muerte de la vaca había sido un golpe demasiado duro para aquella familia, quienes seguramente habían tenido que abandonar aquel lugar. “¿Adónde habrán ido a parar? ¿Qué habrá sucedido con todos ellos?”, pensaba atormentado el joven para sus adentros. Mientras, el maestro llamó al timbre y enseguida alguien se acercó para abrirles la puerta. Se trataba de un hombre elegante y con aspecto saludable. El joven no podía creérselo: era el padre de la familia que un año atrás había conocido en condiciones de completa miseria.
Una vez dentro de la casa, el discípulo observó fascinado como aquel lugar estaba en perfecto estado, muy limpio y ordenado. Los 10 miembros seguían vivos y se les sentía rebosantes de alegría y vitalidad. Y el joven, totalmente perplejo y anonadado, les preguntó: “¿Qué ha ocurrido durante este año para que haya cambiado tanto vuestra situación de vida?”.
El hombre les explicó que justo coincidiendo con el día de su partida, algún maleante envidioso había degollado salvajemente a su vaca. Y que su primera reacción ante la muerte de aquel animal había sido la impotencia, el pánico y la desesperación. Principalmente porque la vaca había sido, durante muchos años, su única fuente de sustento.
Poco después de aquel trágico día, continuó relatando el hombre, decidieron que tenían que espabilarse para poder sobrevivir y prosperar. Fue entonces cuando decidieron limpiar el terreno que rodeaba la casucha, encontrando una caja llena de semillas debajo de unos matorrales llenos de desperdicios. Por lo visto eran de diferentes vegetales, legumbres y hortalizas. También habían semillas de distintas plantas y flores. Así que decidieron trabajar y sembrar la tierra, produciendo sus propios alimentos.
Enseguida comprobaron que aquel terreno era muy fértil. También descubrieron a él se le daba bastante bien la agricultura y que a su mujer le encantaba la jardinería. Pronto empezaron a vender el excedente de alimentos en el mercado del pueblo, así como los ramos de flores a la floristería local. Con el dinero que fueron amasando compraron más semillas, hasta que tuvieron el suficiente para montar su propio puesto de verduras y su propia floristería. De ese modo es como finalmente pudieron construir una nueva casa, comprar ropa nueva para todos y disfrutar de una nueva vida mucho más satisfactoria.
El maestro, quien había permanecido en silencio, prestando atención al fascinante relato del hombre, se acercó a su discípulo y en voz muy baja le preguntó: “¿Tú crees que si esta familia aún tuviese su vaca, estaría hoy donde ahora se encuentra? ¿Realmente crees que se hubieran espabilado si aquel animal siguiera vivo?” Y el joven, reflexivo, le contestó: “Lo más probable es que no”.
Y el anciano, mirándole fijamente a los ojos, añadió: “Aquella vaca, además de ser la única posesión de esta familia, también era la cadena que los mantenía atados a una existencia de miseria y mediocridad. Al verse despojados súbitamente de la falsa seguridad que les proveía su vaca, no les quedó más remedio que tomar la determinación de salir de su zona de comodidad y reinventarse. Lo que al principio percibieron como un gran conflicto y una gran adversidad, resultó ser su gran oportunidad para prosperar y crear una vida mucho más plena.”