El triunfo de los «bodriólogos»

Tus relaciones están marcadas por una curiosa paradoja. Debido a tu miedo a la soledad montas planes continuamente con otras personas. Al ser sociodependiente no te queda más remedio que pasar tiempo con otros sociodependientes. Sin embargo, tu temor a mostrarte vulnerable no te permite intimar con nadie. Por eso sueles acudir a encuentros sociales a los que asista mucha gente. De hecho, cuanta más mejor. Así se reduce la posibilidad de que exista algún tipo de conexión profunda y genuina. No es casualidad que en grandes agrupaciones humanas prevalezca la frivolidad y la mediocridad. Lo que se busca en este tipo de reuniones es un nuevo chute de nicotina social.
La única forma de que estos eventos se sostengan es por medio de charlas triviales y conversaciones intrascendentes en las que se habla mucho pero no se comparte nada sustancial. Los asistentes comen, beben y fuman sin parar mientras emiten sonidos que conjuntamente generan un ruido de fondo del cual no son conscientes. Principalmente porque están demasiado absortos en sí mismos, en su incesante parloteo mental. Y en función de lo que se alargue la velada, estos encuentros suelen degenerar hasta alcanzar un estado de enajenación colectiva.
La principal función de este tipo de reuniones es posibilitar que las personas puedan vaciar sus mentes las unas sobre las otras, evadiéndose de sus problemas personales durante horas. Espero que no te escandalices si te digo que en demasiadas ocasiones las relaciones humanas son -fundamentalmente- otra manera de «matar el tiempo». Y es precisamente en estos contextos sociales donde suele producirse con bastante frecuencia el denominado «bodriólogo». Se trata de «una cháchara banal y aburrida entre dos personas egocéntricas ⎯carentes de empatía⎯ cuya verborrea resulta ser un bodrio para ambos».
Dos monólogos superpuestos
Irónicamente, durante el transcurso de un bodriólogo ninguno de los dos interlocutores escucha al otro. Tan sólo lo aparentan. Si bien desde afuera parece que están manteniendo un diálogo, en realidad se trata de dos monólogos superpuestos que se van interrumpiendo cada cierto tiempo. Mientras el emisor habla de sus cosas, el receptor está esperando impaciente cualquier hueco o pausa en su disertación para meter cuña y empezar a hablar de las suyas.
Lo más fascinante de un bodriólogo es que en ningún momento ninguno de sus dos participantes se interesa verdaderamente por el otro. En este tipo de intercambios narcisistas, ambos se utilizan el uno al otro como meros contenedores en los que verter mecánicamente todos los pensamientos que deambulan como autómatas por sus mentes neuróticas. Y cuando dicho bodriólogo termina los dos se quedan igual de vacíos de cómo estaban, sintiendo que no han compartido nada esencial, valioso ni relevante, que es justamente lo que andaban buscando. Por lo menos han estado un rato ocupados y entretenidos.
Y entonces ¿cómo puedes saber si estás a punto de ser víctima de un bodriólogo? Muy sencillo. La próxima vez que inicies una supuesta conversación con otro ser humano, observa la tendencia que suele tener tu interlocutor a hablar de sí mismo. Y si pasados un par de minutos sigue charlando sin parar -y en ningún momento detiene su parloteo para preguntarte por ti- ten mucho cuidado. Hay personas que padecen de incontinencia verbal. Son auténticas taladradoras humanas. No callan ni debajo del agua. Si tienes la oportunidad, huye.